Por: Mons. Felipe Arizmendi Esquivel | Fuente: Catholic.net
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Más de dos terceras partes de los miembros del pasado Sínodo para la Amazonia propusieron que se pudiera ordenar como diaconisas a mujeres que colaboran pastoralmente en esa región. Sería una forma de potenciar su servicio evangelizador, no para que, con el tiempo, se les concediera el sacerdocio, pues el diaconado no es en orden al sacerdocio, sino al servicio a la comunidad.
Más de dos terceras partes de los miembros del pasado Sínodo para la Amazonia propusieron que se pudiera ordenar como diaconisas a mujeres que colaboran pastoralmente en esa región. Sería una forma de potenciar su servicio evangelizador, no para que, con el tiempo, se les concediera el sacerdocio, pues el diaconado no es en orden al sacerdocio, sino al servicio a la comunidad.
El Papa no accedió a esta petición y da unas
razones profundas, en el sentido de que las mujeres no necesitan esta
ordenación para hacer lo que hacen y mucho más. No se puede seguir
pensando que la ordenación es para tener poder eclesial.
Conocemos
mujeres que han influido mucho en la historia de los pueblos y en la
pastoral, sin ser sacerdotisas o diaconisas. Cada quien podría dar
ejemplos. La Virgen María, Santa Teresa de Avila, la Madre Teresa, y
tantas otras, son casos preclaros. Mi abuela, sin muchas letras, fue
significativa para la evangelización de mi pueblo.
En
mi diócesis anterior, existe una Coordinación Diocesana de Mujeres
(CODIMUJ) que ha trabajado mucho para que las mujeres indígenas asuman
su dignidad en la familia y en la comunidad. El cargo de Canciller de la
diócesis lo desempeña, desde hace muchos años, una mujer, religiosa o
laica, y en forma ejemplar.
No es sólo una secretaria, sino que es el
primer rostro de la Iglesia local, quien recibe y atiende personas y
asuntos, quien ayuda con su palabra a tomar decisiones. En el Consejo
Diocesano de Pastoral, son varias mujeres que aportan su palabra y
tienen influencia decisiva. En el Seminario, una religiosa dominicana
imparte clases de teología dogmática, pues está preparada académicamente
para ello.
Conforme
a la normatividad canónica, autoricé a mujeres indígenas para que
celebraran el bautismo, donde no había diáconos permanentes y
difícilmente llegaba el sacerdote. Con el apoyo de la conferencia
episcopal y la autorización suprema de Roma, esas mismas mujeres
presidían la celebración canónica de matrimonios, previa formación de
ellas y de la comunidad.
Sin
tantas mujeres apostólicas que hay, la pastoral se derrumbaría. Un día
sin ellas en la pastoral, sería un desastre. Sin su cercanía y su amor
generoso en la familia y en la comunidad, sobre todo para los enfermos,
ancianos y descartados, se acabaría el sol de la vida y de la esperanza.
PENSAR
En su Exhortación Querida Amazonia, el Papa Francisco dice:
“Se
necesitan sacerdotes, pero esto no excluye que ordinariamente los
diáconos permanentes —que deberían ser muchos más en la Amazonia—, las
religiosas y los mismos laicos asuman responsabilidades importantes para
el crecimiento de las comunidades y que maduren en el ejercicio de esas
funciones gracias a un acompañamiento adecuado” (92).
“Hay
comunidades que se han sostenido y han transmitido la fe durante mucho
tiempo sin que algún sacerdote pasara por allí, aun durante décadas.
Esto ocurrió gracias a la presencia de mujeres fuertes y generosas:
bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras, ciertamente llamadas e
impulsadas por el Espíritu Santo. Durante siglos las mujeres
mantuvieron a la Iglesia en pie en esos lugares con admirable entrega y
ardiente fe” (99).
“Esto
nos invita a expandir la mirada para evitar reducir nuestra comprensión
de la Iglesia a estructuras funcionales. Ese reduccionismo nos llevaría
a pensar que se otorgaría a las mujeres un status y una participación
mayor en la Iglesia sólo si se les diera acceso al Orden sagrado. Pero
esta mirada en realidad limitaría las perspectivas, nos orientaría a
clericalizar a las mujeres, disminuiría el gran valor de lo que ellas ya
han dado y provocaría sutilmente un empobrecimiento de su aporte
indispensable” (100).
“Las
mujeres hacen su aporte a la Iglesia según su modo propio y prolongando
la fuerza y la ternura de María, la Madre. Sin las mujeres, la Iglesia
se derrumba” (101).
“En
una Iglesia sinodal las mujeres deberían poder acceder a funciones e
incluso a servicios eclesiales que no requieren el Orden sagrado y
permitan expresar mejor su lugar propio. Cabe recordar que estos
servicios implican una estabilidad, un reconocimiento público y el envío
por parte del obispo. Esto da lugar también a que las mujeres tengan
una incidencia real y efectiva en la organización, en las decisiones más
importantes y en la guía de las comunidades, pero sin dejar de hacerlo
con el estilo propio de su impronta femenina” (103).
ACTUAR
No hace falta que un día se pongan en huelga pastoral las mujeres
apóstoles seglares, para que les demos su lugar; pero valoremos más su
aporte femenino, promoviéndolas con cargos importantes en la comunidad
eclesial y agradeciendo su servicio, casi siempre gratuito.