Por: Fr. Nelson Medina O.P. | Fuente: fraynelson.com
Pregunta:
Quiero
contarle que después de muchos años de distanciarme de la Iglesia e
incluso de hablar muy mal de ella, he tenido un camino de conversión, y
hoy lo último que quisiera es ofender a Dios. De ahí mi pregunta.
Como
vi entorno ha sido y es muy racionalista, es inevitable que me surjan
preguntas sobre todo cuando la fe nos pide que creamos cosas que
científicamente son imposibles, como la concepción de Jesús o la
Eucaristía.
¿Es pecado tener dudas o preguntas sobre la fe? De nuevo,
gracias por su tiempo. -- G.B.
Respuesta:
Hay
maneras de dudar y hay maneras de preguntar. La duda que simplemente
constata la dificultad para aceptar algo pero que se rinde con amor ante
Dios, simplemente porque Dios merece ser creído, no sólo no trae pecado
sino que puede incluir mérito. Por el contrario, hay otras dudas que
suponen alguna forma de pecado. Por ejemplo:
*
La duda del que trata de torcer las palabras, como cuando se dice que
Cristo sí "resucitó" pero ene sentido de que su figura o recuerdo se
"levantó" en el recuerdo de los discípulos.
*
La duda del que trata de imponer una respuesta que resulte aceptable al
entorno cultural, como el que dice que las palabras de Cristo sobre el
adulterio tal vez no nos han llegado fielmente, o quizás significaban
otra cosa en aquel tiempo. O como cuando se dice que la multiplicación
de los panes fue un simple acto de compartir solidario.
*
La duda del que desprecia las generaciones anteriores como si fueran
una manada de ingenuos que todo lo atribuían a brujería o a espíritus,
mientras que, según esa óptica, nosotros seríamos los iluminados,
inteligentes y agudos que si nos damos cuenta de lo que que aquella
gente atrasada no se enteraba de nada.
En
todos estos casos--y la lista no es exhaustiva--la persona en realidad
no está dudando sino negando el contenido de la fe y tratando, más o
menos abiertamente, de reemplazarlo por otra cosa.
Con
respecto a las preguntas, podemos decir algo semejante. En el capítulo 1
de San Lucas encontramos dos casos paralelos de preguntas. Cuando el
ángel Gabriel le dice que engendrará un hijo, Zacarías pregunta: "¿Cómo
estaré seguro de eso?" (Lucas 1,18). Unos versículos después tenemos el
relato del anuncio que le mismo ángel Gabriel le hace a la Santísima
Virgen. Esta es la pregunta de ella: "¿Cómo será esto, puesto que no
conozco varón?" (Lucas 1,34). En ambos casos hay pregunta pero el modo
de preguntar de Zacarías recibe reproche y castigo, de modo que él queda
mudo; María, en cambio, no recibe sino sólo bendición.
No
es entonces pecado preguntar pero seguramente nos equivocamos si
nuestras preguntas llevan el estilo de este Zacarías, es decir, si lo
que queremos es básicamente estar seguros nosotros. Tal actitud es
parecida a la de aquellos que le pedían a Jesús que en ese momento y
lugar hiciera un milagro ante los ojos escépticos de ellos. Y por
supuesto, se quedan sin su milagro "a la carta."
San
Anselmo, en el capítulo II de su magnífica obra Cur Deus homo?, que
reflexiona sobre la Encarnación, describe muy bien el estado de ánimo
con que quizás pueden abordarse cuestiones tan profundas como son las de
la teología y la espiritualidad: se requiere humildad, plegaria,
sencillez de corazón, disponibilidad para recibir todo y solo lo que
Dios quiera concedernos. Al final, accede a escribir sus reflexiones
pero con esta advertencia, que puede servir de conclusión a nuestro
tema:
Puesto
que observo tu seriedad y la de aquellos que contigo así desean
aprender, con amor y celo de piedad, intentaré responder con lo mejor de
mi capacidad, con la ayuda de Dios y la de tus oraciones, las cuales,
al hacer esta pregunta, a menudo me has prometido, no tanto porque yo
pueda aclarar lo que quieres saber sino porque deseo buscarlo contigo.
Pero deseo que todo lo que yo diga sea recibido con este entendimiento:
que si digo algo que una autoridad superior no corrobore, aunque parezca
demostrarlo por medio de argumentos, no debe ser recibido con más
credulidad que como simple opinión que tuve en aquel momento, hasta que
Dios de alguna manera me permite comprender mejor. Pero si yo estuviere
de verdad en condiciones de llevar a buen término tu búsqueda, debe
concluirse que uno más preparado que yo lo podría hacer mejor. Debe en
todo caso quedar claro que no importa lo que un hombre pueda decir o
conocer, quedan siempre ocultos a nosotros fundamentos más profundos de
verdades tan grandes.