ROMA, martes 27 noviembre 2012 (ZENIT.org).-
No es común encontrar a trescientas personas reunidas en una iglesia para escuchar música del siglo XII. Pero esto se explica si la compositora ha sido la recientemente declarada Doctora de la Iglesia, santa Hildegarda de Bingen. Esta abadesa alemana que vivió entre 1098 y 1179, viene generando una corriente de entusiasmo entre antiguos y nuevos investigadores que profundizan su legado teológico, místico-espiritual, filosófico, cosmológico, grafológico, poético y literario, botánico-medicinal, culinario y musical…
Así ya hemos asistido en pocas semanas a dos importantes actividades en esta ciudad, en las cuales la nueva santa --canonizada también por el papa Benedicto XVI--, ha sido el asombro de conocedores y curiosos, que van descubriendo cómo una monja mística llevó --con valentía y éxito--, sus ideas desde el interior del monasterio hacia fuera.
Viajó y predicó en pueblos y catedrales, habiéndose enfrentado incluso contra su antiguo protector, el emperador Federico Barbarroja, por la actitud de este contra el sumo pontífice. Se dice que su teología fue conocida por el mismo papa Honorio II gracias a san Bernardo de Claraval, y que parte de sus escritos –algunos anticátaros--, fueron leídos durante el Sínodo de Treviri, en presencia del papa Eugenio III quien posteriormente aprobaría su obra.
Elevarse con la mística
En la primera de las actividades, la más reciente, organizada por el Centro Cultural Aracoeli de los Frailes menores franciscanos y la asociación musical Vocalia Consort, nos confundimos entre trescientas personas que seguían las notas de aquellas composiciones monofónicas –lejos aún de su hija, la polifonía--, que según la santa, era el mejor camino para alcanzar a Dios, para expresar lo divino, casi una “prefiguración de su arribo”, según el pensamiento de Hildegarda.
Así lo entendieron los organizadores, que reunieron en la Basílica de Santa Maria in Aracoeli a los miembros de la asociación suiza Adiαstemα, que de manera fidedigna interpreta la música de origen medieval de la santa. Es un espectáculo en el que el sonido proviene de dos instrumentos característicos de este género, como son un pequeño órgano portátil de madera y un arpa gótica, con los que se ejecutan piezas impecables de los códigos de Las Huelgas y de Bamberg. A estos se unen los amplios rangos tonales de seis cantantes –ayer serían monjas benedictinas--, que interpretan composiciones vocales tomadas del Dendermonde Codex, escrito por la mística alemana.
Es significativo que las nueve artistas en escena estuvieran vestidas con trajes de época, de la misma forma en que santa Hildegarda vestía a sus monjas para las presentaciones en público, a quienes dejaba decorar la cabeza con flores. Esto con el único propósito de mostrar la belleza femenina sin tabúes, como esposas fieles de Cristo que viven en libertad su alianza.
Cada pausa de esta música santa, daba paso a las intervenciones de la actriz italiana Giovanna Scardoni, quien en una magistral interpretación de la misma Hildegarda de Bingen, recitaba de memoria sus visiones y pensamientos –en ocasiones en un fluido latín--, que serían el germen de la teología que hoy la ha llevado a ser reconocida como Doctora de la Iglesia Universal.
Comer con la abadesa
En Roma asistimos también a otra manifestación de las virtudes de esta abadesa benedictina, que gracias a la intuición del papa Benedicto XVI hoy destaca no solo en la constelación de los santos, sino en la privilegiada estantería de los Doctores de la Iglesia.
La organizadora de esta feliz iniciativa, denominada “La vocación terrestre y celeste de Hildegarda de Bingen”, fue la asociación Casa Santa Francesca Romana, que en su división formativa quiso presentar este modelo de mujer excepcional, que tal como la santa patrona de los romanos, dio mucho que hablar para su época por ese espíritu decidido a favor de los más necesitados.
Fue una velada ‘bio-teológica-gastronómica-cultural’ que tuvo como eje central a esta figura poliédrica que ha despertado en muchos el interés por estudiar su obra, preparar sus medicamentos, cocinar sus recetas e interpretar su música, entre otras disciplinas que seguirán admirando al mundo en la medida que se la conozca más.
Tuvimos la oportunidad de probar algunos platos denominados por los organizadores “Comida para la mente”, que no son otra cosa que alimentos ‘bio’, cuyo origen se remonta a las recetas de la santa naturista, quien recomendaba ingerir granos, cereales, verduras y hierbas en pos de un equilibrio mente-cuerpo, que finalmente mantenga la armonía con el Creador.
Cada plato tenía una leyenda con frases de los escritos de la santa, en que recomendaba la hierba Artemisia por su “sabor picante y aroma”; o el trigo, “precioso cereal que purifica la carne, da buena sangre y serena la mente”. También estaban allí las sugerencias de la monja medieval en relación a los demás platos, como aquellos hechos con cebada “cuyo poder refrescante lo vuelve más ligero que los demás cereales”, o sobre el hinojo, que “favorece la circulación sanguínea, da un olor agradable al cuerpo y produce una buena digestión”. A esto igual se refiere cuando recomienda el Agua de menta, que “calienta el estómago”.
Para beber nos ofrecieron al final un ‘Hipograso’, que deleitó y alegró a los presentes por ser elaborado con la receta monacal de “vino aromatizado con canela, clavo de olor, nuez moscada, miel y jengibre”. De este último ingrediente también degustamos una galletas con jalea de manzana que parecían del cielo…
Curarse con la santa
Avanzada la reunión, pudimos conocer más a Hildegarda de Bingen, esta vez como bióloga-herbolaria. Y esto no porque tuviéramos que aplicarnos algún ungüento o tomar uno de los jarabes por los que iban a curarse sus coetáneos al monasterio, sean ricos o pobres, nobles y siervos...
Sino porque pudimos conocer a una química farmaceútica, la doctora Sabrina Melino, quien dejó años atrás su prometedora carrera en el sector comercial para dedicarse de lleno a la investigación, elaboración y distribución de los remedios que la santa abadesa desarrolló. Esto, en el único afán de sustentar ante sus contemporáneos, su hoy aceptada teoría que armoniza el cuerpo y el alma, lo externo con lo interno, los frutos de la tierra con Dios…
Según lo que dijo en el evento la empresaria italiana, nuestra “Sibila del Rin” conoció la medicina galénica e hipocrática, a lo que unió la tradición benedictina del preparado de remedios caseros a base de hierbas de sus propios huertos. Esto le permitió desarrollar su teoría psicosomática de la enfermedad y de la curación, ya en el siglo XII: “La salud es una conquista diaria, espejo de armonía y de relaciones entre el ser humano y el Creador”.
En otra pausa de la tarde, la doctora Melino nos confió que las recetas para sus remedios eran “dictadas de lo alto”…, pero no las suyas sino las de Hildegarda, quien a través de “visiones” comprendía lo que era bueno para las almas y los cuerpos. Su conocimiento vendría de allí, no hay otra explicación, ya que no era ni química, ni médico, ni había estudiado nada más allá de una incipiente práctica benedictina.
¿Usted habló de autocurarse?, le preguntamos mientras bebíamos un vaso de agua de menta que nos haría bien. “Sí, nos dijo, ella quería hacer ver la relación que había entre cuerpo, alma y espíritu”.
Y entendimos mejor estas bebidas y comidas particularísimas que nos sirvieron, cuando nos dijo que para la santa “la forma de afrontar nuestro temperamento, el estilo de vida, lo mental, todo esto afecta directamente sobre las enfermedades, es algo psicosomático”.
Aunque la ciencia –a través de la psiconeuroendocrinología--, ha descubierto en nuestros días cuánto afecta la mente al cuerpo, como es el estrés y otros males de hoy, es muy cierto que para una monja de clausura del siglo XII no sería fácil comprobar todo esto. “Ella demostró que había una verdadera relación del síntoma y del órgano afectado, con el temperamento, con el modo de afrontar la vida y con el sentimiento prevalente en cada uno”.
Nos explicó también que en Hildegarda de Bingen había una influencia de la medicina oriental, por lo que “es transversal a todas las religiones, lo que nos permite llevar un mensaje que es universal más allá de la fe católica”, aseguró la doctora Melino, a quien no dejamos de pedirle una receta para algún mal del binomio alma-cuerpo.
Mas aún, si nos había contado que desarrolla nueve productos con base en las recetas de la santa alemana, y que está desarrollando seis más a futuro, los que seguirá distribuyendo por todo el mundo. Tal como debería extenderse –y más--, la varia doctrina de la nueva Doctora de la Iglesia.
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