Fue así como los agentes de la Gestapo obligaron a Theresia Seible Winterstein, una bella y elegante bailarina gitana de Mannheim, a firmar un documento en que "autorizaba" su propia esterilización bajo amenaza de ser deportada a los campos de Auschwitz.
La obsesión y la soberbia Nazi
No obstante, a pesar de esta brutal imposición, sigilosamente la vida correría con fuerza en el vientre de Theresia, quien, con solo veinte años, igual quedó embarazada. ¡Un acontecimiento extraordinario dado lo ocurrido! Junto a su novio, el músico Gabriel Reinhardt, tuvieron que comunicarlo a la Gestapo. En 1942, la llamaron para programar un aborto, sin embargo, durante las pruebas vieron que estaba embarazada de gemelas. Entonces le hicieron firmar nuevamente su voluntad de entregar sus hijos a los nazis, para que realizaran investigaciones, o serían deportados a Auschwitz.
“Programaron una nueva esterilización hasta después de que naciéramos. Mi madre pasó varias revisiones en el hospital universitario de Wüzburg con el doctor Werner Heyde, discípulo del doctor Mengele”, cuenta Rita, una de las sobrevivientes. Josef Mengele era un despiadado investigador de gemelos que dirigía el área de experimentaciones con humanos en Auschwitz. Era genetista y tenía por objetivo crear un particular producto: arios, puros, de raza. “Hasta entonces, solo se habían permitido experimentos con animales, pero después se hicieron experimentos con humanos, entre ellos a mi hermana y a mí”, agrega Rita en un encuentro sostenido con jóvenes de la comunidad San Egidio en Madrid (España).
Rita y Rolanda, conejillos de indias
“Nací con Rolanda (su gemela) el 3 de marzo de 1943. Mi madre me dijo que asistieron al parto médicos uniformados, que nos llevaron a mi hermana y a mí inmediatamente... ella no nos vio hasta pasados cinco días. Al cabo de una semana, mi madre pudo volver, nos tomó y escapó del hospital. Tenía miedo de que toda la familia pudiera haber sido deportada a Auschwitz, porque en abril de 1943 casi todos los gitanos habían sido deportados allí”.
Theresia pudo estar junto a sus hijas algunas semanas. No obstante, sentía que serían los últimos instantes que las vería con vida. Por cuestiones de salud, dice Rita, “ella tuvo que llevarnos de nuevo al hospital y ya no podía visitarnos. Al cabo de dos semanas mi madre no lo pudo soportar y fue al hospital para intentar vernos; lo pidió varias veces, y finalmente una de las enfermeras le permitió ver solo una niña: a mí. Alarmada, mamá preguntó: “¿Y la otra niña?” La enfermera la llevó al pabellón y allí vio a Rolanda en la bañera con una camisa y un vendaje en la cabeza. Estaba muerta. Mi madre enloqueció, salió corriendo, fue a la sección infantil y me sacó de la cama”.
Salvada por el amor valiente de su madre
Rita también tenía la cabecita vendada, pero su madre pudo salvarla a tiempo. A las dos pequeñas –siguiendo el protocolo Nazi de Mengele- les habían inyectado sustancias experimentales en el cerebro y la zona posterior de las corneas, con el objetivo de intentar transformar sus ojos oscuros, gitanos, en azules. En aquel instante y con los nervios de toda madre, apenas pudo acudir al lugar donde estaba su padre para decirle: “Nos vemos en el punto de encuentro”, que era una iglesia. “Mi madre me llevó a la capilla de Santa Rita y me bautizó de urgencia, poniéndome el nombre de Rita. Luego fue a casa, donde miembros de las SS la estaban esperando. Me dejaron dos días más con ella y luego se llevaron a mi madre”.
Finalmente su madre fue esterilizada, igual que un joven tío, quien había estado oculto uniéndose a las juventudes nazis… "hasta que se descubrió su origen", aclara Rita. Durante un invierno entero, Theresia no supo del paradero de su hija Rita. “Pasado ese tiempo, recibió una carta de la cruz roja diciéndole que podría pasar a recogerme y estar conmigo. Era el año 1944. Durante mucho tiempo nunca supe qué es lo que me había pasado. Mi madre no me lo explicó para que no tuviera que cargar con la tristeza. De niña estaba siempre enferma, muchas veces me desmayaba, iba al colegio pero me colocaba muy débil y siempre me sacaban de la escuela por mi defecto físico (en el cráneo)”.
El encuentro con la verdad a los cuarenta años
Pasó el tiempo y Rita creció desconociendo las torturas a las que habría sido sometida de las que se libró de forma inexplicable, según le contaría su madre. Se casó a los 21 años, tuvo dos hijos y emigró a vivir en Estados Unidos.
Tras cuarenta años, Theresia decidió contar a su hija los trágicos sucesos. Las cicatrices en el cuerpo y la verdad revelada no minaron la fe de Rita. Al contrario, la motivaron a dar testimonio de esperanza, perdón y confianza en Dios.
A sus 71 años Rita Prigmore, con un pañuelo de flores anudado al cuello, sonríe, siempre sonríe al contar las historias de sus ancestros y cómo a pesar de ser despojados de todo nunca abandonaron su fe en Dios. Su tío Otto Winterstein y su tío abuelo Früz Spindler, que estaban en Auschwitz, también sobrevivieron. “No así muchos otros que fueron aniquilados. Se calcula que 500.000 Sinti y Rome fueron asesinados durante la época de Hitler. El año pasado fui a Auschwitz por primera vez y no fue fácil para mí, porque muchas personas de mi familia fueron asesinadas allí”.
“Sigo adelante con ayuda de la fe”
Testimonios como los de su madre Theresia, son parte del archivo del Museo Memorial del Holocausto en Estados Unidos, y se utilizaron para producir la retrospectiva titulada "Medicina mortal: creando la raza maestra".
Rita es católica y al momento de preguntar si es posible perdonar, ella sin apuros dice: “Nunca se olvida. Y se perdona porque las nuevas generaciones, que son el futuro, deben saber qué fue lo ocurrido, tener datos sobre esa parte de la historia. Transmito mi testimonio para que afronten su futuro. Preferiría estar con mis nietos, pero sigo adelante con ayuda de la fe”.
Ha participado en múltiples conferencias y ha recorrido distintas universidades para decir que nadie de hoy tiene la culpa de lo que ocurrió en los campos de exterminio, pero que "todo el mundo tiene la responsabilidad de que no vuelva a ocurrir”, y agrega: “Cuando te preguntan de dónde vienes, de repente cambia todo. Entonces dejas de ser la persona que conocen… y te ven judío, gitano, polaco, checo, turco, musulmán o de alguna otra minoría. ¿Dónde se origina el que uno pierda de repente el derecho como ser humano cuando oyen que eres gitano? Yo creo que sólo Dios, que nos creó, tiene derecho a decidir nuestro destino o juzgarnos”.
Publicado en Porta Luz
27 febrero 2016
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