sábado, 2 de abril de 2011

Dignidad de la mujer I.- Igualdad hombre-mujer




La ex comunista y feminista radical María Antonietta Macchiocchi, en su «apasionante viaje en búsqueda de la Verdad» sobre la dignidad de la mujer, que no logró encontrar en las ideologías imperantes del siglo XX, leyó con avidez la carta Mulieris Dignitatem, firmada por Juan Pablo II en 1988, «que supuso el descubrimiento del pensamiento sobre la mujer más revolucionario y de mayor profundidad de todos los que había conocido en su periplo intelectual». Una lectura que le llevó a escribir el libro Las mujeres según Wojtyla, afirmando en él: de improviso, adquieren sentido las tradiciones, se reconquistan los valores culturales y religiosos, luces como la idea de «lo divino que hay en las mujeres». La historia femenina humana es una página blanca, que está toda por escribir. No hay que llorar por una época de oro del socialismo igualitario hombre-mujer, que no ha sido más que engaño y mentira degradante. La historia vuelve a comenzar y otros valores se perfilan vivos ante nosotros en el tercer milenio.

A partir de la mitad del siglo XX, se había verificado «una explosión de la cultura feminista», ya que no obstante la conquista del voto femenino en 1945 y otros importantes logros como «la instrucción, el acceso a las profesiones, la igualdad de oportunidades y el ingreso al mundo del trabajo, tardaron en hacerse verdaderamente una posibilidad real para las mujeres».

El Concilio Vaticano II en su mensaje final había afirmado: «Ha llegado la hora en que la vocación de la mujer llega a su plenitud, la hora en que la mujer ha adquirido en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a la humanidad a no degenerar».

El Sínodo de los Obispos de 1987, sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, puso también de relieve la dignidad y la vocación de las mujeres, siguiendo la «revolucionaria» singladura postconciliar.

Juan Pablo Magno, el 25 de marzo de 1987 promulgó su Carta Encíclica «Redemptoris Mater» sobre la Bienaventurada Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina en la pespectiva del año dos mil, en la que el Pontífice puso de relieve, como esencial, la figura de María.

Impulsos con los que, durante el Año Mariano de 1988, el 15 de agosto, Juan Pablo II, lanzó al mundo entero su Carta Apostólica «Mulieris dignitatem» sobre la dignidad y la vocación de la mujer. Documento pontificio, que a pesar de su riqueza, y de la importancia de su contenido, es casi desconocido para la mayoría de los católicos.

I. Igualdad hombre-mujer

Al tratar de la igualdad hombre-mujer, no debemos olvidar que dicha igualdad no puede ser total y absoluta, desde el momento en la misma naturaleza nos modeló distintos.

La anatomía femenina tiene elementos totalmente diversos a los de la masculina, porque también las funciones de los sexos son diversas en la sociedad. Pero se debe hablar de la igualdad entre los sexos en cuanto se refiere a derechos sociales y privilegios divinos y humanos.

En la Mulieris dignitatem, subraya el Santo Padre que la mujer y su vocación se cumplen en plenitud; esta es la hora en que la mujer adquiere en el mundo, una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora (1). Un «signo de los tiempos». Triunfo de la mujer que admite gustosamente el Pontífice y desea defenderlo contra todo machismo.

Pone en guardia a la mujer, para que, en su anhelo de «imitar» al varón, no pierda sus propias características, su originalidad, deformando lo que constituye su «riqueza» esencial, una riqueza que fue «un signo de admiración y de encanto» en cuanto contempló Adán a la primera mujer.

La mujer tiene un camino diverso para su perfección. Los recursos personales de la femineidad von son ciertamente menores que los recursos de la masculinidad; son solo diferentes. Por consiguiente, la mujer debe entender su «realización» como persona, su dignidad y su vocación, sobre la base de estos recursos de acuerdo con la riqueza de la femineidad, que recibió el día de la Creación y que hereda como expresión peculiar de la «imagen y semejanza de Dios» (10).

Dios no la hizo inferior al hombre, sino diferente, con una misión particular que no puede verificar el hombre, pero que ella debe desarrollar plenamente.

Dios madre

La característica de la maternidad femenina es asombrosa, porque la mujer hereda la potestad de seguir creando, como Dios. El mismo Dios se presenta con la preocupación y la ternura de madre para con su pueblo: Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré (Is 66, 13).

Con estas expresiones, multiplicadas en la Biblia, Dios pretende exaltar la fecundidad de un vientre materno, donde Dios verifica un milagro, cual es de una creación de una compleja maravilla humana. Porque tanto el hombre como la mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios se explica que Dios use de sí mismo cualidades y funciones maternales, siempre teniendo en cuenta que Dios es Espíritu.

En lugar de discutir diferencias inevitables, tanto la mujer como el varón han de reflexionar y admirar la capacidad de engendrar que Dios les concedió en proporción diversa, y que es un parecido con la función del «engendrar» divino, y por lo tanto de creación continuada.

Eva y María

El Demonio, en forma de serpiente, convence a Eva, a la mujer, a pecar; y ella, inficiona, con su inevitable influencia al varón, es la que le tienta hasta llevarle al pecado. ¿Se pierde ahora «la imagen y semejanza de Dios»? No, ni el varón ni la hembra, pero sí se ofusca y se rebaja. Se ha perdido la unidad entre los esposos, con desventaja para la mujer que, en su más elevada función de la maternidad, sentirá el dolor como castigo de su insinuación al pecado.

Pero si la mujer fue la primera artífice del pecado, será también la mujer-María, la primera restauradora de la catástrofe. Juan Pablo II destaca que en la Antigua Alianza solo intervino el varón –Noé, Abraham y Moisés- como interlocutor valioso ante Dios; pero en la Nueva Alianza, la «mujer» adquiere una preponderancia peculiar, porque serán «la mujer y su descendencia», los artífices de la restauración, dando a la mujer un papel activo, no sólo como portadora del Salvador.

En esta función superior, María «es el nuevo principio» de la dignidad y vocación de la mujer. Ya que María reconocerá, sin envidia alguna hacia el varón, que Dios hizo en mí maravillas: es el descubrimiento por María de la propia humanidad femenina, de toda la originalidad de la «mujer» en la manera en que Dios la quiso, como persona en sí misma y que al mismo tiempo puede realizarse en plenitud por medio de la entrega sincera de sí». Jamás varón alguno podrá alcanzar la cima de una realización femenina como es el prestar el útero, el seno, el calor de una mujer a una nueva vida.

Mujer: no eres de menor calidad; fíjate en otra mujer, María. En María, Eva vuelve a descubrir cuál es la verdadera dignidad de la mujer, de la humanidad femenina. Y este descubrimiento debe llegar constantemente al corazón de cada mujer, para dar forma a su propia vocación y a su vida (11).

Iguales en dignidad y derechos; distintos en funciones y vocación.



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