María Burgaz es enfermera y tiene 24 años. En Calcuta es una más de los miles de anónimos voluntarios que acuden a las casas de Madre Teresa durante su verano. En los últimos tres años ha pasado seis meses curando a los desheredados de la tierra. "Estando en Calcuta he conocido el amor mas grande en la mayor de las miserias", señala. "La labor de las Misioneras de la Caridad es un verdadero ejemplo de ese amor", relata a La Razón.
Ana Sastre estudia Medicina y es la segunda vez que acompaña a María en esta labor. "Desde que fui a Calcuta he aprendido a valorar más a las personas que tengo alrededor, a mis padres, hermanos y amigos. No hay duda de que al vivir esta experiencia mi vida ha cambiado. Está claro que lo que he recibido de ellos ha sido muchísimo mayor de lo que yo les he podido dar", señala esta voluntaria de 21 años. "La primera vez que vas te puedes sentir atraído por la figura de Madre Teresa y por la voluntad de ayudar. Pero cuando repites es porque ya te engancha. Ya no entiendes tu vida sin esa parte de entrega a los demás", aclara Íñigo, un veterano voluntario madrileño. Un mensaje de caridad que choca con el fundamentalismo de los integristas hindúes.
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