sábado, 26 de octubre de 2019

¿Qué nos grita Dios en sus silencios?




Tengo que aprender a creer en Él, incluso cuando calla


Por: Silvia Ordoñez | Fuente: Catholic-link.com




A lo largo de la historia de la humanidad y en muchos relatos de la Biblia, el hombre ha pasado por duras batallas y largas caminatas por desiertos aparentemente interminables. Es decir, el sufrimiento y la sensación de pérdida siempre han estado presentes. En la vida de cada uno de nosotros también se nos manifiestan, en alguna etapa con mayor intensidad, estas tempestades en las que sentimos que nos ahogamos o nos perdemos sin escapatoria.


Me gusta este video porque nos hace ver que no somos los únicos que pasamos por estos momentos difíciles en los que nos sentimos atrapados dentro de un laberinto sin salida en el que muchas veces nos golpeamos contra las paredes en intentos fallidos por salir con nuestras propias fuerzas. Pero, la pregunta es: ¿qué podemos hacer ante esta situación?


1. Aceptar lo que nos está sucediendo   

El primer paso para superar estas situaciones complejas por las que pasamos es aceptarlo y buscar ayuda en Dios y en los demás. Pensemos que muchas personas (incluyendo la chica del video y yo) hemos pasado por estas adversidades. Es por eso que Jesús, al hacerse partícipe de nuestra condición humana, pudo entender mejor nuestros sufrimientos y tuvo que pasar por lo mismo que nosotros: decepciones, traiciones, blasfemias, e incluso la muerte en la Cruz.


2. Hablar con Dios     

Es bueno que le expresemos a Dios cómo nos estamos sintiendo, que le expliquemos que estamos abrumados y no encontramos su presencia. El mismo Jesús llegó a sentirse de esa manera y en la oración en el Huerto de los Olivos expresó su miedo diciendo: «¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz! Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42) y cerca de la hora de su muerte exclamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 45-46). Pero su arma más poderosa para el combate de estas tribulaciones fue la oración, así que, siguiendo su ejemplo, oremos mucho, hablemos con Él y contémosle lo que pensamos y cómo nos sentimos.



3. Escuchar a Dios

Así como hablamos con Dios y le pedimos cosas, quizás sea un buen momento para empezar a preguntarnos: ¿qué es lo que Él quiere de mí? A veces sentimos que lo único que viene de Dios son silencios y que no nos ayuda a encontrar respuestas, le rogamos señales y nos quejamos; pero seguramente somos nosotros quienes, al estar tan enfocados en lo que queremos, tapamos nuestros oídos ante los pedidos de Dios y la misión que se nos ha confiado. A través de esa misión, Jesús busca que seamos felices, pero solamente lo lograremos amando también nuestra Cruz.   


4. Vivir con esperanza y humildad

Para poder llevar a cabo aquello que Dios nos pide debemos cultivar dos virtudes principales: la esperanza y la humildad. Se debe ser humildes para aceptar los pedidos del Señor y no perder la esperanza, que como la define el Papa Francisco: «Es tener la certeza de que yo estoy en camino hacia algo que es y no lo que yo quiero que sea». Esa espera «significa e implica un corazón humilde, pobre».  Solo manteniéndonos en la esperanza y perseverando con humildad, será más fácil ampliar nuestros horizontes y volver a soñar.   

  

5. Tener verdadera confianza en Él

Cuando nos sentimos abandonados por todos, sin esperanza de encontrar algo mejor, es cuando más difícil se nos hace creer y entender qué es lo que Dios quiere para nosotros o qué espera que hagamos.  En este punto, San Josemaría Escrivá, nos propone vivir un camino que él llama “infancia espiritual”, que implica volvernos con Dios como un niño de 2 años que se abandona completamente en las manos de sus padres. Afirma: «siendo niños no tendréis penas: los niños olvidan en seguida los disgustos para volver a sus juegos ordinarios. Por eso, con el abandono, no habréis de preocuparos, ya que descansaréis en el Padre» (Camino, San Josemaría Escrivá, 864).
Si sientes que estás atravesando por un árido desierto o una tormenta torrencial, recuerda que «a veces Dios permite desiertos para enseñarnos, para formarnos y hacernos crecer. Y es en esos desiertos más oscuros dónde terminamos entendiendo más de Él. Dónde terminamos sintiendo su calma, aún en medio de cualquier tempestad. Búscalo, espera y cree. Él está».
Este artículo fue publicado originalmente por nuestros aliados y amigos: Ir al artículo en Catholic-link.com


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