domingo, 24 de abril de 2011

Reflexiones Domingo de Resurrección


Muchos creen que todo acaba con la muerte, que no hay nada más. La muerte sería, según ellos, la última palabra. Pero la muerte es la primera pregunta. No podemos vivir como-si-no-tuviéramos-que-morir, porque tenemos que morir, lo sabemos. Por eso, para vivir en libertad, es necesario liberarnos del fantasma y del miedo a la muerte. De lo contrario viviremos muertos de miedo a la muerte.

Nos cuesta mucho creer en la vida después de la vida. Algo nos barruntamos, algo nos tememos, algo anhelamos, porque ciertamente nos resistimos a morir. ¿Es sólo un deseo? ¿Una proyección de nuestro deseo? Pero, entonces, ¿de dónde y por qué surge en nosotros ese deseo? Porque lo cierto es que tenemos otros muchos deseos -ser más alto, más flaco, más guapo...- pero no creemos en ellos.

Los que niegan otra vida aducen siempre la falta de pruebas, de señales objetivas. No hay, dicen, ningún caso de un muerto que haya resucitado y haya sido visto. Pero en eso se equivocan, porque hay un caso. La fe cristiana, precisamente, descansa en el testimonio de muchos que han tenido la experiencia de ver a un muerto resucitado. Los cristianos creemos a los testigos que lo vieron.

Naturalmente, una cosa es que un muerto resucite y otra que el resucitado tenga que acomodarse a las exigencias de nuestra limitada experiencia empírica. Los testigos de la resurrección de Jesús han dejado bien claro que Jesús, que era el mismo antes y después, ya no era lo mismo a partir de la resurrección. Es decir que la vida después de la muerte sigue siendo vida, aunque ya no esté mortificada por los condicionamientos de espacio y tiempo, que nos tienen atrapados momentáneamente.

¿Qué cómo es la vida después de la vida, la otra vida? Lo sabremos a su tiempo. De momento sólo podemos creer lo que aún está por ver. Hay un cielo que creemos. Y hay muchos cielos que fantaseamos. Pero esos cielos no son el cielo.


EUCARISTÍA 1991, 18

www.mercaba.org

sábado, 16 de abril de 2011

Los silencios y las palabras que iluminan la vida de María


Presentado en Roma un nuevo libro del cardenal Lajolo


ROMA, jueves 14 de abril de 2011 (ZENIT.org). -


Un libro de más de 200 páginas para contar las pocas palabras de María, o mejor como indica el título “Los silencios y las palabras”. Lo indicó ayer el cardenal Giovanni Lajolo, presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, en la presentación en Roma de su libro: “María. Silencios y palabras”.

“Si las de Jesús fueron siete palabras, las de María son cuatro, pero en un contexto más vasto en el que entra también su silencio”. Un libro que es por lo tanto un aporte “sobre la relación interpersonal en la vida de María”.

Intervinieron además del autor, monseñor Giuseppe Sicacca, auditor del Tribunal de la Rota Romana; el presidente emérito de la Agencia Nacional Italiana del Turismo (ENIT por sus siglas en italiano) Gabriel Moretti y la profesora de literatura francesa en la Universidad italiana LUMSA, Benedetta Papásogli.

La presentación del volumen fue coordinada por la presidente de la Asociación Internacional de los Críticos Literarios: Neria de Giovanni, che recordó como “cada capitulo es abierto por unas cursivas con las palabras del Evangelio que el autor comenta”.

El cardenal, con mucha sencillez, comenta cómo tuvo la idea de escribir este libro, precisando que no se trata de una vida de María, ni de exégesis, ni de un tratado de mariología y tampoco de un libro de ascética. “Mariología sí –precisa el purpurado- pero no en el sentido de una teología elaborada sobre el misterio de esta mujer”.

“He intentado simplemente –indica- presentar estas palabras y silencios que manifiestan la relación de María con la persona con las cuales ella habla o comunica”.

Porque “a final de cuentas la relación interpersonal es la cosa más importante. Es verdad que está el ser, pero la felicidad no es lo que sabemos que somos, pero lo que nosotros somos, y esto aparece en las relaciones con las otras personas. Si estamos atentos nuestros silencios están llenos de relaciones personales, con los acontecimiento, con lo que tenemos que hacer, o evitar o lo que nos espera. Entonces ¿cuáles son estas relaciones? Y así me aventuré en este análisis”.

El cardenal indicó que sobre las palabras de María quiso contar con mucha simplicidad “lo que me decían a mi” recordando que “de las palabras de María y especialmente en el Magníficat aparece como ella es un alma toda embebida del Antiguo Testamento” y “todas sus las frases ordenadas por la meditación de la Escritura”.

“Porque considero –continuó- que cuando leemos un texto de literatura se puede profundizar. Pero en la Biblia la palabra se dirige a mi y yo tengo que buscar de entender, porque tengo que dar mi respuesta”.

El purpurado recordó que los cuatro momentos citados son la Anunciación, en donde “María inicia callando” para “responder como sierva del Señor, o sea como reina”. En el momento del Magnificat, la citación más larga en la que sus palabras son más que todas las otras juntas. El encontrar a Jesús en el Templo y su “¿Hijo, por qué nos has hecho ésto?”. Y en Caná cuando dijo “No tienen más vino”.

En cambio, añade: “los silencios son cuando se considera que estaba presente”, no por ejemplo en la última cena, en que Ella no estaba.

Y el libro indica tres tipos de silencio: el primero, impenetrable. Cuando María está encinta y la situación que se crea con san José. Si María decía que era obra del Espíritu Santo, san José habría pedido alguna prueba. Y lo dejó en la mayor angustia, porque “solamente Dios podía encontrar la solución a la dificultad en que había sido puesta”.

Después los silencios transparentes, obvios. María era una mujer normal, similar a nosotros excepto en el pecado. Por ejemplo con san José en el matrimonio virginal, que sin embargo siempre matrimonio era. Y tercero los silencios penetrantes, como cuando intentaba entender: después de las palabras de Simeón. Después de encontrarlo en el templo. O ¿qué misterio tenía con Jesús entre sus manos?

Y sobre “la interpretación coreográfica del Magnificat” como indicó Moretti, precisó: “Me vino así y así la escribí”. Y sobre la numeración (primero, segundo, tercero etc.) que el expresidente del ENIT consideraba que rompía la armonía del discurso dividiéndola en puntos los temas, su eminencia explica: “Fue un modo para tratar de entender mejor”.

“Nada de lo que escribo es un dogma. Lo he escrito porque me vino de manera espontánea mismo si después tuve que ordenarlo. Con simplicidad que no quiere ser doctrina, sino conocer a una persona en sus relaciones”. Y concluye: Palabras, más bien silencios, porque el misterio de María está envuelto en gran silencio. Porque es el Señor en medio de la noche que quiso descender entre su pueblo. Y sus palabras, porque María es la Madre del Verbo”.

Monseñor Sciacca indicó que la curiosidad y la admiración, junto al sentido de la sincera piedad fueron los sentimientos que lo acompañaron durante la lectura del libro.

“Estaba curioso y sorprendido – dijo – de que el cardenal Lajolo, un reconocido jurista, un canonista de la escuela de Munich y un consumado diplomático, y a cargo del más laico de los organismo que se relaciona con el Santo Padre en cuanto soberano temporal, hubiera escrito un libro de mariología”.

Volumen en el que “nos invita sobriamente pero de manera atrayente a compartir la mirada llena de estupor, de afecto y con las raíces de la Fe, que ha logrado poner sobre el alma de la Virgen, esforzándose en entender con intelecto amoroso los sentimientos de María, escuchando sus palabras y sus silencios”

Por su parte Benedetta Papásogli se concentró en los silencios “porque no es un caso que en el título está primero ‘silencios’ que ‘palabras’ “. Y recordó la tapa del volumen realizado por la Librería Editora Vaticana, que tiene “un icono de María meditativa que reflexiona intensamente todas estas cosas en su corazón” y que “la palabra meditar nace del griego y del hebreo, y etimológicamente significa tener en el corazón”.

Y concluyó que se trata de “admirar y contar, como aquellos personajes que están en los cuadros del pintor Fra Angélico” en los cuales hay una atmósfera positiva, una luminosidad, una medicina “de la que todos necesitamos un poco”.

sábado, 9 de abril de 2011

Una misionera en Sudán, y su santa


Entrevista con la hermana canosiana Severina Motta


ROMA, domingo 3 de abril de 2011 (ZENIT.org).

La hermana Severina Motta es una Misionera Canosiana que ha pasado más de 40 años en África. Ha pasado más de doce años viviendo en Sudán, donde llegó a conocer a “su santa”, Santa Bakhita.

Bakhita es la primera santa de Sudán, y ha adquirido fama internacional sobre todo después de que Benedicto XVI la mencionara en su encíclica “Spe Salvi”.

También inspiró la conversión de un preso del corredor de la muerte en Oregon, que ha comenzado un proyecto de apoyo a las canosianas.

En esta entrevista concedida al programa de televisión “Dios llora en la Tierra” de la Catholic Radio and Television Network (CRTN) en colaboración con Ayuda a la Iglesia Necesitada, la hermana Severina habla de su propia vocación misionera y de la santa que ha enseñado a los sudaneses cómo prevalecer sobre sus enemigos.

- ¿Siempre quiso ser una religiosa misionera?

Hermana Severina: Siempre quise ser religiosa, aunque no concretamente misionera.

- ¿Quiso ser religiosa aquí?

Hermana Severina: Quise ser religiosa en Italia. Pasé por una lucha muy grande. Accedí cuando supe que era lo que Jesús me pedía de verdad, ir en medio de la juventud que no tiene a nadie que la cuide.

- ¿Cuál fue el momento en que dijo “Sí, Señor, iré”?

Hermana Severina: Fue en un momento especial de oración en el noviciado. En la capilla había un gran crucifijo que señala a algunas ovejas y, bajo la imagen, estaban las palabras: Euntes in Universum Mundum – Id al mundo entero. El dedo parecía señalarme a mí, era mi turno de ir a unirme a los misioneros. Por eso accedí. Fue una experiencia muy dura, pero tengo que decir que fue muy gratificante.

- Mirando hacia atrás en su vida, ¿habría hecho algo diferente?

Hermana Severina: No, habría hecho lo mismo de nuevo.

- ¿Por qué eligió África?

Hermana Severina: En realidad no elegí África. Vamos adonde se nos envía, pero, después de que dije que sí al Señor, mi mayor deseo fue estar entre los más pobres, compartir su vida y trabajo con ellos para encontrar los medios y las formas de mejorarla. Tengo que decir que he sido privilegiada porque en todos los lugares en que he estado, todas las cosas esenciales de la vida no existían. Sin medios de comunicación, sin carreteras en condiciones, sin agua potable, sin electricidad, sólo la riqueza de la gente.

- Querría hablar un poco sobre la Hermana Bakhita, Santa Bakhita Ahor, que en la comunidad es llamada “la Madre marrón”.

Hermana Severina: Sí, Bakhita era una niña de Darfur, Sudán, que a la edad de 7 años fue secuestrada y vendida como esclava. Pero ella no aceptó su situación. Se escapó con otra niña, pero fue capturada y revendida, y esta situación se repitió cinco veces. Pasó de un amo a otro peor, hasta que cayó en manos de un funcionario turco muy cruel. Este hombre le hizo 114 cortes profundos en su cuerpo echando sal en ellos, lo que la dejó agonizando durante semanas. Después de esto fue comprada por el cónsul italiano en Jartum que se la llevó a su país. La entregó como niñera a la esposa de un amigo. Ya en Italia, Bakhita no sólo encontró la libertad, sino respeto y amor, pero, sobre todo, descubrió a Dios. Más tarde se bautizó y pidió entrar en nuestra congregación. En ella vivió un vida muy simple – murió en 1947 en Schio – pero una vida de bondad, humildad, ternura y profunda espiritualidad. El Papa Juan Pablo II la reconoció comos santa el 1 de octubre de 2000.

- Santa Bakhita ha tocado las vidas de personas de todo el mundo. He oído una historia sobre un preso norteamericano en el corredor de la muerte que se convirtió por Santa Bakhita. ¿Nos puede hablar sobre esto?

Hermana Severina: Sí, hay un preso en el corredor de la muerte, en Oregon. Este hombre estaba desesperado, y un día se encontró en la puerta de su celda una carta de una señora suiza que, como hobby, buscaba en Internet los nombres de personas condenadas a muerte. Les escribía para darles un poco de ánimo. El preso, Jeffrey, vio la carta y, durante un tiempo, no se ocupó de ella, pero, al final, la recogió con la idea de tirarla a la papelera. Pero cayó fuera. Así que la recogió de nuevo, la abrió y leyó que esta señora le quería y que Santa Bakhita también lo quería. Comenzó a preguntarse quién sería esta Bakhita. Intentó ignorarla de nuevo pero no hallaba la paz, así que escribió a esta señora preguntándole por Bakhita. Le envió un folleto con la historia de Bakhita. Quedó tan impresionado por lo que esta niña tuvo que pasar, su capacidad de perdonar y ser capaz de tener éxito en su vida que, poco a poco, algo cambió en él. Pidió ser bautizado y ahora quiere hacer algo por Sudán. Y de esta forma desde su pequeña celda escribe carta. Ha comenzado un proyecto que fomenta las ayudas para los niños de Sudán.

- ¿Creo que ha escrito unas 600 cartas?

Hermana Severina: Ha escrito más de 600 cartas. También es un artista. Así que está creando obras de arte para venderlas con este fin. También está ayudando a convertir a reclusos y está teniendo éxito de verdad. Yo creo que este es uno de los mayores milagros obrados por la hermana Bakhita.

- ¿Qué importancia tiene Santa Bakhita para el pueblo sudanés?

Hermana Severina: Santa Bakhita es, en primer lugar, un signo y un motivo de orgullo tanto para Sudán como para su pueblo. Bakhita es la primera sudanesa santa. Fue una esclava. Fue una mujer. Su fama se ha extendido por todo el mundo. Reveló al mundo lo mejor de su pueblo y atrajo la atención del mundo sobre los problemas y la situación de Sudán.

- ¿Cuándo habla usted al pueblo sudanés sobre la hermana Bakhita y el perdón a sus enemigos, es algo que puedan acoger en su corazón a la luz de todas las dificultades que han sufrido en Sudán?

Hermana Severina: Creo que sí, porque Bakhita es de verdad sudanesa. Los sudaneses la aman tanto porque reveló lo mejor de su pueblo. Cuando llegué a Sudán, era una época de terrible lucha y sufrimiento. Yo mismo no podía soportarlo y cuando preguntaba a la gente: “¿Cómo pueden soportar esta situación?”. Ellos decían: “Hermana, no creo que seamos los derrotados. Somos los vencedores porque podemos sufrir sin buscar venganza. Esta fuerza interior que mostramos es lo que vence a sus enemigos”. Esta es la fuerza que encontramos en la hermana Bakhita, y ahora en su pueblo.

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Esta entrevista fue realizada por Mark Riedemann para “Dios llora en la Tierra” un programa radiotelevisivo semanal producido por Catholic Radio & Televisión Network en colaboración con la organización católica Ayuda a la Iglesia Necesitada.

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Más información en: www.ain-es.org, www.aischile.cl

“Hermana Bakhita: Una Canción de Libertad”, trailer: www.youtube.com/watch?v=NiVe3S3tnuU

sábado, 2 de abril de 2011

Dignidad de la mujer I.- Igualdad hombre-mujer




La ex comunista y feminista radical María Antonietta Macchiocchi, en su «apasionante viaje en búsqueda de la Verdad» sobre la dignidad de la mujer, que no logró encontrar en las ideologías imperantes del siglo XX, leyó con avidez la carta Mulieris Dignitatem, firmada por Juan Pablo II en 1988, «que supuso el descubrimiento del pensamiento sobre la mujer más revolucionario y de mayor profundidad de todos los que había conocido en su periplo intelectual». Una lectura que le llevó a escribir el libro Las mujeres según Wojtyla, afirmando en él: de improviso, adquieren sentido las tradiciones, se reconquistan los valores culturales y religiosos, luces como la idea de «lo divino que hay en las mujeres». La historia femenina humana es una página blanca, que está toda por escribir. No hay que llorar por una época de oro del socialismo igualitario hombre-mujer, que no ha sido más que engaño y mentira degradante. La historia vuelve a comenzar y otros valores se perfilan vivos ante nosotros en el tercer milenio.

A partir de la mitad del siglo XX, se había verificado «una explosión de la cultura feminista», ya que no obstante la conquista del voto femenino en 1945 y otros importantes logros como «la instrucción, el acceso a las profesiones, la igualdad de oportunidades y el ingreso al mundo del trabajo, tardaron en hacerse verdaderamente una posibilidad real para las mujeres».

El Concilio Vaticano II en su mensaje final había afirmado: «Ha llegado la hora en que la vocación de la mujer llega a su plenitud, la hora en que la mujer ha adquirido en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a la humanidad a no degenerar».

El Sínodo de los Obispos de 1987, sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, puso también de relieve la dignidad y la vocación de las mujeres, siguiendo la «revolucionaria» singladura postconciliar.

Juan Pablo Magno, el 25 de marzo de 1987 promulgó su Carta Encíclica «Redemptoris Mater» sobre la Bienaventurada Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina en la pespectiva del año dos mil, en la que el Pontífice puso de relieve, como esencial, la figura de María.

Impulsos con los que, durante el Año Mariano de 1988, el 15 de agosto, Juan Pablo II, lanzó al mundo entero su Carta Apostólica «Mulieris dignitatem» sobre la dignidad y la vocación de la mujer. Documento pontificio, que a pesar de su riqueza, y de la importancia de su contenido, es casi desconocido para la mayoría de los católicos.

I. Igualdad hombre-mujer

Al tratar de la igualdad hombre-mujer, no debemos olvidar que dicha igualdad no puede ser total y absoluta, desde el momento en la misma naturaleza nos modeló distintos.

La anatomía femenina tiene elementos totalmente diversos a los de la masculina, porque también las funciones de los sexos son diversas en la sociedad. Pero se debe hablar de la igualdad entre los sexos en cuanto se refiere a derechos sociales y privilegios divinos y humanos.

En la Mulieris dignitatem, subraya el Santo Padre que la mujer y su vocación se cumplen en plenitud; esta es la hora en que la mujer adquiere en el mundo, una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora (1). Un «signo de los tiempos». Triunfo de la mujer que admite gustosamente el Pontífice y desea defenderlo contra todo machismo.

Pone en guardia a la mujer, para que, en su anhelo de «imitar» al varón, no pierda sus propias características, su originalidad, deformando lo que constituye su «riqueza» esencial, una riqueza que fue «un signo de admiración y de encanto» en cuanto contempló Adán a la primera mujer.

La mujer tiene un camino diverso para su perfección. Los recursos personales de la femineidad von son ciertamente menores que los recursos de la masculinidad; son solo diferentes. Por consiguiente, la mujer debe entender su «realización» como persona, su dignidad y su vocación, sobre la base de estos recursos de acuerdo con la riqueza de la femineidad, que recibió el día de la Creación y que hereda como expresión peculiar de la «imagen y semejanza de Dios» (10).

Dios no la hizo inferior al hombre, sino diferente, con una misión particular que no puede verificar el hombre, pero que ella debe desarrollar plenamente.

Dios madre

La característica de la maternidad femenina es asombrosa, porque la mujer hereda la potestad de seguir creando, como Dios. El mismo Dios se presenta con la preocupación y la ternura de madre para con su pueblo: Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré (Is 66, 13).

Con estas expresiones, multiplicadas en la Biblia, Dios pretende exaltar la fecundidad de un vientre materno, donde Dios verifica un milagro, cual es de una creación de una compleja maravilla humana. Porque tanto el hombre como la mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios se explica que Dios use de sí mismo cualidades y funciones maternales, siempre teniendo en cuenta que Dios es Espíritu.

En lugar de discutir diferencias inevitables, tanto la mujer como el varón han de reflexionar y admirar la capacidad de engendrar que Dios les concedió en proporción diversa, y que es un parecido con la función del «engendrar» divino, y por lo tanto de creación continuada.

Eva y María

El Demonio, en forma de serpiente, convence a Eva, a la mujer, a pecar; y ella, inficiona, con su inevitable influencia al varón, es la que le tienta hasta llevarle al pecado. ¿Se pierde ahora «la imagen y semejanza de Dios»? No, ni el varón ni la hembra, pero sí se ofusca y se rebaja. Se ha perdido la unidad entre los esposos, con desventaja para la mujer que, en su más elevada función de la maternidad, sentirá el dolor como castigo de su insinuación al pecado.

Pero si la mujer fue la primera artífice del pecado, será también la mujer-María, la primera restauradora de la catástrofe. Juan Pablo II destaca que en la Antigua Alianza solo intervino el varón –Noé, Abraham y Moisés- como interlocutor valioso ante Dios; pero en la Nueva Alianza, la «mujer» adquiere una preponderancia peculiar, porque serán «la mujer y su descendencia», los artífices de la restauración, dando a la mujer un papel activo, no sólo como portadora del Salvador.

En esta función superior, María «es el nuevo principio» de la dignidad y vocación de la mujer. Ya que María reconocerá, sin envidia alguna hacia el varón, que Dios hizo en mí maravillas: es el descubrimiento por María de la propia humanidad femenina, de toda la originalidad de la «mujer» en la manera en que Dios la quiso, como persona en sí misma y que al mismo tiempo puede realizarse en plenitud por medio de la entrega sincera de sí». Jamás varón alguno podrá alcanzar la cima de una realización femenina como es el prestar el útero, el seno, el calor de una mujer a una nueva vida.

Mujer: no eres de menor calidad; fíjate en otra mujer, María. En María, Eva vuelve a descubrir cuál es la verdadera dignidad de la mujer, de la humanidad femenina. Y este descubrimiento debe llegar constantemente al corazón de cada mujer, para dar forma a su propia vocación y a su vida (11).

Iguales en dignidad y derechos; distintos en funciones y vocación.