La estadounidense Vivienne Harr quería
«abolir la esclavitud de los niños» y su puesto en Doc Edgar Park se ha
convertido en un lugar tan famoso que ha recogido un millón de dólares
en un año. «Servir es la cosa más hermosa del mundo».
Vivienne Harr es una niña estadounidense de 8 años, llena de vida y de energía, que ha recogido un millón de dólares en un año vendiendo limonadas.
Habéis entendido bien, un millón de dólares, y no es sorprendente que se haya convertido en una celebridad en Estados Unidos.
Todo empezó cuando su madre, conmovida, le hizo ver una fotografía de dos hermanos nepalíes, obligados a trabajar como esclavos y que, dándose la mano, transportaban piedras: «Me dije a mí misma: “Quiero ayudarles y el único modo que conozco para recoger dinero es vender limonada», ha contado Vivienne a la Nbc.
La niña quería recoger 100.000 dólares «pero nunca habría pensado que llegaría tan lejos».
Limonada contra la esclavitud
La ha premiado, además de su corazón de niña, la constancia. Vivienne no
ha montado su puesto en Doc Edgar Park durante algunos días, semanas o
meses: ha vendido limonadas un año entero.
A los 52 días envió este tuit al periodista del New York Times, Nicholas Kristof: «Hola, soy una niña de 8 años y estoy vendiendo limonada contra la esclavitud cada día hasta que llegue a los 100.000 dólares».
Kristof retuiteó. Y al poco tiempo, sus seguidores se han convertido
primero en centenares, luego en miles de ellos. La fama de su puesto
creció increíblemente, como también la venta de limonada.
El día 173 el alcalde de Nueva York le permitió llevar su puesto a Times
Square, donde consiguió el objetivo de 100.000 dólares que se había
propuesto.
Y no se dio por satisfecha
Pero cuando sus padres le dijeron que ahora podía considerarse satisfecha, ella respondió: «¿Es que acaso ha acabado la esclavitud de los niños?».
El padre, estupefacto, le ha respondido claramente que no.
Y ella: «Bien, por tanto tampoco yo he acabado».
Vivienne continuó hasta el día 365 y cuando llegó al millón de dólares, con la ayuda de sus padres, transformó la limonada artesanal en un producto que ahora se vende en 165 tiendas del país.
La felicidad está en servir
La niña ha ganado centenares de premios internacionales de beneficencia,
comunicación, empresa y de organizaciones sin ánimo de lucro.
También se ha rodado un documental que se presentará en el próximo Sundance Film Festival.
De la venta de limonada, Vivienne ha aprendido algo: «Pensaba que lo
máximo de la vida era otra cosa, en cambio estoy feliz de poder servir,
de ayudar. Es lo más hermoso del mundo».
La web de Make A Stand / Lemon-Aid, con todo el desarrollo de este servicio, está en:
http://makeastand.com/company/viviennes-story
Benedetta Frigerio / Tempi.it
UN ESPACIO DEDICADO A LAS MUJERES QUE EN SU ACCIONAR, SON VERDADEROS EJEMPLOS PARA LAS PERSONAS, LA SOCIEDAD Y LAS INSTITUCIONES CON PODER POLITICO Y RELIGIOSO.
sábado, 25 de enero de 2014
sábado, 11 de enero de 2014
Sor Isabel: «Fui de las primeras monjas en Rusia, nos preguntaban en la calle si éramos actrices»
En
Rusia sor Isabel Chinchilla Lorenzana cumplió hace poco 20 años de
vocación al servicio del prójimo, sin importar su origen o religión.
Esta monja guatemalteca ha servido durante 20 años a quienes más lo
necesitan, en Rusia.
En las fotos siempre sonríe, y en un video se le oye hablar ruso con fluidez. Es originaria de Santa Rosa (Guatemala) pero sus padres emigraron a El Chal, Dolores, Petén, cuando tenía 12 años, a donde regresa cada dos o tres años para visitar a su familia.
Llegó al convento con 17 años
“Señor, haz que como se abre ese portón para dejarme entrar, no se abra nunca más para dejarme salir”, pidió la religiosa el día que llegó al convento, a los 17 años, sin saber qué le esperaba.
Chinchilla compartió vía telefónica sus experiencias en San Petersburgo, Rusia, a donde su misión la llevó a ser eslabón fundamental de un hogar que atiende a unas 50 madres solteras y a sus hijos que pasan por apremios. Les prodiga ayuda material y espiritual, y afecto.
-¿Qué la llevó a convertirse en monja?
- Vengo de una familia numerosa, y siempre he sido de carácter alegre e independiente. Me gustaba ir a fiestas con amigos y amigas; era líder del grupo, y me gustaba tener novios. Si a los 15 años me hubieran dicho que sería monja, me hubiera reído. Le decía a mi mamá que quería tener una familia con muchos hijos, como ella, pero mi vida cambió a los 16 años, a principios de la década de 1980, cuando trabajaba en la parroquia de mi localidad.
»La hermana superiora de Santa Elena, Petén, llegó a El Chal para invitarme a conocer el orfelinato del convento, donde se atendía a huérfanos y viudas del conflicto armado interno. Aunque evadía la invitación, al final me convenció. Pasé un año en el convento de las Hermanas Dominicas Misioneras de San Sisto, en la zona 18, como novicia, y luego me enviaron a Italia, donde tomé el hábito año y medio después.
-¿Cómo llegó a Rusia?
- Cuando terminé mis estudios de Teología en Italia, tenía que seguir mi misión, y me enviaron a Rusia. Al principio me asusté mucho, porque no sabía nada de ese país. En Roma asistí junto a otras monjas y frailes durante dos meses a un curso acelerado de idioma ruso.
-¿Cuáles fueron sus primeras impresiones?
- Llegué en 1993, y al principio fueron días tristes, porque la gente no se comunicaba con extranjeros, puesto que habían pasado pocos años desde la desintegración de la Unión Soviética. Los rusos no estaban acostumbrados, porque durante el comunismo tenían prohibido hablar con ellos. Para mí, fue difícil, porque soy muy sociable. Los rusos me miraban con extrañeza, y yo me preguntaba qué pecado tan grande había cometido para terminar así.
-¿Cómo se comportaban los rusos con usted?
- Nos miraban con sospechas, porque fui una de las primeras monjas que llegaron a Rusia. La gente nos preguntaba en la calle si éramos actrices. Encontramos en ruinas la iglesia católica de Santa Catalina, la primera en ese país, y que se terminó de construir en 1783, porque el comunismo la utilizó como depósito de armamento. Se devolvió a los fieles en 1992, y su reconstrucción finalizó hace tres años. Hace pocos días, el Papa la proclamó basílica.
-¿A qué se dedicaba en su misión?
- Empecé a impartir catequesis a unos 45 niños. Los preparaba para el bautizo y para la primera comunión. Estuvieron conmigo nueve o 10 años. Ahí fui conociendo al pueblo ruso, y he comprendido, después de tantos años, que es muy abierto y muy acogedor. Si tú les das el corazón, ellos te dan alma; pero hay que ser sinceros, humildes y respetuosos. La humildad es una de las llaves que ayuda a abrir las puertas, no la soberbia. He aprendido que aquello que te hace sufrir lo terminas amando. Pero el secreto más grande es no proclamar la fe, sino vivirla.
-¿Ahora sirve en Cáritas?
- El proyecto, que se fundó hace 10 años, se llama Ditiá i Mat (Hijos y Madre), y ayudamos a madres solteras y a sus hijos de escasos recursos. Es un trabajo bastante duro, porque se atiende a mujeres drogadictas o con problemas psicológicos. Los primeros años eran difíciles, porque miraba la necesidad de las mamás, que me pedían un pedazo de pan.
»Un caso que me estremeció profundamente fue el de una mamá angustiada que vino con su hijo recién nacido, moribundo por la desnutrición, y que falleció poco después. No me avergüenza decir que lloré junto a ella. Fue una experiencia que cambió algo dentro de mí. Una cosa es leer lo que pasa en el mundo y otra es vivirlo. Mi lema es ayudar, amar, aceptar, no juzgar y acoger a quien tenga necesidad de ser escuchado, y hacer obediencia hasta que Dios así lo decida.
-¿En qué consiste su labor?
- Me encargo de la parte espiritual y hago manualidades para venderlas y recaudar fondos para alimentos, vitaminas y pañales desechables, porque aquí por el frío no se pueden usar de tela. También les enseño a las mamás a coser, dibujar y arreglar ropa; preparo el almuerzo y busco donadores.
-¿Es difícil ser religiosa católica en un país con predominio ortodoxo?
- Poco a poco la gente se dio cuenta de que nos dedicamos a hacer el bien, y comenzaron a acercarse personas caritativas que nos ayudan. Hemos compartido con ortodoxos, y nunca hemos tenido problemas. Al contrario, cuando tuvimos una pequeña escuela de párvulos, asistían niños de sacerdotes ortodoxos. Ellos me agradecen el servicio que hago con las familias. Es algo muy bello compartir sin importar la religión, el origen o la nacionalidad. Acogemos a toda madre, ya sea ortodoxa, hebrea, musulmana o católica.
-¿Cuál ha sido su mayor reto de estos 20 años?
- El invierno largo, porque siento la necesidad del calor. Aquí difícilmente se ve el sol, y de octubre hasta enero comienza a aclarar a las 9 horas y a las 15.30 horas oscurece. Esa oscuridad me entristece, pero lo he ido superando. A las mamás les cuento de dónde vengo, y se maravillan; pero al mismo tiempo dicen que es un gran sacrificio dejar una tierra tan bella y llena de sol, y vivir aquí donde hay frío y nieve. Pero ese es el centro de la vida religiosa, siempre que hay un problema que enfrentar, y si este no es feo, difícilmente se puede superar.
Perfil de una misionera
Sor Isabel Chinchilla Lorenzana nació en San Luis Los Llanos, Chiquimulilla, Santa Rosa, el 2 de junio de 1965.
A los 12 años emigró con su familia a El Chal, Dolores, Petén, donde estudió la primaria. Cursó la educación secundaria en Casa Central, zona 1.
Entró en 1983 en el convento de las Hermanas Dominicas Misioneras de San Sisto, en la zona 18.
En 1983 tomó el hábito en Roma, Italia, donde en 1991 concluyó la carrera de Magisterio, en el Instituto Guglielmo Grazzi. Concluyó sus estudios de Teología en el Instituto de Ciencia Religiosa de Grotta Ferrata, San Vicenzo de Pallotini, en Italia.
Llegó a San Petersburgo, Rusia, como misionera, el 18 de julio de 1993. Cumplió el año pasado 20 años de misión en esa ciudad rusa, y 25 de votos.
En las fotos siempre sonríe, y en un video se le oye hablar ruso con fluidez. Es originaria de Santa Rosa (Guatemala) pero sus padres emigraron a El Chal, Dolores, Petén, cuando tenía 12 años, a donde regresa cada dos o tres años para visitar a su familia.
Llegó al convento con 17 años
“Señor, haz que como se abre ese portón para dejarme entrar, no se abra nunca más para dejarme salir”, pidió la religiosa el día que llegó al convento, a los 17 años, sin saber qué le esperaba.
Chinchilla compartió vía telefónica sus experiencias en San Petersburgo, Rusia, a donde su misión la llevó a ser eslabón fundamental de un hogar que atiende a unas 50 madres solteras y a sus hijos que pasan por apremios. Les prodiga ayuda material y espiritual, y afecto.
-¿Qué la llevó a convertirse en monja?
- Vengo de una familia numerosa, y siempre he sido de carácter alegre e independiente. Me gustaba ir a fiestas con amigos y amigas; era líder del grupo, y me gustaba tener novios. Si a los 15 años me hubieran dicho que sería monja, me hubiera reído. Le decía a mi mamá que quería tener una familia con muchos hijos, como ella, pero mi vida cambió a los 16 años, a principios de la década de 1980, cuando trabajaba en la parroquia de mi localidad.
»La hermana superiora de Santa Elena, Petén, llegó a El Chal para invitarme a conocer el orfelinato del convento, donde se atendía a huérfanos y viudas del conflicto armado interno. Aunque evadía la invitación, al final me convenció. Pasé un año en el convento de las Hermanas Dominicas Misioneras de San Sisto, en la zona 18, como novicia, y luego me enviaron a Italia, donde tomé el hábito año y medio después.
-¿Cómo llegó a Rusia?
- Cuando terminé mis estudios de Teología en Italia, tenía que seguir mi misión, y me enviaron a Rusia. Al principio me asusté mucho, porque no sabía nada de ese país. En Roma asistí junto a otras monjas y frailes durante dos meses a un curso acelerado de idioma ruso.
-¿Cuáles fueron sus primeras impresiones?
- Llegué en 1993, y al principio fueron días tristes, porque la gente no se comunicaba con extranjeros, puesto que habían pasado pocos años desde la desintegración de la Unión Soviética. Los rusos no estaban acostumbrados, porque durante el comunismo tenían prohibido hablar con ellos. Para mí, fue difícil, porque soy muy sociable. Los rusos me miraban con extrañeza, y yo me preguntaba qué pecado tan grande había cometido para terminar así.
-¿Cómo se comportaban los rusos con usted?
- Nos miraban con sospechas, porque fui una de las primeras monjas que llegaron a Rusia. La gente nos preguntaba en la calle si éramos actrices. Encontramos en ruinas la iglesia católica de Santa Catalina, la primera en ese país, y que se terminó de construir en 1783, porque el comunismo la utilizó como depósito de armamento. Se devolvió a los fieles en 1992, y su reconstrucción finalizó hace tres años. Hace pocos días, el Papa la proclamó basílica.
-¿A qué se dedicaba en su misión?
- Empecé a impartir catequesis a unos 45 niños. Los preparaba para el bautizo y para la primera comunión. Estuvieron conmigo nueve o 10 años. Ahí fui conociendo al pueblo ruso, y he comprendido, después de tantos años, que es muy abierto y muy acogedor. Si tú les das el corazón, ellos te dan alma; pero hay que ser sinceros, humildes y respetuosos. La humildad es una de las llaves que ayuda a abrir las puertas, no la soberbia. He aprendido que aquello que te hace sufrir lo terminas amando. Pero el secreto más grande es no proclamar la fe, sino vivirla.
-¿Ahora sirve en Cáritas?
- El proyecto, que se fundó hace 10 años, se llama Ditiá i Mat (Hijos y Madre), y ayudamos a madres solteras y a sus hijos de escasos recursos. Es un trabajo bastante duro, porque se atiende a mujeres drogadictas o con problemas psicológicos. Los primeros años eran difíciles, porque miraba la necesidad de las mamás, que me pedían un pedazo de pan.
»Un caso que me estremeció profundamente fue el de una mamá angustiada que vino con su hijo recién nacido, moribundo por la desnutrición, y que falleció poco después. No me avergüenza decir que lloré junto a ella. Fue una experiencia que cambió algo dentro de mí. Una cosa es leer lo que pasa en el mundo y otra es vivirlo. Mi lema es ayudar, amar, aceptar, no juzgar y acoger a quien tenga necesidad de ser escuchado, y hacer obediencia hasta que Dios así lo decida.
-¿En qué consiste su labor?
- Me encargo de la parte espiritual y hago manualidades para venderlas y recaudar fondos para alimentos, vitaminas y pañales desechables, porque aquí por el frío no se pueden usar de tela. También les enseño a las mamás a coser, dibujar y arreglar ropa; preparo el almuerzo y busco donadores.
-¿Es difícil ser religiosa católica en un país con predominio ortodoxo?
- Poco a poco la gente se dio cuenta de que nos dedicamos a hacer el bien, y comenzaron a acercarse personas caritativas que nos ayudan. Hemos compartido con ortodoxos, y nunca hemos tenido problemas. Al contrario, cuando tuvimos una pequeña escuela de párvulos, asistían niños de sacerdotes ortodoxos. Ellos me agradecen el servicio que hago con las familias. Es algo muy bello compartir sin importar la religión, el origen o la nacionalidad. Acogemos a toda madre, ya sea ortodoxa, hebrea, musulmana o católica.
-¿Cuál ha sido su mayor reto de estos 20 años?
- El invierno largo, porque siento la necesidad del calor. Aquí difícilmente se ve el sol, y de octubre hasta enero comienza a aclarar a las 9 horas y a las 15.30 horas oscurece. Esa oscuridad me entristece, pero lo he ido superando. A las mamás les cuento de dónde vengo, y se maravillan; pero al mismo tiempo dicen que es un gran sacrificio dejar una tierra tan bella y llena de sol, y vivir aquí donde hay frío y nieve. Pero ese es el centro de la vida religiosa, siempre que hay un problema que enfrentar, y si este no es feo, difícilmente se puede superar.
Perfil de una misionera
Sor Isabel Chinchilla Lorenzana nació en San Luis Los Llanos, Chiquimulilla, Santa Rosa, el 2 de junio de 1965.
A los 12 años emigró con su familia a El Chal, Dolores, Petén, donde estudió la primaria. Cursó la educación secundaria en Casa Central, zona 1.
Entró en 1983 en el convento de las Hermanas Dominicas Misioneras de San Sisto, en la zona 18.
En 1983 tomó el hábito en Roma, Italia, donde en 1991 concluyó la carrera de Magisterio, en el Instituto Guglielmo Grazzi. Concluyó sus estudios de Teología en el Instituto de Ciencia Religiosa de Grotta Ferrata, San Vicenzo de Pallotini, en Italia.
Llegó a San Petersburgo, Rusia, como misionera, el 18 de julio de 1993. Cumplió el año pasado 20 años de misión en esa ciudad rusa, y 25 de votos.
domingo, 5 de enero de 2014
La denuncia de una monja desencadena una redada policial contra 7 prostíbulos
La hermana Martha Pelloni lucha contra la explotación sexual y la esclavitud de mujeres desde hace años. En esta oportunidad, y tras una exhaustiva investigación, presentó una denuncia penal contra siete prostíbulos en la capital de la provincia argentina de Corrientes.
En algunos de estos lugares se emplearon cámaras ocultas. Uno de estos prostíbulos tiene custodia de la propia Policía, y otro fue clausurado, además de sancionado con una multa, según informó la Fundación Alameda, que colabora en el marco de la Red Nacional Antimafia.
Locales encubiertos
La denuncia penal que firma Pelloni, titular de la Fundación Infancia Robada, desvela cómo la mayoría de estos espacios se encubren bajo la fachada de un bar, pool o café.
La investigación realizada por la Fundación permitió descubrir a los directores de los lugares. Pelloni realizó la denuncia contra autores, instigadores, cómplices y encubridores basándose en la ley que establece que “queda prohibido en toda la República el establecimiento de casas o locales donde se ejerza la prostitución, o se incite a ella”.
Penas de multa y de prisión
Esta misma ley además establece que “los que sostengan, administren o regenteen, ostensibles o encubiertamente casas de tolerancia, serán castigados con una multa de 12.000 a 25.000 pesos. En caso de reincidencia sufrirán prisión de 1 a 3 años, la que no podrá aplicarse en calidad de condicional. Si fuesen ciudadanos por naturalización, la pena tendrá la accesoria de pérdida de la carta de ciudadanía y expulsión del país una vez cumplida la condena, expulsión que se aplicará, asimismo, si el penado fuese extranjero”.
En su denuncia Pelloni sostiene: “Que sin duda estos locales de explotación sexual son lugares donde los tratantes de personas depositan a sus víctimas a fin de ser explotadas y poder lograr el lucro que consiste en la explotación llevada adelante de parte de explotador y cliente prostituyente, quienes codifican y mercantilizan a las víctimas”.
Defensora de la infancia
Martha Pelloni, nacida en Buenos Aires en 1941, es profesora, rectora y religiosa de la Congregación de Carmelitas Misioneras Teresianas. Licenciada en filosofía y letras y en ciencias de la educación, un hecho tremebundo marcó su vida y su vocación: el asesinato de una sus alumnas, María Soledad Morales, el 9 de septiembre de 1990. Desde entonces ha luchado activamente contra la impunidad de este crimen y por los derechos de la infancia.
Además de la Red Infancia Robada, en 2008, ha creado la Fundación Santa Teresa, destinada a ayudar y capacitar al campesinado. En 2013 recibió el Premio Príncipe de Viana a la Cultura, otorgado por el gobierno de Navarra. En 2005 fue nominada como postulante al Premio Nobel de la Paz.
mdz online / ReL
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