→Las Mujeres y la Cultura de la Vida (II): Un nuevo feminismo y una nueva cultura del trabajo
Ahora llego a mi tercer y última sugerencia que el proyecto del
"nuevo feminismo" necesita ser considerado en la luz de las llamadas recientes al laicado a tener papeles más activos en la Iglesia y en la
"Nueva evangelización". Déjeme comenzar recordando el hecho de que la reflexión del Santo Padre más fuerte sobre la dignidad y la vocación de mujeres,
Mulieris Dignitatem (1988), fue inspirada por el sínodo de 1987 sobre la vocación y la misión del Laicado.
La carta de 1988 al Laicado, también publicada por este sínodo, describe al laicado como un
"gigante durmiente", y
nos dice en términos precisos que es hora de despertar. La carta
recuerda a los laicos algunas cosas que muchos católicos han olvidado:
que una vocación no es sólo algo que los sacerdotes y las hermanas
religiosas tienen, y que el trabajo misionero no es sólo algo que los
sacerdotes y las hermanas religiosas hacen en tierras lejanas. Citando a
los padres de Vaticano II, dice, el
"bautismo confiere a todos
aquellos que lo reciben una dignidad que incluye la imitación y el
seguimiento de Cristo, la comunión entre unos y otros y el mandato
misionero" (
Lumen Gentium, 31).
Una llamada de atención aún más fuerte fue dada en un domingo
memorable de Pentecostés en la Plaza San Pedro hace dos años, cuando el
Santo Padre anunció que el laicado debe estar a la vanguardia de la
Nueva Evangelización. Y como si esto no fuera bastante, declaró en la
Ciudad de México al año siguiente que el
"laicado es en gran parte responsable del futuro de la iglesia" (
Ecclesia en América,
44). Eso suma muchísima responsabilidad sobre la gente que había
acostumbrado a la idea de que los sacerdotes y las hermanas se
encargaban de todas esas cosas.
Retrospectivamente, creo que mi generación de católicos estaba tan
absorbida en la vida diaria que habíamos llegado a esperar que clero y
las hermanas religiosas hicieran muchas cosas en el mundo secular para
las cuales los laicos están bien equipados para llevar a cabo. Por esto,
necesitábamos el recordatorio en estos escritos sobre el laicado de
que, de las áreas en que viven los laicos su vocación,
"la que está más acorde al estado laical es el mundo secular, al cual son llamados a formar según la voluntad de Dios" (
EA,
44). Para la gran mayoría de nosotros los laicos, es en esos sectores
donde o ayudaremos a construir la civilización de la vida y de amor, o
seremos cómplices de la creciente cultura de la muerte.
Esos recordatorios, creo, proporcionan un correctivo útil a la
tendencia hacia las discusiones actuales sobre el papel de mujeres en la
Iglesia que centran demasiado su énfasis en la Iglesia Institucional.
Como el cardenal Hume escribió, poco antes su muerte, existe
"el peligro [en estas discusiones] de concentrarse demasiado en la vida dentro de la Iglesia, en ser demasiado introspectivos". Dijo que sospechaba que
"es
un truco del diablo para desviar a buena gente de la tarea de la
evangelización embrollándolas en cuestiones polémicas sin fin para
hacerlos negligentes acerca del rol esencial de la Iglesia, que es la
misión". Esto, me parece, pone el foco exactamente donde debe estar: en la misión y en la transformación de la cultura.
Una vez que la naturaleza esencialmente cultural de nuestra tarea se
presente claramente ante nuestros ojos, el papel de mujeres llega a
estar también más claro. Porque dar forma a la cultura se reduce a la
formación de seres humanos, uno por uno. Y las mujeres como madres,
maestras y de otras maneras infinitas han desempeñado hace mucho tiempo
un papel decisivo en formar la cultura. Desde un punto de vista, esto
debe ayudarnos a aliviar nuestra ansiedad sobre lo que cada una de
nosotras puede hacer. La evangelización, como la caridad, empieza por
casa. Grandes obras pueden crecer de pequeñas semillas. Recientemente,
en la liturgia del domingo de Pascua, oímos las palabras alentadoras de
San Pablo:
"No saben acaso que un poco de levadura tiene su efecto en toda la masa?" (
I Cor 5:6)
Pero, desde otro punto de vista, la analogía de la levadura debería
aumentar nuestra ansiedad. Porque, mientras que las mujeres pueden tener
gran influencia para formar una cultura, también sucede que las mujeres
pueden ser formadas por la cultura. Estamos actualmente inmersos en una
cultura donde las industrias de la publicidad y del entretenimiento
promueven cada forma concebible de indulgencia hacia uno mismo. Estamos
sumergidos en una cultura donde el entramado de las costumbres que una
vez ayudaron a civilizar las relaciones entre los hombres y las mujeres
se ha rasgado en pedazos. Una cultura que brinda poca ayuda o respecto a
la maternidad. Una cultura donde los hacedores de la cultura del
mañana, las niñas y los niños de hoy, están pasando más horas del día
con la TV, Internet, y en escuelas estatales que con sus madres y
padres. Un mundo donde el hedonismo y el materialismo están llevando la
cultura de la muerte a cada resquicio de la sociedad.
Por esto San Pablo tuvo que hablar de la mala levadura así como la
buena levadura. La mala levadura, él precisó, también se esparce por
toda la masa. Les dijo a los Corintios, gente próspera, autosatisfecha,
comerciante, que tenían que librarse de la mala levadura y que estaba en
ellos mismos, así como en su comunidad (5:7). A las mujeres que se
dejaron transformar por la cultura, él diría seguramente lo que les dijo
a los Corintios:
"no se conformen al espíritu de la época".
Conclusión: Las mujeres y la cultura de la vida
En la conclusión, quisiera volverme abreviadamente a la pregunta que
planteé en el principio: la pregunta que viene naturalmente a nuestras
mentes cuando nosotros meditamos el párrafo 99 de
Evangelium Vitae:
Si se supone que debemos estar al frente de la lucha cultural como
laicos, y si nosotros tenemos un rol distintivo a jugar como mujeres,
¿cómo podemos cada una de nosotras hacernos cargo de estos desafíos?
Muchas de nosotras ya nos sentimos abrumadas tratando de hacer lo mejor
por nuestras familias y las otras responsabilidades. No es fácil
distinguir un papel para nosotras trabajando por la cultura de la vida.
Hace diez años, los fundadores de una organización americana, Women
Affirming Life (Mujeres que afirman la vida) enfrentaron esa pregunta.
Después de mucha oración y deliberación, escribimos en nuestra
declaración de misión que nuestro propósito era
"Ofrecer un
testimonio público de parte de las mujeres en defensa del niño que aún
no ha nacido y no es deseado, a través del compromiso directo, de los
esfuerzos educativos, de la oración, y de la vida doméstica y
profesional". Implícito en esa declaración está el hecho que,
cualesquiera sean nuestros dones y donde sea que nos encontremos en
nuestro viaje de la vida, somos siempre testigos.
En cuanto a la forma que toma el ser testigos- y éste es un punto que
deseo acentuar especialmente para las mujeres más jóvenes entre
nosotras- nuestra forma de ser testigo probablemente cambie en las
diversas etapas de nuestras vidas. En mi propio caso, durante los años
en que fui una madre de tres niños con un trabajo, no había manera en
que podía imaginarme estar activa en vida pública. Mi único intento en
ser una evangelista laica en esos años no fue muy exitoso. Me ofrecí
voluntariamente a enseñar a un octavo grado de la escuela dominical en
mi parroquia, y descubrí que definitivamente no era mi vocación. Era más
mucho más difícil que enseñar a estudiantes de la universidad!
Las inspiraciones del Espíritu nos conducirán en direcciones
absolutamente diversas en diversos puntos a lo largo de nuestro viaje en
la vida. Lo importante, pienso, es ser conscientes que, estemos donde
sea que estemos, estamos llamados a ser testigos. Y entender que lo que
se nos llama a hacer hoy puede ser muy diferente de lo que podemos ser
llamados a hacer mañana, o dentro de algunos años.
Y es de vital importancia recordar que no estamos solos. Juntos, los
miembros del cuerpo místico de Cristo brindan una gran variedad de
habilidades y de gracias a nuestra vocación común de misionero:
"Hay
diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de
ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero
es el mismo Dios que obra en todos". (
I Cor 12:4-5).
Tenemos que aprender a apreciar las fortalezas de cada uno, ayudarnos
unos a otros, coordinar nuestros esfuerzos, y así convertirnos en un
todo que es más fuerte de lo que cualesquiera de sus piezas individuales
podríamos ser.
En conexión con esto, uno de los desarrollos más esperanzadores del
siglo XX ha sido el florecimiento de grandes, vibrantes, organizaciones
laicas. Solamente puede ser providencial que estas organizaciones
comenzaran a mostrar su fuerza y potencial al mismo tiempo que las redes
de ayuda tradicionales (la familia extendida, parroquias y
vecindarios), fueron diezmadas por los efectos de la movilidad
geográfica, de la pérdida de voluntarias mujeres, y de otros cambios
sociales. Los movimientos laicos de hoy están proporcionando no sólo
nuevas fuentes de compañerismo y de apoyo moral, sino que sus programas
están remediando deficiencias en la formación laica. Están ayudando a
muchísimos laicos a encontrar la santidad en medio del mundo. Y en su
rica diversidad, están brindándonos modelos exitosos de
complementariedad, complementariedad entre los diversos tipos de
organizaciones, entre los hombres y las mujeres, y entre los religiosos y
el laicado.
Son ejemplos vivos de cómo podemos trabajar juntos como socios en la
evangelización. Aunque el progreso en estas épocas es muy difícil de
medir, pienso que podemos señalar algunas contribuciones muy
substanciales que las mujeres católicas y las organizaciones de mujeres
han hecho para
"transformar la cultura" a través de su
creciente testimonio público en años recientes. Por ejemplo, creo que
han mejorado en gran medida la comunicación del mensaje pro-vida
manifestándolo en voces compasivas, acentuando tanto aquello por lo cual
luchamos como aquello a lo que nos oponemos, y elevando una visión de
una sociedad que respeta a gente por lo que es en vez de por lo que
tiene; una sociedad que tiene siempre otro lugar en la mesa para un
niño, o un extraño necesitado, una sociedad que está dando la bienvenida
a los niños, y que apoya a las mujeres y a los hombres que los nutren y
educan.
Necesitamos redoblar nuestros esfuerzos en el área de las
comunicaciones, sin embargo, ya que la cultura de la muerte ha explotado
completamente la era de la información. Una vez más es asombroso cuánto
los hombres modernos podemos aprender del Apóstol Pablo. Cuando Pablo
llegó a Atenas, encontró a las elites (como sus contrapartes modernas)
desdeñosas de la religión, y la cultura popular saturada (como lo está
hoy) de superstición. Explicando cómo tuvo que aprender predicar a
diversa gente de diversas maneras, él dice,
"Con los judíos me he
hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como
quien está bajo la Ley –aun sin estarlo– para ganar a los que están
bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar
a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley
de Cristo. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles".
(
I Cor. 9:19-23). En Atenas, utilizó el material a mano, predicando delante del templo
"al dios desconocido".
De una manera similar, después del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha comenzado a hablar a
"todos los hombres y mujeres de buena voluntad", a
menudo pidiendo prestado el lenguaje de los derechos humanos
universales. Y con el mismo fin, el Papa Juan Pablo II no ha vacilado en
apropiarse del lenguaje del moderno feminismo, purgándolo de sus
elementos negativos, y utilizándolo para llegar a las mentes que están
cerradas y los corazones que se han enfriado.
Y de una manera similar, nos hemos reunido aquí en este congreso para
compartir ideas, para confesar preocupaciones, y para buscar juntas las
llaves correctas para abrir mentes y corazones. Quizá no seamos capaces
aun de discernir los contornos exactos de un
"nuevo feminismo". Pero sabemos una cosa: ni el feminismo ni ningún otro
"ismo" pueden
ser una ideología total o un fin en sí mismo. Un nuevo y mejor
feminismo debe ser un medio para fines más altos, el fin de liberar a
cada mujer para que busque la perfección de su naturaleza y el fin de
"transformar la cultura para que apoye la vida…".