Por: Jorge Enrique Mújica | Fuente: Virtudes y valores
"GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS y PAZ en la TIERRA a los Hombres que AMA el SEÑOR
Que si este año se atacó la Navidad más que el otro; que si esta vez menos escuelas la festejaron; que si este año el ayuntamiento prohibió el Belén; que si ahora vetaron los adornos cristianos en lugares públicos; que si se está despojando a la Navidad de su razón y sentido; que si… Sí, no es para hacer fiesta pero tampoco para hundirnos en la tristeza.
“Ya para qué celebro la Navidad”, pensará alguno. El pesimismo es una
actitud tentativa a elegir en estos casos, pero hay otra más noble y
elevada: el optimismo, la actitud por la que el cristiano siempre
debería optar.
No
nos referimos al mero optimismo humano, al que se queda en la
naturalidad de un temperamento. Vamos más allá, al optimismo cristiano,
ese que ante las realidades difíciles no se arredra ni achicopala; ese
que trasciende temperamentos y no conoce más frontera que la de la
libertad del ser humano.
Esperanza
es el nombre cristiano del optimismo: si el optimismo es nuestra acta
de nacimiento, la esperanza es la de bautismo. ¿Y esto que tiene que ver
con la Navidad?
¡Todo! Porque Navidad, además de un periodo donde
festejamos el cumpleaños del mero, mero, es también un estado del alma,
una actitud de vida. Y como la vida se puede afrontar negativa o
positivamente, con pesimismo o con optimismo, debemos aprender a vivirla
como cristianos.
Solemos
entristecernos a la primera. Vemos el cielo nublado y se nos olvida que
detrás está el sol, que sólo hace falta atravesar las nubes, ir más
allá de ellas. Y para eso es la vida, para eso es el optimismo
cristiano. Nuestras vidas deben ser el gran motor de un avión que nos
lleve a atravesar los cielos en búsqueda de esa luz que nos da alegría,
serenidad y consuelo.
Dependen de nosotros, de si queremos un motorcito
de aviones vejestorios que nos pueden dejar a medio camino, que no nos
garantizan alcanzar la plenitud de nuestra meta, o uno moderno que tiene
la potencia y concede la seguridad de conseguir nuestro destino.
Cada
día fabricamos ese motor. La fe nos dice que arriba hay luz; la caridad
que queremos lograrla; la esperanza que podemos conseguirla.
El
optimismo cristiano nace de la conciencia de saber que Dios nació y
puso su morada entre nosotros. Nace del hecho de que Dios quiere nacer
no sólo cada año sino todos los días de la vida en nuestros corazones.
¡Si supiéramos lo que es bueno! Y ni nos pide mansiones, ni hoteles de
primera clase, ni chalets en zonas residenciales exclusivas; sigue
queriendo anidar en la humildad, en el silencio, en lo oculto.
Únicamente pide un corazón dispuesto, un alma preparada, preñada del
optimismo que de un ánima así se desprende.
Todos
los días puede ser Navidad. Ahora que lo sabemos no podemos dejar pasar
la oportunidad de aprovecharla. Con optimismo, con amor, con obras. Es
tan fácil: reconciliarse con aquel con quien me enemisté, recordar los
detalles hacia el esposo o esposa (como cuando eran novios), agradecer a
los abuelos, manifestarles el cariño; si somos hijo, ofrecerse a
cocinar la cena, estar disponible a ayudar en lo que se ofrezca…
Cristo
nació y murió aparentemente como un fracasado. Y es que Dios aparenta
arruinarse pero luego triunfa; sus “fracasos”, siempre son aparentes,
son una oportunidad de probar nuestra fe, nuestra confianza en Él. Ahora
que lo sabemos no podemos decepcionarle. El hecho de que se minusvalore
la Navidad o que algunos la hayan empezado a vaciar de sentido no puede
ser motivo para abandonarnos en la melancolía; ¡es la mejor oportunidad
para demostrar con obras nuestro amor, para declararnos abiertamente
cristianos!
Un corazón que ha construido un Belén para Dios puede lograr
esto y mucho más porque ya es de Cristo, porque está bañado por el
optimismo cristiano.
A
pocos días del nacimiento del Salvador, conviente prepararse para el
gran acontecimiento. Como recordaba el Papa Benedicto XVI : «Que el
Niños Jesús, al nacer entre nosotros, no nos encuentre distraídos o
dedicados simplemente a decorar de luces nuestras casas. Decoremos más
bien en nuestro espíritu y en nuestras familias una digna morada en la
que Él se sienta acogido con fe y amor. Que nos ayuden la Virgen y san
José a vivir el Misterio de la Navidad con una nueva maravilla y una
serenidad pacificadora».
La preparación exterior es reflejo de la
preparación interior. Las fiestas son manifestaciones del gozo por el
nacimiento del Salvador. Sólo así tendremos unas navidades completas y
autenticamente felices.
¡Feliz Navidad!
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