Fundadora de las Esclavas de María Inmaculada y del Instituto del Buen Pastor
ROMA, miércoles 29 de septiembre de 2010 (ZENIT.org)
“Si ha existido en la vida una persona feliz, esa soy yo”, decía muy segura de sí misma la madre Anna María Adorni (1805 – 1893), pese a que había sufrido la muerte de su esposo y sus seis hijos.
Esta mujer, quien a los 52 años fundó la congregación de las Esclavas de María Inmaculada y del Instituto del Buen Pastor, será beatificada el próximo domingo la localidad de Parma, norte de Italia, en una ceremonia presidida por monseñor Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos en representación del Papa Benedicto XVI.
En diálogo con ZENIT, el padre Guglielmo Camera , S.X postulador para su causa de beatificación aseguró que la futura beata es modelo de “joven cristiana, esposa, madre y fundadora”.
“Es muy original que una sola persona pueda ser modelo para diversos estados de vida”, dice.
Nació y creció en la localidad de Fivizziano, en la provincia de Massa y Carrara al norte de Italia. A los 15 años sufrió la muerte de su padre. Quería ser monja capuchina pero debió someterse a la voluntad de su madre y contrajo matrimonio en 1826 con Antonio Domenico Botti a quien quiso mucho. Sólo tres meses después enfrentó la muerte de su madre.
“Basta quererse mucho”, decía la futura beata sobre el matrimonio “todos los maridos serían buenos si las mujeres fueran siempre detallistas y prontas”, aseguraba. Con Antonio Domenico tuvo seis hijos.
“Ella creyó que los hijos eran un don, verdaderamente los formó para que fueran al cielo, en el sentido de la oración, de la fe, y del paso de este mundo a la casa del padre”, dice su postulador.
Una dura prueba
Su marido murió cuando ella tenía 39 años, luego de cuatro meses de una gran enfermedad en la que le supo dar todos los cuidados. Quedó sola con cuatro hijos (dos de ellos habían muerto ya siendo muy pequeños): Poldino de 16, Alberto de 7, Guido de 4 y Celestina de 3 meses.
Anna Maria sintió el llamado de hacerse viuda consagrada, a dedicarse a las obras de caridad, especialmente con los presos: “era muy comprometida con los presos, con quienes nadie se interesaba”, dice el padre Camera.
“Y no se trataba de visitar la prisión como medio de escape. Ella siempre estaba muy comprometida”, asegura su postulador. “Vivió esta maternidad hacia aquellos que no eran sus hijos”, indica.
Luego vinieron otros momentos de dolor: murieron siendo todavía niños, sus hijos Guido, Alberto y Celestina. Sólo se quedó con Poldino quien luego se fue al monasterio Benedictino y falleció a los 26 años.
Pese a todos estos sucesos, Anna María no perdía la esperanza. Muchos hombres de fe quedaban admirados por su actitud y algunos la buscaban para pedirle consejo. Entre ellos San Juan Bosco, el obispo Domenico Maria Villa, el beato Andrea Ferrari, arzobispo de Milán.
Varias mujeres quisieron seguir su ejemplo y así nació la llamada Pía Unión de Damas visitadoras de la cárcel bajo la protección de los Sagrados Corazones de Jesús y María, una asociación de mujeres voluntarias especializadas en la pastoral carcelaria.
Anna María tomó en alquiler una casa para las mujeres que salían de la cárcel para que pudieran reinsertarse en la sociedad. También recibía allí para las niñas huérfanas en riesgo.
El 1 de mayo de 1857, junto con ocho compañeras, dio inicio a la nueva congregación Esclavas de María Inmaculada de Parma. Dos años más tarde pronunció con ellas los votos privados de castidad, obediencia y pobreza.
Estas mujeres se comprometieron a consagrar su vida religiosa a la recuperación de las mujeres caídas, la tutela de quienes estuvieran en peligro, la materna asistencia de los desamparados y huérfanos. “No sólo iban a visitarlas sino que se comprometían a insertarlas en la sociedad con un trabajo. Ellas las acogían para asegurar así el futuro”, dice el padre Camera.
El obispo de Parma Andrés Miotti confirmó los estatutos de esta comunidad el 28 de enero de 1893. Anna Maria murió el 7 de febrero siguiente, sólo nueve días después de este hecho “ella vistió el hábito religioso prácticamente en el lecho de muerte”, comenta su postulador.
La fama de santidad de Anna María comenzó a expandirse rápidamente. Se registraron 57 presuntos milagros que se habían hecho gracias a su intersesión. Además muchos hablaban de milagros que la futura beata había hecho en vida: “El Señor ha obrado en su vida. Tuvo una fe muy bella porque ella confiaba en sus confesores, en las mediaciones humanas, buscaba entender qué cosa quería el Señor, momento tras momento y esta fe la llevaron muy alto. Creo que los milagros que hizo se debieron a esta fe”, concluye el padre Guigliermo.
Por Carmen Elena Villa
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