sábado, 30 de noviembre de 2013

«No quiero madrugar, no me quiero confirmar, no creo en Dios», decía Pilar, pero un salmo la impactó

Pilar Jiménez Regalado tenía 15 años cuando entró en la misma doble dinámica que otros muchos miles de jóvenes en España: ir a los grupos de Confirmación por rutina y por complacer a los padres, y salir de juerga con novios y exceso de alcohol los fines de semana.

Lo primero, no le decía nada. Lo segundo, en realidad tampoco le llenaba. Pero "todo el mundo lo hacía".

Y ¿cómo ir al Curso de Confirmación el sábado por la mañana después de una noche de fiesta hasta muy tarde el viernes por la noche?

"Lo que hacía todo el mundo"

"Me apunté a Confirmación cuando yo tenía 15 años, estaba en 3º de la ESO y yo no quería ir, pero a mi madre le hacía ilusión, mis amigas también iban, íbamos varias. Lo típico. Un año, otro año, otro año. Fui cambiando de compañías. Fui saliendo más, iba con otros amigos. Y empecé a hacer lo que hace la gente con 15 años. Los viernes estaba de fiesta, los sábados también. Botellón para arriba, un chico por allí, otro día otra cosa. No sé por qué iba. Quizá porque iba todo el mundo. Yo lo veía y yo lo hacía. Si van los demás, ¿por qué no voy a ir yo? Es lo que hace todo el mundo. Lo hago yo también", explica Pilar.

"Iba comprobando en mi vida que ese año y pico que ya llevaba saliendo, que iba de fiestas, mi corazón se iba vaciando. Yo iba buscando, no sé, ser popular, quedar bien, ser guay, tener amigos... No sé. Cuanto más iba, más se vaciaba mi corazón. Y cada vez me quedaba con una sensación mayor de vacío", recuerda.

Pero, ¿de dónde venía este vacío?

Hoy Pilar lo ve con claridad: "vas buscando amistades y te das cuenta de que los amigos del viernes y del sábado no son amigos. Y vas buscando popularidad y te das cuenta que si eres guay en ese momento, luego ya no lo eres. Vas viendo a gente que te da la espalda o gente que no es auténtica, o gente con la que te lo has pasado muy bien el fin de semana, pero luego el lunes, si te he visto, no me acuerdo".

Pilar, con 16 años, casi 17, hizo algo que muchos otros jóvenes no hacen. Se paró a pensar.

"Me paré a pensar porque mi corazón estaba muy vacío. tenía casi 17 años... y no tenía ganas de vivir, no tenía ganas de seguir adelante. Decía: ¿Cómo puede ser? ¡Con lo que me queda de vida! Seguir así, ¡qué rollo! Es como tener un corazón viejo en una persona joven. Haberlo vivido todo, muchas cosas, cosas que no son de tu edad, pero que el mundo te las ha ido colando, y estás ya sin ganas de seguir adelante".

En el plano filosófico, estaba claro: algo iba mal, algo faltaba. 



Madrugar es un fastidio

Pero en el plano vivencial el problema era más concreto: madrugar los sábados para ir a la confirmación (levantarse a las once de la mañana) también era "un rollo". "Yo encima era como la religiosa del grupo porque iba a confirmación", recuerda.

Una noche le dijo a una amiga suya, atea:

- Mira, creo que Dios no existe.

"Yo entendía que si Dios existía, tenía que ser bueno. Pero Dios no era bueno, porque no me quería. Yo estaba en las últimas, estaba tirada. Sí, tenía amigos, estudios, familia, dinero... Tenía todo, pero no tenía nada", recuerda.

Propuesta de cura: "un retiro y te vas, ¿vale?"

Fue a ver al cura el sábado por la mañana, cuando faltaban 3 meses para la Confirmación:

- Mira, vengo a despedirme... No me quiero confirmar porque no me quiero confirmar sin creer en Dios.

El sacerdote siempre le había estado invitando a retiros, convivencias y peregrinaciones, y ella siempre se había negado: "¿No entiende que no voy a pasar un fin de semana rezando si puedo estar de fiesta? Me parecía ridícula la propuesta". Pero esta vez él insistió otra vez.

- Vente de convivencias, Pilar.

- Pero... a ver... ¡que me voy, que no vuelvo!

- Si no quieres volver, no vuelvas. Pero vente a esta convivencia.

"Y para que me dejara en paz, como iban mis amigas, dije que iba a ir". Y allí sucedió lo inesperado.

El poder de la Biblia

La primera noche, rezaron la oración de completas. Y resonaban las palabras del salmo, palabras con una experiencia de 25 siglos o más: “Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen”.

"Y eso me tocó el corazón. No lo dije a nadie, pero se quedó por allí. Lo que iba buscando no me llenaba y los dioses de la tierra, el dinero, los amigos, la popularidad no me llenaba".

Bueno, lo dejo pasar y al día siguiente, esa noche, dijo el cura: “Vamos a tener una hora santa”. Creía que era una hora de teatro de santos, que duraba una hora. No tenía ni idea. Sí que iba a la Iglesia los domingos a acompañar a mi madre a misa, por no dejarla sola, pobrecita. Pero, ¿una hora santa? No había oído nunca hablar de ello".

Ni música ni predicación: sólo el Santísimo

"Nos meten en la capilla al grupito, creo que éramos 15. La capilla no era bonita, no era nada. No había nadie que cantara, no había nadie que diera ninguna meditación, porque todo el mundo falló aquella noche. El único que estaba era el sacerdote y el Santísimo. El sacerdote expuso al Santísimo y se fue a confesar. Y nos dejó allí una hora solos, o creo que fueron dos horas, no sé cuanto tiempo fue aquello. Pero dije: ¿Qué hace? ¿Nos deja y se va? ¿Y qué hago yo aquí una hora en la capilla?"

"Aquella noche, ese “trozo de pan” estaba en la custodia, estaba en el atar, y yo le miraba. Y yo notaba que Él me miraba. Y dije: ¡Que no, que eres un trozo de pan! Los trozos de pan no hablan. No puede ser. Que no, que no. Pero en ese “que no, que no, que no,” hubo un momento en el que me deshice, me derrumbé. Recuerdo que abrí el corazón, una rendijita, pero lo abrí. Y el Señor entró".

"En ese momento, yo recuerdo que le dejé mi corazón al Señor. Y dije: No sé quien eres, no sé qué haces, si eres de pan o qué eres, pero entra, si eres tú quien me va a cambiar la vida".

Una vida cambiada

"No sé de qué manera, pero justo en ese instante, mi vida cambió. Donde no tenía sentido, lo empezó a tener. Donde todo estaba oscuro, de repente había luz. No entendía nada, y de repente lo entendía todo. Fue así. Porque en la Eucaristía estaba el Señor y el Señor había entrado en mi corazón y de repente yo entendía todo porque mi corazón estaba hecho para el Señor. Y entonces, a partir de allí, fue cambiando poco a poco mi vida, pero sabiendo que el Señor estaba en la Eucaristía".

"Una cosa que a mí me llamó la atención es que empecé a sonreír. Eso yo no lo conocía. Y era fruto de conocerle a Él. Después de esa hora santa, nos quedamos a rezar el Rosario. Yo tampoco sabía lo que era, sólo que era algo que rezaban las abuelas. Ese miércoles era Miércoles de Ceniza. Me enteré de que había misa diaria. No sabía que existía la misa todos los días. Como yo había recibido aquello del Señor, yo ya entendía que Él era el sentido de vida y que sin Él no iba a poder vivir. Que podía volver a donde estaba divirtiéndome, pero que Él era el que alegraba mi corazón de verdad, que daba sentido a mi vida, el que me llenaba".

"Entonces dije: ¿por qué no repetirlo siempre que pueda, si el Señor me ha dado esto? Volví a confirmación con todas mis ganas, a los tres meses me confirmé. Descubrí la misa diaria y siempre que podía iba. No empecé a ir todos los días, pero si no iba todos los días, pues íbamos a rezar las amigas o estudiábamos en la parroquia, rezábamos vísperas y fue cambiando mi vida. Todos me miraban: ¿qué te ha pasado? Porque no lo puedes ocultar. Cuando el Señor cambia tu vida, se nota. Igual que cuando te alejas, se nota. Y así fue".

Hoy Pilar Jiménez Regalado es Consagrada de la Fraternidad Seglar en el Corazón de Cristo y ha hablado de su poderosa experiencia de Jesús Eucaristía en el documental sobre Adoración Eucarística de HM Televisión:
www.eukmamie.org/es/television/series/visible-a-invisible/1503-adoracion
 
 ReL

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