Por: Arianna Santamaria | Fuente: Capsulas de Verdad
La
familia se define como “la sociedad natural en que el hombre y la mujer
son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida”.
El
Papa Francisco nos dice: “Cuando nos preocupamos por nuestras familias y
sus necesidades, cuando entendemos sus problemas y esperanzas, sus
esfuerzos repercuten no sólo en beneficio de la Iglesia; también ayudan a
la entera sociedad.”
La ideología de género y la cultura del
descarte, propone nuevas definiciones de familia, haciendo que las
nuevas generaciones cuestionen su verdadero rol en la sociedad.
Por
esto, es de vital importancia trabajar en la formación de familias con
bases sólidas y éticas donde el concepto quede claro para cada uno de
sus miembros.
En
primer lugar, la familia, es un microcosmo de la sociedad en general.
Es la “sociedad natural”, donde, a pesar de no estar basada en reglas
jurídicas, es un conjunto de personas que se relacionan entre si con un
propósito común.
Para los católicos, la familia es “la iglesia
doméstica”, en la cual se nos da la oportunidad de formar con valores,
ética y sentido a la vida.
Resulta evidente que, si la sociedad actual
se concentrara en formar familias con respeto y valor a la dignidad, hoy
no tendríamos que defender lo obvio.
En segunda instancia, el concepto es claro al definir que la familia es entre “hombre y mujer”
La familia está fundada sobre la unión íntima de vida que es el matrimonio, complemento entre un hombre y una mujer,
lazo indisoluble, libremente contraído, públicamente aceptado, y que
está abierta a la transmisión de la vida.
Varias razones se dan para
esto, sin embargo, entre el más importante encontramos la
complementariedad que existe entre los dos sexos.
Tanto de
manera genética como emocional, ambos sexos poseen características
diferentes que los hacen unirse de manera más personal por el anhelo de
conocer más de lo que tiene el otro.
Físicamente, el acto
sexual que se realiza entre el hombre y la mujer es el único meramente
biológico que no solo permite la perpetuación de nuestra especie, sino
también la demostración más grande de que nuestra naturaleza fue
diseñada para complementarse entre sí.
Según San Agustín, el amor es desear el bien del otro.
La familia es el lugar donde Dios viene al mundo al encuentro con los hombres.
Mediante la comunión entre personas es donde se aprende el valor de
amar y ser amado. Iniciar una vida matrimonial es, por tanto, un
“llamado al don de sí, en el amor”.
Es un esfuerzo enorme, donde dos
personas ajenas, inician un camino en común deseando el bien del otro.
El hombre, al ser imagen y semejanza de Dios, ha sido creado para amar;
es capaz, sin duda de un amor que genera comunión, ya que cada uno
considera el bien del otro como propio.
Es el don de sí, hecho a quien se ama, es donde se descubre y se actualiza la propia bondad.
Por
último, la definición recalca la importancia del “don de la vida” en la
familia.
En el matrimonio es donde los esposos se unen en el acto
sexual para formar vida.
Actualmente, con la revolución tecnológica y
médica, es vital reflexionar sobre las cuestiones cruciales de la
defensa de la vida humana.
Actuar, formar y educar en la promoción y
valorización del don de la vida.
Las exigencias éticas y sociales de la
institución natural de la vida familiar nos alcanzan a todos.
El Papa
Pablo VI nos dio una defensa de la sociedad al defender la mujer, la
familia y la vida en su Encíclica Humanae Vitae 5.
En la comunión
matrimonial es donde se consigue el clima para ofrecer educación en el
amor, valorando el don de la vida.
En conclusión, hoy
más que nunca el núcleo de nuestra sociedad está siendo atacado. Sin
embargo, la solución a este torbellino de tragedias sociales en el que
vivimos se encuentra en lo íntimo de la convivencia familiar, al educar
su vocación y enseñando a trabajar con amor por sí mismos y por los
demás.
El matrimonio y la familia contienen dentro de sí todos
los valores humanos necesarios para reconstruir una sociedad. Defender
la familia, es defender nuestra felicidad.