Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
Proteger a los débiles es una función necesaria del derecho y una tarea que asumen quienes aman la justicia.
En
ocasiones, sin embargo, bajo la excusa de proteger a los débiles, se
aprueban leyes injustas, que van contra elementos básicos del derecho.
Ello
ocurre, por ejemplo, cuando para proteger a grupos o categorías de
seres humanos se toman medidas que van contra la sana presunción de
inocencia en los procesos penales, o cuando se proponen castigos
excesivos a los culpables.
También ocurre cuando se protegen a algunas categorías y se permiten, impunemente, daños e injusticias contra otras.
Así,
algunas sociedades que se autodeclaran democráticas y amantes del
derecho por proteger a adultos en situaciones de discriminación, al
mismo tiempo permiten el aborto de miles de embriones y fetos por sus
defectos genéticos o, simplemente, por no ser queridos por sus madres.
Un
Estado y un pueblo que amen, de verdad, la justicia, promueven
protecciones equilibradas y justas hacia los adultos que más necesiten
ayuda en el ejercicio de sus derechos, y evitan cualquier tipo de leyes
con las que sea posible dañar a otras categorías de seres humanos
necesitados.
En
cambio, un Estado y un pueblo caen en la demagogia y el arbitrarismo
cuando dicen defender los derechos de algunos, a veces de grupos de
presión bien organizados, mientras aprueban el aborto en general, o el
aborto discriminatorio que se aplica contra los embriones con síndrome
de Down o con otras patologías.
Las
diversas campañas orientadas a defender los derechos humanos
fundamentales evitarán este tipo de situaciones si promueven, de verdad,
medidas orientadas a la protección de todos, desde antes del nacimiento
hasta las últimas etapas de la vejez.
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