2. Un nuevo feminismo y una nueva cultura del trabajo
Esto me trae a mi segunda y tercera sugerencia, que se refieren a la importancia de las enseñanzas católicas para el proyecto de un "nuevo feminismo." Mis observaciones de aquí en adelante se basan en la creencia que los escritos de Juan Pablo II sobre el trabajo, las mujeres, y el laicado deben ser leídos conjuntamente. ¿Qué une a estos escritos y los liga con ese desafiante párrafo 99 de Evangelium Vitae? Es, ustedes ya lo adivinaron, la llamada para nada menos que una transformación cultural.Como lo muestra la biografía magnífica de Juan Pablo II escrita por George Weigel, el interés intenso del Papa en esos tres temas no es ningún accidente. Él sabe por su propia experiencia como trabajador de las minas y de una fábrica como es el duro trabajo manual. Es un hombre moderno que se siente cómodo con las mujeres, y que ha tenido amigas mujeres. Y es el primer Papa que se recuerde en haber pasado tanto de su vida como pastor (un pastor moderno, relacionado de cerca con los hombres y las mujeres) vacacionando con ellos, compartiendo las confidencias de parejas comprometidas y casadas, aconsejándolos en todo tipo de problema. Laborem Exercens, Christefideles Laici, y los escritos sobre las mujeres fueron refinados en el mismo crisol de experiencia personal y de preocupación pastoral. Y todas ellas descansan sobre el mismo concepto de persona humana.
Así pues, mi segunda sugerencia es que la llamada para un nuevo feminismo necesita ser entendida en conexión con la llamada para una nueva cultura del trabajo. En Laborem Exercens (1981), que el Santo Padre ha descrito como su encíclica más personal, él dice que el "trabajo humano es una clave, probablemente la clave esencial, a todas las cuestiones sociales" (3). Él enfatiza la dignidad del trabajo, diciendo que es a través del trabajo que "el hombre no solo transforma la naturaleza, adaptándola a sus propias necesidades, sino que también alcanza su desarrollo como ser humano" (9). Y él insiste que el "trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo".
En esta temprana encíclica, llega a tres conclusiones que darían forma, más adelante, a sus escritos sobre las mujeres. Primero, afirma la dignidad de todas las formas de trabajo legítimo, pagadas o sin paga. En conexión con esto último, escribe que, "debe haber una nueva evaluación social del papel de las madres, del arduo trabajo conectado con él, y de la necesidad que los niños tienen de cuidado, amor y afecto para que puedan convertirse en personas responsables, maduras moral y religiosamente, y psicológicamente estables" (19). En segundo lugar: "el adelanto verdadero de las mujeres requiere que el trabajo sea estructurado de una manera tal que las mujeres no tengan que pagar su avance a costa de la familia" (19).
Y tercero: "debe recordarse y afirmarse que la familia constituye uno de los términos de referencia más importantes para dar forma al orden social y ético del trabajo humano" (10).
Vuelve a estas ideas diez años más tarde, en Centesimus Annus, cuando llama a "una cultura auténtica del trabajo" en la cual los valores humanos tengan prioridad por sobre los valores económicos (15). En otras palabras: No deshumanicen a los hombres y las mujeres, humanicen el mundo del trabajo. También vuelve al tema de la familia en Centesimus Annus, advirtiendo que la libertad económica se debe ejercitar con respeto a la "ecología humana" en la cual la familia es el primer y más esencial elemento. "Frente a la llamada cultura de la muerte," escribe, "la familia es el corazón de la cultura de la vida" (39). Es en la familia donde el "hombre recibe sus primeras ideas formativas sobre verdad y bondad, y aprende lo que significa amar y ser amado, y de esta forma aprende lo que significa realmente ser una persona" (39).
Luego, en 1995, en una serie notable de escritos dirigidos específicamente a las mujeres, el Papa nuevamente expresa su apoyo total a las aspiraciones de las mujeres de una participación en vida política y económica, pero al mismo tiempo insiste en el completo respeto al rol de las mujeres en la familia. Reconociendo la dificultad enorme de reconciliar estos dos objetivos, precisa que se requerirán cambios sociales importantes. En su carta a Gertrude Mongella, la secretaria general de la conferencia de Beijing, dice, "los desafíos que enfrentan la mayoría de las sociedades hoy es el de mantener, de hecho, el de fortalecer, el papel de las mujeres en la familia mientras que al mismo tiempo posibiliten que puedan utilizar todos sus talentos y ejercitar todos sus derechos en la construcción de la sociedad" (8). Para que esto suceda, precisa, "se necesitan cambios profundos en las actitudes y la organización de la sociedad". (5). Continúa expresando dudas de que el desafío pueda ser resuelto "mientras los costos sigan siendo pagados por el sector privado". En la perspectiva de las incontroladas políticas de libre-mercado existe poca esperanza de que las mujeres puedan superar los obstáculos en su camino" (8). Después de su reunión con el Papa, la señora Mongella dijo, "si todos pensaran como él, quizás no necesitaríamos una conferencia sobre las mujeres".
Los escritos del Santo Padre de 1995 a las mujeres fueron registrados extensamente, pero me pregunto a menudo si han sido leídos realmente por los que los registraron. Hubo muchos en la prensa y entre el clero que "se maravillaron de que él hablara" con las mujeres. Pero lo había estado haciendo toda su vida. Y los mensajes en los escritos a las mujeres son principalmente especificaciones de las ideas que eran ya características importantes de sus escritos anteriores. Temo que no se hayan leído ninguno de estos escritos tan cuidadosamente como se debería, porque ¿cómo podemos explicar sino el hecho de que su llamado radical y repetido para el cambio social profundo haya sido ignoradas en silencio? Se espera que el próximo Catecismo social haga que más lectores conozcan los aportes notables que este pontificado ha hecho al tesoro del pensamiento social católico
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