Por monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán
TEHUACÁN, sábado 6 de marzo de 2010 (ZENIT.org-El Observador).- El domingo 7 de marzo se celebra en México el Día de la Familia, mientras que el 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer. Sobre ambas celebraciones entrega su reflexión semanal monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán.
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El próximo día 7 -primer domingo de marzo- celebraremos el Día de la Familia, que se ha instituido en nuestro País hace algunos años. Al día siguiente, 8 de marzo, celebraremos el Día de la Mujer, fecha instituida a nivel internacional hace muchos años. En mis comentarios quiero unir brevemente ambas conmemoraciones.
Doy gracias a Dios por la mujer que es hija, especialmente cuando desde niña llena de alegría el hogar con su candor, su sonrisa, su servicialidad y esa femineidad que va brotando al estar atenta a muchos detalles que el varón con frecuencia descuida.
Doy gracias a Dios por la mujer que es esposa, compañera fiel y apoyo del marido.
Doy gracias a Dios por la mujer que es madre, abnegada y solícita, con un corazón grande para amar a todos y cada uno en la familia.
Pido a Dios por la mujer que ha sufrido marginación, maltrato, violación; por la que experimenta la tentación de suprimir la vida humana que ha empezado a crecer en su vientre; por la que se ha visto forzada a asumir la misión de madre-padre debido a la ausencia parcial o total del padre de sus hijos.
Invito a usted a agradecer a Dios por las mujeres que con su ternura y dedicación le han ayudado a crecer y madurar en la vida.
El Papa Pío XII decía: "la esposa y la madre es el sol de la familia. Es el sol con su generosidad y abnegación, con su constante prontitud, con su delicadeza vigilante y previsora en todo cuanto puede alegrar la vida a su marido y a sus hijos. Ella difunde en torno de sí luz y calor; y, si suele decirse de un matrimonio que es feliz cuando cada uno de los cónyuges, al contraerlo, se consagra a hacer feliz, no a sí mismo, sino al otro, este noble sentimiento e intención, aunque les obligue a ambos, es sin embargo virtud principal de la mujer, que le nace con las palpitaciones de madre y con la madurez del corazón; madurez que, si recibe amarguras, no quiere dar sino alegrías; si recibe humillaciones, no quiere devolver sino dignidad y respeto, semejante al sol que con sus albores alegra la nebulosa mañana, y dora las nubes con los rayos de su ocaso."
Invito a usted a que demos gracias a Dios por la familia que nos ha concedido, la cual es don y tarea: Don que Dios nos concede para acoger con alegría y apertura de corazón; tarea para asumir en la familia nuestra responsabilidad -compartida por todos los miembros- de la mutua pertenencia, relación constante y apoyo de unos para con otros. Atentos para dar y recibir amor, perdón, comprensión; para alegrarnos con los éxitos de los demás familiares y sufrir con sus infortunios.
Encomendemos nuestra familia y todas las familias a la Familia Trinitaria -Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo- y hagámoslo por intercesión de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. De este modo vivamos unidos una fe que se irradie en obras concretas de servicialidad solidaria, de convivencia verdaderamente humana en la paz y la justicia.
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