sábado, 21 de diciembre de 2013

Francesca, una muerte que genera vida para sus hijos, sus familiares y sus innumerables amigos

En una sociedad en la que la muerte es un argumento tabú porque ya no se reconoce el significado de la vida, suceden hechos que llevan dentro una carga de humanidad tan fuerte que basta mirarlos para “entender”. Sólo es necesario dejarse tocar por el testimonio que emana de ellos. 


Basta mirar, basta escuchar. Y toda la historia de Francesca Pedrazzini es para mirar, para escuchar: ella ha atravesado el mar de una enfermedad sin posibilidad de solución con la certeza de que Dios seguía estando a su lado. Viviendo así, hasta su último suspiro, ha dejado una huella imborrable en el corazón de muchas personas que la han acompañado en su calvario.

Una vida llena y apasionada

Tiene una familia hermosa. Es profesora de derecho en una escuela superior de Milán, está casada con Vincenzo, abogado, tienen tres hijos, es resuelta y apasionada de su trabajo y con los amigos, y sentía un amor especial por el mar de Grecia. Una vida constelada de superlativos absolutos.

Todo era “ísimo”: la pizza buenísima, la persona que había conocido era simpatiquísima y, a menudo, se convertía en amiguísima. Buscaba la felicidad en cualquier parte y si en algo percibía aunque fuera un destello, esa cosa se convertía en “ísima”.



Descubren un pequeño tumor

Un día de febrero de 2011, al quitarse el jersey, nota un dolor en el seno. Una sospecha, después la visita ginecológica, las pruebas, el descubrimiento de un pequeño tumor, la operación quirúrgica, los médicos que la tranquilizan - «felicidades, se ha curado completamente, todo está bien».

En cambio, al cabo de unos meses, la enfermedad reaparece, los marcadores tumorales son elevados, «ha invadido todo, huesos e hígado también», se desahoga con una amiga. Francesca, con su marido, va a confiarse con el amigo Claudio, en el monasterio benedictino de la Cascinazza, a las afueras de Milán. Un dialogo esencial. «Rezamos por tu curación – le dice el monje – pero debes saber que si este milagro no sucede, habrá otro aún más grande».

Comienza el calvario... Pero no está sola
 
Empieza un calvario: radioterapia, quimioterapia, los ingresos y los periodos transcurridos en casa entre la cama y el sofá, cortisona, hinchazones, complicaciones, los huesos que se convierten en cristal. Los amigos, muchísimos, la rodean, a ella y a su familia.

En un email escribe a Clara: «Estoy abrumada por la caridad que todos tienen hacia mí y, por tanto, del abrazo de Jesús. ¿Sabes que se envían un archivo en Excel con los turnos de mañana-mediodía-tarde-noche? Es increíble, sigue llamándome gente que quiere venir a verme».

Abrumada por la caridad

«Abrumada». Lo dice también cuando sabe que el círculo de amigos se ha ampliado tanto que hay gente que reza y pide la gracia de su curación en América, Rusia, Líbano, Taiwán.

A Anna, otra amiga, le confía que «la misericordia de Dios es grande, porque no pasa un día en el que Él no me saque de la desesperación. Hay siempre una persona, una llamada telefónica, algo que leo que no permite que prevalezca la tristeza».

La presencia del Misterio

Su camino en el movimiento de Comunión y Liberación, que había conocido cuando era una chica joven y le había literalmente colmado la existencia, ayudándola a reconocer la presencia del Misterio en cada circunstancia, se hace más intenso, más verdadero.

Una frase de Julián Carrón, el sacerdote español que guía a Comunión y Liberación, y al cual le cuenta su enfermedad, se le queda impresa en el corazón: «Ves Francesca, todos nosotros somos enfermos crónicos. Pero tú tienes una ocasión más para tu crecimiento, que no puedes perder».

También cuando la enfermedad se vuelve más agresiva, Francesca quiere disfrutar de la vida hasta el fondo. A finales de julio de 2012, las últimas vacaciones en Cefalonia, en Grecia: «Quería contemplar el mar, tener delante la belleza – recuerda el marido –. La noche antes de volver la pasó despierta, en la terraza. Había una vista increíble, con la luna reflejada en el agua».

Se despide de sus hijos

A los pocos días ingresa de nuevo en el hospital, en Milán, donde permanecerá hasta su muerte. El 22 de agosto no quiere visitas, quiere dedicar todo el día a sus hijos: Cecilia, de 9 años, Carlo de 6 y Sofía de 3. Charlas, bromas, adivinanzas, alguna lágrima.

A Cecilia, que se mete en su cama, le dice: «Voy a un lugar bellísimo, estoy contenta y tengo curiosidad. Te lo ruego, cuando vaya al Paraíso tenéis que hacer una bonita fiesta». Vincenzo, mirando hoy a sus hijos, comenta: «Están serenos, llenos de vida. La nostalgia está, pero no es un obstáculo. Mi mujer ha hecho por ellos ese día más de lo que una madre puede hacer en cincuenta años de amor y educación».

En el hospital están todos asombrados del espectáculo de tantos amigos alrededor de esa cama, hablando, riendo, llorando, rezando. Un médico le dice a la madre de Francesca: «No he visto nunca una fe como la de su hija. Me hubiera gustado conocerla un poco más. Dígale que cuando esté en el Paraíso se acuerde del último médico que la ha cuidado».

"No tengo miedo"

El 23 de agosto entra en coma, el tiempo se hace más breve. Vincenzo le da un beso y susurra en su oído: «No tengas miedo». Ella se despierta, abre los ojos y dice en voz alta: «No tengo miedo».

Son sus últimas palabras. Que se han convertido en el título de un libro escrito por Davide Perillo (Ediciones San Pablo), que recoge decenas de testimonios conmovedores y está vendiendo miles de copias.

La historia de Francesca ha marcado el corazón de muchas personas, ha favorecido el acercamiento a la fe de algunos, ha dejado con la boca abierta al taxista que acompañaba a una de sus amigas al funeral: «¡Qué aire de fiesta, pensaba que era una boda!».

Un milagro más grande

Pequeños y grandes milagros cotidianos que siguen sucediendo. El monje benedictino que Francesca había ido a ver después de saber que tenía un tumor, le había dicho: «Rezamos por tu curación, pero debes saber que si este milagro no sucede, habrá otro aún más grande». Y así ha sido.

(Traducción de Helena Faccia Serrano)
 

sábado, 14 de diciembre de 2013

Empezó ayudando a algunos enfermos y hoy su obra está en 13 países: María Gay hacia los altares

El Papa Francisco autorizó el pasado martes 10 de diciembre el reconocimiento de las virtudes heroicas de diez cristianos. Una de ellos es la gerundense María Rosa Teresa Gay Tibau, fundadora de las Religiosas de San José de Gerona (www.irsjg.org).


Cuando María empezó a cuidar enfermos en 1851 probablemente no podía imaginar que dejaría un legado tan fecundo: las religiosas de San José de Gerona cuentan hoy con casi 60 comunidades presentes en 13 países (España, Francia, Italia, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Argentina, México, Guinea Ecuatorial, Rwanda, Camerún y Republica Democrática del Congo), una red que mantiene 5 clínicas, 6 residencias y 2 colegios.

Bajo el poder napoleónico

María nació hace dos siglos (24 de octubre de 1813) en Llagostera, pequeña localidad en la provincia de Gerona. Entonces Llagostera se hallaba ocupada y oprimida por las tropas napoleónicas que habían robado las cosechas, quemado el juzgado y algunas masías, e intentado destruir la iglesia parroquial. El pueblo quedó desierto porque sus habitantes tuvieron que huir por las montañas o a otros lugares para salvar la vida.

Huérfana de padre

Derrotados los franceses en 1814 los vecinos pudieron volver a sus casas, pero se encontraron en la miseria.

Una de estas familias era la de María Gay Tibau, quien para más contrariedad quedaba huérfana de padre en 1815, antes de que naciera su hermano. Su madre se tuvo que ocupar del cuidado de sus dos hijos: María y Pedro.

En la familia se vivía una piedad sincera y profunda. María recibió las enseñanzas del catecismo de mano del párroco. Su vida transcurrió con sencillez y silencio al lado de su madre y de su hermano. Cuando tuvo edad para ello, ayudó a su madre en las tareas domésticas y cotidianas.

Ayuda a una familia

En el verano de 1850 su madre enfermó gravemente y fue trasladada al hospital de Gerona. María la atendió con diligencia y cariño, pero no pudo impedir su muerte en octubre.

Fue entonces cuando ella se instala en Gerona y decide ir a vivir con la familia Ros Llausas; ayuda a Concepción Llausas en el cuidado y educación de sus cinco hijos.

En 1851, con 38 años, entra a formar parte de la Tercera Orden Dominica, donde profesó como Terciaria. Durante muchos años compaginó su trabajo doméstico con el servicio a los enfermos, que acudían a la casa del doctor Amerio Ros.

Después se enrola en la Cofradía de la Purísima Sangre, donde trabajará para los enfermos durante otros 20 años.

Entonces va madurando en su interior el plan de Dios para ella: fundar un instituto religioso dedicado al servicio a los enfermos. Este proyecto fue impulsado por los habitantes de Gerona que solicitaban sus servicios.




Carmen Esteve, su colaboradora

En los inicios de esta empresa se le unieron mujeres jóvenes; entre ellas, Carmen Esteve Andoca, que se convierte en su primera colaboradora.

En 1870 ponen en marcha el Instituto de las Hermanas de San José. La calidad de sus servicios a los enfermos pronto se hizo célebre en Gerona y muchas jóvenes se unen a la Congregación. María y sus seguidoras recorrían día y noche las calles de Gerona para atender a los enfermos.

En 1872 el obispo de Gerona, Constantino Bonet, les entrega un reglamento interno.

Persecución religiosa en España

En esos tiempos estaban prohibidas en España algunas asociaciones religiosas y se perseguía y encarcelaba a algunos sacerdotes.

María Gay y varias compañeras hicieron su profesión en la Tercera Orden de San Francisco para salvar la asociación. En 1880 el nuevo obispo de Gerona, Tomás Sivilla, les permite inaugurar el noviciado, donde María Gay actuaba de madre y maestra espiritual de todas.

María Teresa Gay Tibau murió el 18 de marzo de 1884. Su vida y su obra apostólica se enmarca en una oleada de santas catalanas del siglo XIX, muchas de las cuales fueron verdaderas pioneras en campos donde la mujer tenía entonces poca presencia: ellas revolucionaron la educación de las niñas, la atención a los más pobres y la asistencia médica. 

domingo, 8 de diciembre de 2013

Inmaculada Concepción



Es la Gracia de Dios. María es así por la Gracia. Porque es llena de Gracia desde su primer instante y porque con libertad respondió siempre bien a Dios. La llamamos Inmaculada porque no ha conocido el pecado. Por especial privilegio es preservada del pecado original y durante su vida siempre responde a Dios manifestándole amor en cada circunstancia.