sábado, 24 de septiembre de 2016

No entiendes nada sobre el matrimonio ni la familia

Con El bebé de Bridget Jones, ya son tres las películas sobre esta chica cada vez menos joven, sus novios y sus desastrosos amores y relaciones. Si se suma la recaudación mundial de las películas de 2001, la de 2004 y la de 2016, hablamos de 584 millones de dólares: sus desventuras venden, aunque la segunda y la tercera película mucho menos que la primera.

Es cosa comúnmente sabida que la novelista Helen Fielding, cuando publicó El Diario de Bridget Jones en 1996, se inspiró en muchos elementos de la novela de 1813 Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen. La misma Fielding lo ha admitido.

Pero, ¿qué sucedería si Jane Austen, séptima hija de un párroco anglicano, defensora de la sensatez en el matrimonio y la familia, viera el mundo de hoy, un mundo de familias rotas y de parejas que ni se atreven a casarse? Bridget, a los 43, y sin saber quién es el padre, tiene su primer bebé.

Carolyn Moynihan, subdirectora del portal MercatorNet, de información social y familiar, escribe una ilustrativa carta ficticia de la señorita Austen a la señorita Jones, que traducimos a continuación.



Jane Austen (1775-1817), en un boceto
pintado por su hermana Cassandra


***

Jane Austen a Bridget Jones: has perdido el sentido

Estimada señorita Jones,
Habiendo prestado cierta atención a las idas y venidas de su carrera romántica de los últimos 15 años, oigo ahora que usted va a tener un bebé. Debería felicitarle pero tengo produndas dudas sobre esta noticia.

No está usted casada. Ni siquiera está segura de quién es el padre. Una prueba de ADN puede que solucione esta cuestión, pero, ¿acaso se casará con usted el padre del niño, sea esa copia mala del señor Darcy o el nuevo rollete que usted tiene?

Es una verdad universalmente conocida que un hombre que puede conseguir sexo sin el compromiso del matrimonio no va a tener prisas por dirigirse al altar, ni siquiera cuando un bebé está en camino.

Mister Wickham, el villano con pinta de caballero de Orgullo y Prejuicio, solo accedió a casarse con Lydia Bennet con una pistola en la espalda (metafóricamente hablando), y creo que no hemos vuelto a oír hablar de las bodas de penalti desde aproximadamente 1970.

Estoy segura de que quiere usted este bebé: a los 43 años puede que ya sea su última oportunidad.

Quizá todo le parezca una buena broma, y el director de la película no dudará en contribuir con un final feliz; pero en realidad la situación está repleta de incertidumbre tanto para el niño como para usted.


 Bridget Jones y sus novios, en 2016; embarazada y sin casar a los 43, la ficción puede ser divertida pero las estadísticas del mundo real no son optimistas

Si consulta los datos, o simplemente lee el Daily Mail, verá que el sexo antes del matrimonio, especialmente con más de una pareja, aumenta su riesgo de divorcio; y si se separa, a su hijo se le roba la presencia permanente de un padre y las condiciones óptimas para su bienestar.

Teniendo en cuenta estos riesgos reales, y puesto que su historia es supuestamente una analogía del siglo XXI de Orgullo y Prejuicio, me siento obligada a señalar dónde tanto usted como su época han perdido en realidad el sentido, no solo de mi libro sino también del matrimonio en sí mismo. (Me perdonará que cite la Biblia y el Book of Prayer, pero soy hija de un pastor).

“Lo que Dios ha unido…” 

 
He mencionado el divorcio. Su riesgo de sufrirlo es mayor no solo por sus experiencias previas sino también por lo fácil que es conseguirlo. El primer gran error de su tiempo fue la introducción del divorcio sin causa. La idea de que se puede dar fin a un matrimonio porque uno de los esposos lo deja, ha hecho que toda la institución parezca arbitraria y frágil.

Niños innumerables han quedado heridos por la separación de unos padres que podrían haber superado sus diferencias y haberse centrado en el bienestar de la unidad familiar.

Esto es básicamente lo que el señor y la señora Bennet hicieron con su “inapropiado matrimonio” porque hace 200 años el divorcio no era una opción. Ciertamente, no para la aristocracia y las clases bajas. Y aunque se dieron consecuencias variopintas según las personalidades de sus hijas, hubo solo un verdadero desastre, parcialmente salvaguardado por el buen trabajo de la familia y del señor Darcy. La ley, la religión, otras presiones sociales y el apoyo familiar les ayudaron a salir adelante.

Hoy, la ley permite que la gente abandone al primer momento de desencanto y la mayoría de las iglesias han consentido cobardemente con ello. Casi nadie, incluyendo los miembros de la familia, tiene la fortaleza de convencer a las partes en problemas de lo contrario. Y los hijos crecen con miedo a casarse por temor a que sus sueños se desvanezcan.

Se dará cuenta usted de que ninguna de las chicas Bennet, con la única posible excepción de Mary, se desencantaron del matrimonio por la experiencia de sus padres.

“Primero, está ordenado a la procreación de los hijos.”

 
Sé que el prejuicio está totalmente condenado por las clases morales hoy. ¿De dónde viene entonces este prejuicio en contra de las familias numerosas?

Como sabrá usted, yo era la séptima de ocho hijos. Esto no era raro en mis tiempos. Los Bennet tienen cinco, sus vecinos, los Lucas, tantos como ellos.

La segunda causa más grande de perjuicio para la institución del matrimonio en tus tiempos es cambiar el tamaño de la familia gracias a la medicina. Esto es lo que la píldora anticonceptiva y la barbarie legalizada del aborto suponen en la realidad, no la liberación de la mujer.

¿Cómo de liberada se ha sentido usted desde que entró en los 30, Bridget? Me da la sensación de que la guerra en contra de la fertilidad se ha convertido en una guerra en contra del sexo femenino y su posibilidad de alcanzar la felicidad como esposas y madres.



 Bridget Jones en la película de 2001 con su triángulo amoroso; quince años después sigue igual o peor... en España, los hombres se casan a los 37 años y las mujeres a los 34... ¡los que lo hacen, que cada vez son menos!

Es cierto que en mis días las mujeres morían con frecuencia en el parto, y también los niños. La esperanza de vida era generalmente más corta. Pero, ¿no es tremendamente irónico que el reciente ataque a los nacimientos empezara precisamente cuando la ciencia y la medicina han prácticamente eliminado la mortalidad infantil y maternal en países como Inglaterra? Y cuando los métodos de fertilidad se han perfeccionados de manera que no supusieran sabotear el significado del amor marital. (Sospecho que no entiende usted este último punto, pero lo dejo para otra carta…)

Las familias numerosas tienen muchas ventajas. Forman una pequeña sociedad en la que hay mucho que dar y recibir y dónde se satisfacen muchas necesidades. Fue mi querida hermana Cassandra quien me cuidó durante el año antes de que muriera de una enfermedad incurable. Quizás Jane y Eliza Bennet no habrían sido tan sensatas de no haber tenido tontas hermanas más pequeñas a las que echar un ojo.

"Tercero, para la ayuda, acompañamiento y consuelo mutuo que se deben dar"

 
No, esta no es una referencia al modelo de matrimonio de las almas gemelas, una fantasía de Hollywood que ha hecho mucho daño a aquellas personas suficientemente ingenuas como para creer lo que las malas películas y novelas les cuentan. El matrimonio no es una romántica satisfacción personal, sino que trata de la familia: seguridad, criar hijos para que sean buenos ciudadanos, contribuir a la comunidad y a la sociedad en general.

Hablo de la institución del matrimonio, el tipo de matrimonio que la sociedad necesita y que por tanto regulariza y sanciona.

Charlotte Lucas, la mejor amiga de Eliza Bennet, se casó con el horrible señor Collins por seguridad; su hermana Lydia se quiso casar con Wickham porque se dejó llevar por sus pasiones. Entre estos dos extremos se encuentran los matrimonios de Jane y Elisabeth, los cuales se parecen a esos de las “almas gemelas”, pero porque compartieron la experiencia de sacar adelante una familia y se apoyaban el uno al otro en los buenos y malos momentos.

Como ya he dicho, el modelo de alma-gemela ha hecho daño a muchas personas. No a la clase alta, que propaga nuevos modelos para todo ­­–se casan por razones prácticas además de por amor– sino a aquellos que se encuentran más abajo en la escala social y que al perseguir la difusa versión de Hollywood del amor y el matrimonio tienen todas las que perder.

Muchos terminan siendo pobres, madres solteras o viviendo juntos en relaciones inestables, todo lo cual pone en alto riesgo el bienestar de sus hijos y su propia felicidad.  Creo que entiende usted lo que quiero decir, Bridget.

“Los creó hombre y mujer”. 

 
Debería estar sorprendida, o al menos desconcertada, por la aparición de lo que llamáis “matrimonio del mismo sexo”, pero en vista de los otros cambios que he sondeado, le encuentro cierta lógica. Si el matrimonio no tiene como objetivo principal la procreación y la crianza de los hijos sino la satisfacción romántica (“el amor”), entonces serán solo las costumbres y los prejuicios los que prevendrán a las personas homosexuales de tener derecho a que su relación sea reconocida por el estado.

Imagino, Bridget, que siendo usted una señorita profundamente moderna aprueba esta novedad. Y si no entiende qué hay de malo en esta nueva visión del matrimonio, según transcurra el tiempo, la gente más joven lo entenderá todavía menos.

Por tanto, me temo que Orgullo y Prejuicio, tras 200 gratificantes años en la lista de los más vendidos, será pronto prohibido en colegios y librerías (si no lo ha sido ya) porque celebra el matrimonio únicamente tal y como nos fue dado por las manos del Creador, como Dios lo ordenó, esto es, como la institución pre-política natural fundada en la unión total (física, emocional, espiritual) de un hombre y una mujer.

Sinceramente, Bridget, no querría escribir o leer sobre ningún otro tipo de matrimonio. Ni tampoco ver la película.

Suya,
Jane Austen

(Carolyn Moynihan publicó este texto aquí en MercatorNet; traducción del inglés por Belén Manrique)

sábado, 17 de septiembre de 2016

Ruth Beitia, oro en Río: «Voy a misa, y en lugares nuevos me gusta entrar en las iglesias y rezar»

Ruth Beitia, oro en Río: «Voy a misa, y en lugares nuevos me gusta entrar en las iglesias y rezar» 

A sus 37 años, Ruth Beitia ha hecho historia: es la primera mujer española que ha logrado una medalla olímpica de oro en atletismo. Lo ha hecho en el salto de altura, y eso que hace 4 años había anunciado su retirada del deporte. Pero después se reenganchó, para alegría del palmarés español.

Lo añade a otros títulos: tetracampeona de Europa, cinco medallas en campeonatos del mundo y ocho en campeonatos de Europa, oro en los Juegos del Mediterráneo y la primera atleta española en ganar la IAAF Diamond League, en 2015, repitiendo el triunfo en 2016.

Cuando atendía a los periodistas en el estadio olímpico en Brasil, tras ganar su medalla, la saltadora de altura se declaró católica ante los micrófonos de cadena Cope y dij, dirigiéndose a su madre, que se acordaba de "Acapulco", es decir, en su código familiar, que se acordaba de rezar.


«Mi madre siempre me dice que rece y, para que mi padre no le diga: “Isa, déjala en paz, que la niña tiene que saltar”, siempre me dice que me acuerde de Acapulco. Es como un truco que usa para recordarme que rece. Es un juego de palabras», explica la atleta a José Calderero, de la revista Alfa y Omega. «Y sí, sí, Ruth Beitia reza. Claro que rezo, como cristiana y católica que soy», añade la saltadora.

Explica en el semanario católico que la fe le viene de sus padres. «Recuerdo ir juntos a Misa en nuestra parroquia de toda la vida en Santander: San Juan Bautista», cuyo párroco bautizó, dio de comulgar, confirmó y casó a la deportista. «Me sigo llevando muy bien con él», cuenta.

Scouts, campamentos y misa 

La santanderina recuerda además cómo de pequeña iba desde a campamentos de la iglesia, «participé en el grupo scout y hasta canté en el coro de la parroquia», cuenta entre risas.

«Ahora continúo yendo a Misa» y «siempre que voy a un sitio nuevo y tengo una iglesia cerca me encanta entrar y, aunque no haya Misa, me siento en un banco a rezar».


Ruth Beitia, en la fiesta de la Virgen del Carmen
en San Martín de Toranzos, Cantabria


«Le doy gracias a Dios todos los días. Sobre todo a la Virgen. Soy muy devota de la Virgen del Carmen y de la Virgen del Mar», explica.



Ocho días después de conseguir su oro olímpico, Ruth se enfundó la medalla y se hizo un selfi (autofoto). Fue la propia atleta la que difundió la imagen a través de las redes sociales –tiene más de 25.000 seguidores en Twitter y 14.200 seguidores en Istagram-. A la fotografía le acompañaba un texto: «Vuestros valores son mis valores… gracias por darme de nuevo el placer de estudiar… esto [en referencia a la medalla de oro] también es vuestro… gracias».

El mensaje iba dirigido a la Universidad Católica San Antonio de Murcia (www.ucam.edu), que apoya económicamente a la atleta y donde Beitia estudia el grado de Psicología.




11 septiembre 2016

 








sábado, 10 de septiembre de 2016

Es hematóloga, es atea y cuenta en el «New York Times» su aportación crucial para decidir un milagro

Es hematóloga, es atea y cuenta en el «New York Times» su aportación crucial para decidir un milagro 

 Una atea que cree en los milagros. Eso es la hematóloga canadiense Jacalyn Duffin, también experta en Historia de la Medicina. No es que ella crea que Dios los hace (por eso es atea), simplemente los ha tenido entre sus manos. Y fue la primera sorprendida cuando vio la actitud de la Iglesia ante ellos, de escepticismo y confianza en el juicio de los médicos, creyentes o no.

La doctora Duffin contó el pasado lunes en The New York Times cómo se vio involucrada en la investigación de uno de ellos. Traducimos a continuación el artículo, que constituye un testimonio imprescindible:

REFLEXIONANDO SOBRE LOS MILAGROS, MÉDICOS Y RELIGIOSOS
No había posibilidad de error en la significación diagnóstica de esa pequeña rayita roja dentro de la célula azul oscuro: el bastón de Auer implicaba que la misteriosa paciente tenía una leucemia mieloide aguda. A medida que pasaban las imágenes, su médula ósea contaba la historia: tratamiento, remisión, recaída, tratamiento, remisión, remisión, remisión.



Yo estaba interpretaando estas muestras de médula en 1987, pero habían sido extraídas en 1978 y 1979. La media de supervivencia de esa enfermedad letal con tratamiento estaba en torno a 18 meses; sin embargo, dado que ya había recaído una vez, supe que tenía que estar muerta. Probablemente alguien había planteado una demanda judicial, y por eso mis colegas hematólogos me habían pedido una interpretación a ciegas.

Suponiendo que tendría lugar una agresiva revisión contradictoria ante un tribunal, en mi informe insistí en que ni conocía la historia ni sabía para qué estaba interpretando las muestras. Una vez entregado el trabajo, pregunté a la médico de cabecera de qué se trataba. Ella sonrió y dijo que mi informe se había enviado al Vaticano. Este caso de leucemia estaba siendo estudiado como el milagro definitivo en el dossier de Marie-Marguerite d’Youville, fundadora de la Orden de las Hermanas de la Caridad de Montreal y candidata a convertirse en el primer santo nacido en Canadá.


Santa María Margarita d'Youville (1701-1771) .

Como en el caso de la Madre Teresa, que fue canonizada el domingo por el Papa Francisco, los milagros todavía se utilizan como prueba de que el candidato está en el cielo y ha intercedido ante Dios en respuesta a una petición. Normalmente se exigen dos milagros, que suelen ser curaciones que carecen de una explicación natural. En el caso de la Madre Teresa, el Vaticano concluyó que las oraciones dirigidas a ella condujeron a la desaparición de un tumor incurable en una mujer india y a la recuperación repentina de un brasileño con una infección cerebral.

El “milagro” atribuido a D’Youville ya había sido rechazado una vez por el comité médico del Vaticano, a quien no convencía la historia de una primera remisión, una recaída, y una segunda remisión más prolongada. Los clérigos argumentaban que nunca había recaído y que su supervivencia tras la primera remisión era rara pero no imposible. Pero el comité y los defensores de la beata coincidieron en que una interpretación “a ciegas” de las pruebas por otro experto podría servir para reconsiderarlo. Cuando mi informe confirmó lo que habían hallado los médicos de Ottawa, a saber, que ella realmente había tenido una pequeña remisión y luego había recaído, la paciente, que había rezado a D’Youville pidiendo ayuda y, contra todo pronóstico, seguía viva, quiso que yo testificara.

El tribunal que me interrogó no era jurídico, sino eclesiástico. No se me preguntó por mi fe. (Para que conste: soy atea.) No se me preguntó si se trataba de un milagro. Se me preguntó si podía explicarlo científicamente. No pude, aunque había acudido a prestar testimonio armada con la más actualizada literatura hematológica, que mostraba que no se conocían supervivencias largas posteriores a recaídas.

Cuando, al final, el comité vaticano me preguntó si tenía algo que añadir, yo les espeté que, si bien su supervivencia, tan prolongada, era extraordinaria, estaba convencida de que más pronto o más tarde recaería. ¿Qué haría entonces el Vaticano? ¿Revocaría la canonización? Los clérigos registraron mis dudas. Pero el caso siguió adelante y D’Youville fue canonizada el 9 de diciembre de 1990.


La doctora Duffin fue invitada a la canonización de Sor Margarita D'Youville.

Esa experiencia como hematóloga me condujo a un proyecto de investigación que llevé a cabo en mi otra faceta, la de historiadora de la Medicina. Tenía curiosidad. ¿Qué otros milagros se habían utilizado en pasadas canonizaciones? ¿Cuántas eran curaciones? ¿Cuántas implicaban tratamientos actualizados? ¿Cuántas fueron atendidas por médicos escépticos como yo? ¿Cómo había ido cambiando todo eso con el paso del tiempo? ¿Podemos ahora explicar esos desenlaces?

Durante cientos de horas en los archivos del Vaticano, estudié los expedientes de más de 1400 investigaciones de milagros, al menos uno por cada canonización entre 1588 y 1999. Una amplia mayoría (93% del total y 96% de los del siglo XX) eran historias de recuperación de una enfermedad o lesión, tratamientos detallados y testimonios de médicos desconcertados.


En 2009, la Universidad de Oxford publicó la investigación de Jacalyn: Milagros médicos: doctores, santos y curación en el mundo moderno.

Si una persona enferma se recupera por medio de la oración y sin la Medicina, eso está muy bien, pero no es un milagro. Tiene que estar enferma o moribunda a pesar de recibir el mejor de los cuidados. La Iglesia no encuentra incompatibilidad entre la medicina científica y la fe religiosa; para los creyentes, la medicina es sólo una más de las manifestaciones de la obra de Dios en la tierra. Contra toda lógica, pues, este antiguo proceso religioso, dirigido a celebrar vidas ejemplares, es rehén de la sabiduría relativista y de las opiniones temporales de la ciencia moderna. Los médicos, como testigos imparciales y como parte no alineada, son necesarios para corroborar las expectativas de los esperanzados candidatos. Sólo por esa razón, las historias de enfermedad coronan las alegaciones milagrosas. Nunca esperé ese escepticismo a la contra y ese énfasis en la ciencia dentro de la Iglesia.


La doctora Duffin es hoy catedrática de Historia de la Medicina en la Universidad de Queen, en Kingston (Canadá). 

También aprendí más cosas sobre la medicina y sus paralelismos con la religión. Ambos son sistemas elaborados y evolucionados de creencias. La medicina tiene su raíz en las explicaciones naturales y las causas, incluso en ausencia de una prueba definitiva. La religión se define por lo sobrenatural y la posibilidad de trascendencia. Ambas se dirigen a nuestros apuros como mortales que sufren: una para retrasar la muerte y aliviar los síntomas, la otra para consolarnos y reconciliarnos con el dolor y la pérdida.

El respeto por nuestros pacientes religiosos exige comprensión y tolerancia; sus creencias son tan verdaderas para ellos como los “hechos” pueden serlo para los médicos. Hoy, casi 40 años después, esa mujer misteriosa sigue todavía viva y yo todavía no puedo explicar por qué. En línea con el Vaticano, ella lo llama milagro. ¿Por qué mi incapacidad para ofrecer una explicación tendría que imponerse sobre su creencia? Se interpreten como se interpreten, los milagros existen, porque es así como son vividos en nuestro mundo.

Traducción de Carmelo López-Arias.



9 septiembre 2016

sábado, 3 de septiembre de 2016

Qué conmovedor el cariño de estos grandes santos y amigos





San Juan Pablo II mantuvo por décadas una hermosa amistad con la querida MadreTeresa de Calcuta.
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