Por: J. Lozano | Fuente: Religión en Libertad
¿Qué
ocurre cuando la persona que salva vidas en momentos extremos empieza a
no encontrar la razón de vivir tras ver tanto sufrimiento, mal y
violencia? Esto es lo que durante un tiempo le ocurrió a una
cirujana del servicio de urgencias de un hospital en el que trataba a
diario a pacientes que llegaban debatiéndose entre la vida y la muerte.
Se trata de Kathryn L. Butler, que sufrió una gran crisis existencial al ver tanto mal y sufrimiento en su trabajo, en muchos casos provocado por el propio ser humano.
Todavía recuerda como si fuera ayer aquellos momentos que le hicieron caer en esta crisis existencial. Sala de urgencias, prisas, nervios…”Mis ojos siguen el monitor cardíaco. La distancia entre los latidos de mi paciente se alargaba. El ritmo descendente significaba que la sangre, que fluía de su cráneo fracturado, estaba expulsando el cerebro. Tenía 22 años y mientras dormía alguien le golpeó con un bate de béisbol. Su esposa, que dormía junto a él, había muerto durante el asalto. Su hijo de cuatro años había sido testigo de todo”.
“Había sido entrenada para situaciones de urgencia en primeros auxilios: el caos, la oportunidad de ayudar a las personas en momentos terribles. Sin embargo, mientras buscaba la vena de mi paciente, me costaba concentrarme”, explica esta doctora.
Mirar todos los días al mal y al sufrimiento
Mientras seguía luchando con estos sentimientos que la hacían sufrir, llegó a urgencias ya moribundo un adolescente de 15 años herido por arma de fuego. Sin pensarlo, le abrió el pecho con el bisturí y vio que la bala había atravesado la aorta, no sobreviviría. Ahora ella luchaba para no llorar.
Pero cuando intentaba apaciguar los ánimos, un mensaje la devolvía a la realidad. Llegaba a la sala de reanimación otro adolescente de 15 años también con un disparo en la cabeza. Poco después llegaba la madre, que gritó y se desplomó en el suelo.
Su escasa fe no encontraba respuestas
Butler se quitó los guantes ensangrentados y salió corriendo de la sala mientras lloraba. El misterio del mal la sobrepasaba. Entró en una profunda crisis. Ya no sabía por qué se había convertido en cirujano ni encontraba respuesta a las preguntas más profundas de la vida.
Su fe, la de una persona “cristiana por tradición”, no lograba encontrar respuestas. Se le quedaba corta ante lo que vivía y sentía. Al salir del hospital conducía sin un destino fijo deambulando por las calles. “Cuando abrí los ojos para orar no salían las palabras. Me sentía abandonada por Dios. Y pensé que el Señor, si hubiera existido alguna vez, me había abandonado”, afirma, tal y como recoge la Nuova Bussola Quotidiana.
Presa del escepticismo y la desesperación
Desde ese momento, la cirujana cayó en un agnosticismo escéptico, que le acabó llevando a una desesperación hasta llegar a plantearse el suicidio.
Además, en ese tiempo su marido Scottie perdió su trabajo pero lejos de rebelarse se refugió en la Iglesia. Butler le seguía e iba a la iglesia con él pero seguía con su postura escéptica por lo que Dios fue a su encuentro al lugar donde empezó el problema: en el hospital.
La llegada del paciente que cambió su vida
A sus manos llegó Ron, un hombre de mediana edad, tras un paro cardiaco, tenía una lesión cerebral grave provocada por la falta de oxigeno. Estaba en estado vegetativo y aunque tenía los ojos abiertos no estaba consciente. Los neurólogos habían dicho que nunca se recuperaría.
Sin embargo, todos los días la esposa y la hija de Ron rezaban junto a la cama del hospital por un milagro. Una mañana, la mujer sonrió a Butler y ésta se acercó. La mujer le dijo: “Ayer por la tarde recé y recé y cuando desperté sabía que todo iría bien, Dios me dijo que todo iría bien”. La cirujana admiraba “su convicción y esperanza” pero los datos clínicos decían lo contrario.
Pero de la admiración empezó a sentir molestia al ver como la mujer durante los días siguientes cantaba a su marido y rezaba junto a él. “Mis colegas y yo luchábamos para oculta nuestra preocupación, nos mirábamos como diciendo: ‘todo esto es insoportable’”.
"La ciencia no podía explicar su curación"
Esto siguió así hasta que un día, la mujer y su hija llegaron a ella gritando: Ron se había movido. Butler acudió a su cama y se dirigió al paciente pero no obtuvo respuesta por lo que explicó a la familia que simplemente era un movimiento reflejo. “No”, respondió de manera categórica la esposa, que le dijo: “mira”.
En ese instante, puso su mano sobre el hombro de su marido y le gritó al oído que moviera el dedo gordo del pie derecho. Y lo movió. Al día siguiente volvió la cabeza hacia ellos y después parpadeó. En dos semanas ya estaba despierto y en tres estaba sentado en una silla. “La ciencia médica no podía explicar su recuperación”, explicó la cirujana.
Supo que era un milagro pero todavía había una pregunta
Pronto ella entendió que había sido testigo de un milagro y que Dios tenía que existir pero aún seguía teniendo una pregunta que no conseguía responder: “¿Cómo podía conceder tantas bendiciones y a la vez permitir el sufrimiento?”.
Su esposo, que había encontrado un gran refugio en la fe, le pidió que leyera el Evangelio para que encontrara una respuesta a esta gran interrogante. De pronto el velo que tenía ante los ojos cayó.
El Evangelio iluminó su vida
“La lectura me reveló el amor de Cristo en pinceladas que nunca había visto. La agonía que sufrió por nuestro bien me dejó sin aliento. Él también había sufrido el mal del corazón y se enfrentó cara a cara con el mal. Soportó tal sufrimiento, nuestros sufrimientos, por nosotros”, explica ahora ella.
A la conclusión a la que llegó tras esta experiencia de fe y de conversión es que “el Señor ha usado mi desesperación y ha tejido un lienzo para su diseño perfecto. Así como Cristo resucitó a Lázaro para que otros creyeran, él redime el sufrimiento – heridas de bala, luto, trabajos perdidos…- para su gloria”.
“En su misericordia, él baja para alentarnos y completar los milagros que no podemos pretender entender”.
Se trata de Kathryn L. Butler, que sufrió una gran crisis existencial al ver tanto mal y sufrimiento en su trabajo, en muchos casos provocado por el propio ser humano.
Todavía recuerda como si fuera ayer aquellos momentos que le hicieron caer en esta crisis existencial. Sala de urgencias, prisas, nervios…”Mis ojos siguen el monitor cardíaco. La distancia entre los latidos de mi paciente se alargaba. El ritmo descendente significaba que la sangre, que fluía de su cráneo fracturado, estaba expulsando el cerebro. Tenía 22 años y mientras dormía alguien le golpeó con un bate de béisbol. Su esposa, que dormía junto a él, había muerto durante el asalto. Su hijo de cuatro años había sido testigo de todo”.
“Había sido entrenada para situaciones de urgencia en primeros auxilios: el caos, la oportunidad de ayudar a las personas en momentos terribles. Sin embargo, mientras buscaba la vena de mi paciente, me costaba concentrarme”, explica esta doctora.
Mirar todos los días al mal y al sufrimiento
Mientras seguía luchando con estos sentimientos que la hacían sufrir, llegó a urgencias ya moribundo un adolescente de 15 años herido por arma de fuego. Sin pensarlo, le abrió el pecho con el bisturí y vio que la bala había atravesado la aorta, no sobreviviría. Ahora ella luchaba para no llorar.
Pero cuando intentaba apaciguar los ánimos, un mensaje la devolvía a la realidad. Llegaba a la sala de reanimación otro adolescente de 15 años también con un disparo en la cabeza. Poco después llegaba la madre, que gritó y se desplomó en el suelo.
Su escasa fe no encontraba respuestas
Butler se quitó los guantes ensangrentados y salió corriendo de la sala mientras lloraba. El misterio del mal la sobrepasaba. Entró en una profunda crisis. Ya no sabía por qué se había convertido en cirujano ni encontraba respuesta a las preguntas más profundas de la vida.
Su fe, la de una persona “cristiana por tradición”, no lograba encontrar respuestas. Se le quedaba corta ante lo que vivía y sentía. Al salir del hospital conducía sin un destino fijo deambulando por las calles. “Cuando abrí los ojos para orar no salían las palabras. Me sentía abandonada por Dios. Y pensé que el Señor, si hubiera existido alguna vez, me había abandonado”, afirma, tal y como recoge la Nuova Bussola Quotidiana.
Presa del escepticismo y la desesperación
Desde ese momento, la cirujana cayó en un agnosticismo escéptico, que le acabó llevando a una desesperación hasta llegar a plantearse el suicidio.
Además, en ese tiempo su marido Scottie perdió su trabajo pero lejos de rebelarse se refugió en la Iglesia. Butler le seguía e iba a la iglesia con él pero seguía con su postura escéptica por lo que Dios fue a su encuentro al lugar donde empezó el problema: en el hospital.
La llegada del paciente que cambió su vida
A sus manos llegó Ron, un hombre de mediana edad, tras un paro cardiaco, tenía una lesión cerebral grave provocada por la falta de oxigeno. Estaba en estado vegetativo y aunque tenía los ojos abiertos no estaba consciente. Los neurólogos habían dicho que nunca se recuperaría.
Sin embargo, todos los días la esposa y la hija de Ron rezaban junto a la cama del hospital por un milagro. Una mañana, la mujer sonrió a Butler y ésta se acercó. La mujer le dijo: “Ayer por la tarde recé y recé y cuando desperté sabía que todo iría bien, Dios me dijo que todo iría bien”. La cirujana admiraba “su convicción y esperanza” pero los datos clínicos decían lo contrario.
Pero de la admiración empezó a sentir molestia al ver como la mujer durante los días siguientes cantaba a su marido y rezaba junto a él. “Mis colegas y yo luchábamos para oculta nuestra preocupación, nos mirábamos como diciendo: ‘todo esto es insoportable’”.
"La ciencia no podía explicar su curación"
Esto siguió así hasta que un día, la mujer y su hija llegaron a ella gritando: Ron se había movido. Butler acudió a su cama y se dirigió al paciente pero no obtuvo respuesta por lo que explicó a la familia que simplemente era un movimiento reflejo. “No”, respondió de manera categórica la esposa, que le dijo: “mira”.
En ese instante, puso su mano sobre el hombro de su marido y le gritó al oído que moviera el dedo gordo del pie derecho. Y lo movió. Al día siguiente volvió la cabeza hacia ellos y después parpadeó. En dos semanas ya estaba despierto y en tres estaba sentado en una silla. “La ciencia médica no podía explicar su recuperación”, explicó la cirujana.
Supo que era un milagro pero todavía había una pregunta
Pronto ella entendió que había sido testigo de un milagro y que Dios tenía que existir pero aún seguía teniendo una pregunta que no conseguía responder: “¿Cómo podía conceder tantas bendiciones y a la vez permitir el sufrimiento?”.
Su esposo, que había encontrado un gran refugio en la fe, le pidió que leyera el Evangelio para que encontrara una respuesta a esta gran interrogante. De pronto el velo que tenía ante los ojos cayó.
El Evangelio iluminó su vida
“La lectura me reveló el amor de Cristo en pinceladas que nunca había visto. La agonía que sufrió por nuestro bien me dejó sin aliento. Él también había sufrido el mal del corazón y se enfrentó cara a cara con el mal. Soportó tal sufrimiento, nuestros sufrimientos, por nosotros”, explica ahora ella.
A la conclusión a la que llegó tras esta experiencia de fe y de conversión es que “el Señor ha usado mi desesperación y ha tejido un lienzo para su diseño perfecto. Así como Cristo resucitó a Lázaro para que otros creyeran, él redime el sufrimiento – heridas de bala, luto, trabajos perdidos…- para su gloria”.
“En su misericordia, él baja para alentarnos y completar los milagros que no podemos pretender entender”.
Este artículo fue publicado originalmente por nuestros aliados y amigos: |
No hay comentarios:
Publicar un comentario