sábado, 24 de junio de 2017

La religiosa agredida en Granada por un desconocido: «He pasado una noche horrorosa»

La religiosa agredida en Granada por un desconocido: «He pasado una noche horrorosa»


La religiosa agredida prefiere permanecer en el anonimato (foto: Leopoldo Mora)


Hace dos días, sor Rosario, religiosa de la Congregación de las Esclavas de la Inmaculada Niña, fue brutalmente agredida en Granada por un individuo al que no conocía y con el que se cruzó por la calle. Sin mediar palabra, éste le propinó un puñetazo en la nariz y le dijo: “Esto por monja”.

Como consecuencia de la agresión, sor Rosario tiene los pómulos hinchados, la nariz rota y el miedo aún en el cuerpo. Paradójicamente, ella no viste hábito, lo que le hace suponer que el agresor la conocía.

Como informa hoy ABC, la familia de la religiosa, que reside en el extranjero, no sabe nada de este incidente. Ella no quiere preocuparles; por ello, prefiere permanecer en el anonimato y salir lo justo ante la cámara fotográfica.

Mucho dolor

 
Como hace cada mañana desde que fue destinada a Granada en septiembre pasado, Rosario llevaba a un grupo de niños de la Escuela Hogar Divina Infantita del Cerrillo de Maracena –en las inmediaciones de la capital– a un colegio próximo. “Lo hacemos todos los días: los dejamos y los recogemos”.

Cumplida su misión, pasadas las 9 de la mañana, la religiosa se dirigía de vuelta a su casa, porque tenía cosas que hacer: “Yo iba por la acera y lo vi venir”.

Se cruzó con ella un hombre alto, joven, de tez oscura y complexión fuerte. Iba vestido con bermudas y camiseta negra de manga corta. Rondaría los 25 años. Llamó la atención de Rosario las marcas que el agresor presentaba en brazos y piernas, que parecían arañazos o cicatrices.

Ella se hizo a un lado –la acera se estrechaba en ese punto– y fue entonces cuando él aprovechó para acercarse y propinarle el puñetazo.

Rotura de nariz

 
“¡Por monja!”, le gritó el individuo al tiempo que sacudía la cara de Rosario, que quedó completamente desconcertada. No hubo más golpes ni palabras. “Ni me dio tiempo a reaccionar”, recuerda. Notó en su rostro un borbotón de sangre y “mucho dolor”. El agresor huyó corriendo de la zona, en la que suele haber gente.

Esa mañana, las avenidas del Cerrillo de Maracena estaban desiertas por la ola de calor, y sólo una señora que pasó cinco o diez minutos después se detuvo a auxiliar a la hermana Rosario.

Tras limpiar su rostro con pañuelos, Rosario se dirigió al hospital, donde las pruebas revelaron que tenía rota la nariz. Los médicos descartaron la intervención quirúrgica, pero le colocaron una férula y le dieron medicación para mitigar el dolor y bajar la inflamación de sus pómulos.


Sor Rosario acompaña a niños como los de la imagen, a la Escuela Hogar Divina Infantita del Cerrillo de Maracena. 

La religiosa regresó después a su domicilio. “La noche que he pasado ha sido horrorosa, me cuesta respirar”, reconoce Rosario, quien, además de dolor, aún tiene miedo. Miedo a salir sola a la calle, a volver a cruzarse con ese hombre al que no conocía de nada. Se siente perfectamente capaz de reconocerlo si volviera a verle.

En busca del agresor

 
Atrapar al agresor no será tarea fácil. No había cámaras operativas en la zona y la única pista a seguir es la descripción física relatada por la víctima.

“Estoy con mucha preocupación; esto es la primera vez que me pasa”. Pero Rosario también sabe que no puede vivir con miedo. Ahora aprovecha para descansar y reponerse en otro de los centros de Divina Infantita en Granada, en el otro extremo de la urbe, donde sus hermanas se están encargando de darle cariño y compañía.

La desafortunada historia de sor Rosario deja en el aire dos grandes cuestiones para las que ella no encuentra respuesta: quién y por qué. Esta monja no alcanza a comprender las motivaciones del agresor. “Puede ser que no esté de acuerdo con la religión, pero se puede no estar de acuerdo y respetar”, afirma Rosario. Sin embargo, tampoco descarta que se trate de un ataque propio de una persona desequilibrada mentalmente.

Lo que es seguro es que no conocía al hombre que la golpeó. “Nunca le había visto… Yo no sé si es de allí del barrio…”. Sin embargo, Rosario cree que sí, por el hecho de que ella no viste hábito y sólo alguien que conociera previamente su actividad podía saber que era monja.
Los hechos han sido denunciados ante la Policía, a quien corresponde la labor de localizar al agresor.















 

24 junio 2017

 

sábado, 17 de junio de 2017

¿Te arrepientes por algo? Es tu oportunidad de crecer

 
 
© Cirofono / Flickr / CC
Joven arrepentida

La culpabilidad en general puede ser curativa en ocasiones, fructífera y fecunda

Muchas veces pongo en mí toda la confianza. Es como si dudara del poder de Dios en mi vida. Y tal vez por eso, cuando fracaso y no llego, me siento culpable. Pienso que no estoy a la altura esperada al no lograr lo que soñaba. 

El sentimiento de culpa es sano. Hoy parece que se ha perdido. Nadie se siente responsable de lo que hace. La culpa siempre es de los otros. El padre José Kentenich habla de la importancia de tener un sano sentimiento de culpa: “Estoy personalmente convencido de que el mundo de hoy está nervioso, enfermo hasta la médula. ¿Por qué? Porque carecemos de un sano sentimiento de culpa. La educación en el sentimiento de culpa es una de las cuestiones esenciales, incluso diría, casi la única forma actual de sanación

La falta del sentimiento de culpa me enferma. Tal vez es uno de esos golpes de péndulo. Se ha acentuado tanto en otras épocas la culpa, que ahora no existe, porque creemos que es más sano. Pero no es así. Es verdad que los escrúpulos enfermizos quiebran el alma. Pero ahora predomina lo contrario. 

Cuesta encontrar pecados. Me encuentro con personas que no se sienten pecadoras. No hacen nada malo. No hieren a nadie. No cometen grandes pecados. Por eso a veces prefieren entrar en disquisiciones para saber cuándo un pecado es mortal o venial. Quieren saber si algo es grave o no lo es. 

Buscan un baremo objetivo para decidir si pueden o no recibir el Cuerpo de Cristo. Creen que es mejor así. Algo más claro. Una regla general que me diga si puedo o no puedo hacerlo. Alguien desde fuera que juzgue mi alma. Tal vez porque he perdido la sensación de ser realmente culpable de mis actos. Y no logro mirar bien mi corazón. 

Tal vez sea verdad que algo en mi alma está enfermo. Y esa herida no me permite decidirme de forma consciente y libre en mis actos pecaminosos. Son otros los que me hacen pecar. Son las circunstancias difíciles que me toca vivir. O es la misma Iglesia que me pide un ideal tan imposible que yo no estoy a la altura. Entonces mejor no me confieso y sigo comulgando. No tengo culpa. No me siento culpable. 

Me parece interesante la reflexión del Padre Kentenich. Tengo claro que los escrúpulos enfermizos acaban enfermando mi corazón. Pero me llama la atención que el otro extremo también me enferme. 

Cuando no encuentro culpa en nada de lo que hago. Cuando no asumo mi responsabilidad. Cuando no tomo en serio mis actos. Cuando no reparo el daño causado. 


No tomo las riendas de mi vida y dejo que mi pecado me esclavice. Lo que hago mal normalmente enturbia mi alma. Mi ira, mi envidia, mi egoísmo. Hay pecados que me dejan muy herido. Pero a veces los justifico. El pecado o la situación de pecado en mi vida pueden llegar a debilitar ese lazo que me ata a Dios. A veces sin darme cuenta me alejo. 


Vivo en el barro, apegado tanto a la tierra, que se cortan mis alas. Dejo de aspirar a lo más alto. Dejo de soñar. E identifico la santidad con una vida sin pecado. Personas santas y puras demasiado lejanas.
Creo que reconocer mi propia culpa me sana. Mi responsabilidad en mis actos. Normalmente hay pecados que son manifestaciones externas de una ruptura interior, de una herida más honda que llevo dentro. 


A veces busco la confesión para limpiar esa mancha exterior. Pero no ahondo. No entro dentro de mi alma para ver el origen del pecado. Que se encuentra en mi herida de amor. En esa ausencia de paz en mi alma. Y de esa herida brotan mi rabia, o mi egoísmo, o mi lujuria, o mi envidia, o mis celos. Intentando compensar esa falta de amor, de reconocimiento.


Y no toco esa misericordia de Dios. Porque tapo la culpa. Y no me dejo perdonar. No me reconozco necesitado del perdón de Dios. Y les echo a otros la culpa. Estoy así porque otros no me han tratado bien. No me han querido. No me han respetado. No me han cuidado. Y sangro por mi herida.


Y me siento inocente de lo que hago. Del dolor que nubla mi mirada. Y mis actos no me parecen graves. Porque también otros los hacen. Veo entonces la Iglesia como un conjunto de normas que marcan los límites de mi vida. Y yo vivo en medio de los límites. Tratando de no excederme en nada.


Pero me cuesta experimentar la culpa como un sentimiento sanador. Quiero asumir las consecuencias de mis actos. Tomar en serio la fuente de mi pecado, mi propia herida.


Lo que al final me sana es tocar con mis manos la misericordia de Dios que me absuelve, me levanta. Entonces la comunión deja de ser un premio por mi buen comportamiento. Es una medicina para mi alma enferma, que no se sana sólo limpiando un poco la suciedad de algunos pecados. Es algo más hondo.


Ese sentimiento de fragilidad, de culpabilidad, bien entendido, sana mi corazón enfermo. Ese abrazo de Dios a mi alma caída. Ese vuelo en el que me sostiene la mano grande de un Padre. Es entonces una culpabilidad bien entendida.




Es el arrepentimiento el que siembra en el corazón el deseo de crecer: “Es verdad que la culpabilidad en general puede ser curativa en ocasiones, fructífera y fecunda. Pero entonces se trata de arrepentimiento más que de culpabilidad. El arrepentimiento es el que hace conocernos mejor, objetivamente. Porque es la verdad la que nos salva y nos hace progresar. El arrepentimiento no nos hunde. El arrepentimiento nos hace reconocer que debemos mucho a los demás, porque nos ayudan a sobreponernos, no dándoles importancia cuando realmente somos la causa de nuestros errores y sobrellevándolos con amor”.
Esa experiencia del que se sabe salvado porque su pecado ha dañado el corazón por dentro y necesita volver a empezar. Esa gracia de la misericordia me cura por dentro cuando me dejo. Cuando toco mi fragilidad. No cuando no me siento culpable de nada. No cuando me siento con derecho a recibir a Jesús. Digno de su amor infinito.  

Merecedor de un abrazo por haber superado tantas tentaciones y haber permanecido incólume en la prueba.

Temas de este artículo:
moral

sábado, 3 de junio de 2017

No vivas sólo para tus hijos

10 “tips” que pueden ayudarnos a educar de manera correcta a los hijos y enseñarles el verdadero sentido de la vida

Por: Laura Costas Labarthe | Fuente: www.somosrc.mx




  
¿Qué podemos entender con estas palabras? ¿Es que los padres no tenemos la obligación y el deber de “hacer todo” por nuestros hijos?
Depende de lo que se entienda por “vivir sólo por los hijos”. Pensemos en la historia de Jaime, un chico inteligente y simpático con un potencial para convertirse una persona valiosa para él mismo, su familia y la sociedad.
Pablo, desde que nació fue el amor de su padre, no hubo juguete, reloj, viaje, capricho, que no le fuera cumplido de inmediato por su papá. Terminó una carrera pero no ha tenido un solo empleo en su vida. Actualmente, Jaime es un hombre casado al que su padre le resuelve todo. Sin empleo, mantiene a su familia subsidiado con la tarjeta y fondos que papá tiene siempre a su disposición.
Por supuesto que este padre ama profundamente a su hijo, pero con un amor asfixiante que no le ha permitido realizarse, crecer, independizarse. Y, lo más triste: Jaime no es feliz. ¿Qué aprendizaje nos deja esta historia?
A continuación propongo 10 “tips” que pueden ayudarnos a educar de manera correcta a los hijos y enseñarles el verdadero sentido de la vida:


1.- No des a tus hijos todo lo que te pidan

Esto comienza desde que son pequeños. No te prives de algo que quieras o necesites, no corras a la tienda, aunque tu situación económica te lo permita, con tal de darle el último juguete que salió al mercado. Todos hemos visto clósets saturados de juguetes rotos y descuidados, que sirvieron para entretener unas horas a los niños.

2.- Enséñalos a tolerar la frustración

En la vida real, no nos es posible conseguir todo lo que deseamos en el momento que lo queremos, a costa de lo que sea. Los niños que crecen pensando que así será su vida, tiene serios problemas cuando crecen y se enfrentan a la realidad. La frustración es inevitable, no los prives de aprender a tolerarla y manejarla.

3.- Normas y consecuencias

Desde muy temprana edad, establece límites, no esperes a que tengan tres años de edad para comenzar. Las normas señalan un camino, camino que deberá ser lo suficientemente ancho para que el niño tenga opciones y lo suficientemente bien definido para que crezca sabiendo que si brinca los límites, tendrá que aceptar la consecuencia de su conducta.

4.- Responsabilidad

Responsabilidad ante sus acciones, ante sus responsabilidades familiares, que deben comenzar en los primeros años, proporcionadas en cada etapa de su desarrollo. Responsabilidad en el colegio, cumplir con trabajos y tareas solicitadas y, si no lo hiciera, permite que sufra las consecuencias y no vayas a reclamarle al maestro. Dales la oportunidad de vivir y respirar, equivocarse y aprender de sus errores. Así podrá crecer y desarrollarse en la vida. Dale raíces para que tenga seguridad, autoestima y sentido de pertenencia. Dale alas para que pueda volar cuando llegue el momento.

5.- Respeto

Es deber de los padres dar ejemplo e inculcar en sus hijos el respeto a todas las personas, comenzando en familia. Respeto a la autoridad de sus padres, a sus abuelos, maestros, directivos de escuelas, etc. Respeto entre todos y cada uno de los miembros de la familia, respeto a las personas que nos ayudan en el hogar, a la cajera del supermercado, al “viene-viene” que acomoda el coche…
Es muy triste ver pequeñitos “tiranos” a los que sus papás obedecen; adolescentes que faltan al respeto a sus padres y al que se atreva a ponerles un límite.
Es triste ver niños, adolescentes y jóvenes prepotentes, que “siempre tienen la razón”, que faltan al respeto a sus padres y maestros y, lo más grave, con la aprobación de los mismos papás.
Recuerda, tú eres la autoridad, el responsable de la formación de tus hijos, no su “cuate”. En la vida hay normas, leyes, jefes, autoridades, límites, orden…Prepara a tus hijos para vivir en el mundo real.

6.- Comunicación

Establecer en la familia una comunicación respetuosa, franca y asertiva. Saber y respetar lo que cada uno piensa, quiere y lo que le disgusta. Aprender a escuchar.
Estar de acuerdo en “no estar de acuerdo”. Tratar de no ofenderse unos a otros y, cuando suceda, tener la nobleza de pedir una disculpa.
No olvidar las cuatro palabras claves: ¿Puedo?, Por favor, Gracias, Perdón.

7.- Valores

Los valores sembrados en familia permanecen en el corazón de las personas. Al llegar a la juventud, cada uno va encontrando su camino, camino que, de alguna manera, será apoyado por los valores vividos en casa. Valores humanos y morales. Los hijos deben tener clara la diferencia entre el bien y el mal, en esta época en que todo se ha vuelto relativo y los parámetros de vida van esfumándose cuando no los tenemos claros. Amor es el valor fundamental y éste lleva al perdón.
Y, no olvides que los abuelos son fuente de seguridad y permanencia, son las raíces de la familia, la experiencia y la sabiduría. Son sembradores de valores y tradiciones.

8.- Vida de pareja

El mejor regalo que los padres pueden dar a sus hjos es vivir una vida de pareja plena. No siempre es posible por distintas circunstancias, pero cuando lo es, cultiva el amor de pareja, recuerda, tarde o temprano los hijos se van, se casan, se cambian de ciudad y te quedas solo con tu cónyuge. Haz que valga la pena.

9.- Espiritualidad

El hombre es materia y espíritu. Es importante atender las dos áreas, siendo la espiritual la que da sentido de trascendencia. Cualesquiera que sean tus creencias, son un tesoro para la realización y la felicidad de las personas.

10.- Alegría y paz

En un hogar dónde se respira la alegría, la vida es plena, divertida, generosa, compartida. La alegría es fruto de un corazón abierto, fruto del servicio a los demás, de la paz del alma.