Un nuevo estudio sobre las características psicológicas de hombres y
mujeres, en el que han participado 10.000 voluntarios de ambos sexos,
nos dibuja con diferencias extremadamente grandes», según los autores.
En su investigación, publicada el 4 de enero en la revista Plos One,
los expertos desmienten las dos tendencias más debatidas a este
respecto en la comunidad científica. Por un lado, la de la sicóloga
Janet Hyde, quien estima que estas disparidades son mínimas y apuesta
por la igualdad de género. Y, por otro lado, la de la visión evolutiva,
según la cual hombres y mujeres han desarrollado distintas
personalidades en la medida en que han debido enfrentarse a distintos
problemas de adaptación. Ni una ni otra, precisan los investigadores:
«El hecho de que existan las grandes diferencias que se han encontrado
entre ellos y ellas puede deberse tanto a factores biológicos como
culturales».
Según las neurociencias, que nos permiten conocer cómo funciona
nuestro cerebro, la balanza parece inclinarse hacia una firme
interacción de genes y cultura. Somos lo que vivimos. Lo biológico se
convierte en autobiográfico, pero sobre una base genética heredada que,
además, depende del sexo. Desde que somos concebidos, no sólo nuestros
órganos sexuales, sino que nuestros cerebros tienen una impronta de
varón o de mujer. La diferente dotación cromosómica que determina el
sexo, –XX en la mujer y XY en el varón–, y mediada por la producción de
hormonas sexuales, causa de forma natural un cerebro femenino o un
cerebro masculino. Dos modos humanos diferentes de ser, de percibir la
realidad, de relacionarse con los demás, de razonar y de procesar las
emociones.
Ya en la etapa prenatal, por la acción genética y hormonal, se traza
el mapa de las regiones cerebrales y se definen los circuitos neuronales
innatos específicos de cada sexo. Y antes del nacimiento queda
establecida la organización general de áreas en el cerebro femenino y en
el masculino. Lo que aporta un patrón de funcionamiento cerebral con
diferentes estrategias cognitivas-afectivas para cada sexo.
Estas diferencias no se limitan a las áreas cerebrales que procesan
la actividad sexual ligada a la reproducción (hipotálamo), sino que
abarcan facetas como la memoria, las emociones, el procesamiento de la
expresión de los rostros, la respuesta al estrés, etc.
Las imágenes de regiones cerebrales han descubierto que se dan
variaciones anatómicas y sobre todo de conexiones entre las neuronas en
una multitud de áreas:
La estructura del cuerpo calloso que une hemisferio izquierdo
(conocimiento discursivo y analítico) y derecho (conocimiento emocional,
intuitivo y global) es más robusta en mujeres: La corteza frontal donde
se asientan una buena parte de las funciones superiores de la
cognición, y áreas de la corteza límbica, –implicada en las reacciones
emotivas–, ocupan un mayor volumen en el cerebro femenino. Por eso ambos
hemisferios interactúan entre sí con mayor intensidad. En ellas siempre
va unido lo emocional y lo cognitivo. Estrategia típicamente femenina y
que explica su gran vulnerabilidad emocional, y su habilidad para las
tareas cognitivas que requieran un entorno emocional o afectivo. Un
punto de mira de fuera hacia dentro.
Es también más extensa la región del lóbulo temporal que procesa el
lenguaje y la gran locuacidad le facilita expresar verbalmente sus
emociones.
En los hombres, en cambio, su centro de gravedad intelectual se sitúa
en el hemisferio izquierdo: la corteza parietal que interviene en la
percepción del espacio es de mayor tamaño que en las mujeres. El varón
es más rápido cuando procesa hacia fuera y para calcular.
También la amígdala, que procesa toda información que suscite
emociones fuertes con descargas de adrenalina es más grande. Una
impulsividad que entre otros efectos lleva a vencer el miedo y puede
desembocar en una mayor agresividad. Un punto de mira de dentro hacia fuera.
Además de emplear diferentes estrategias, mujer y varón se afectan de
forma diversa. El cerebro femenino aporta doble sensibilidad en las
respuestas a depresiones, drogodependencia, esquizofrenia, o el síndrome
de estrés post traumático, que el masculino. A diferencia, los
problemas de aprendizaje, el trastorno por déficit de atención, la
hiperactividad, el tic nervioso, o el espectro de trastornos autistas,
son entre 4 y 10 veces más habituales en los niños.
Las diferencias en las reacciones emocionales entre ambos sexos
tienen también una base biológica y dependen de la acción de las
hormonas sobre el cerebro, que se produce de una forma totalmente
inconsciente pero afecta al modo de actuar, a la actividad intelectual y
al estado de ánimo.
Por ejemplo, varones y mujeres reaccionan a la inversa ante el
estrés. Los varones experimentan impulso y las mujeres rechazo porque la
hormona del estrés, el cortisol, bloquea la acción de la hormona de la
confianza, la oxitocina, en el cerebro femenino.
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