sábado, 19 de marzo de 2011

Margarita Estrada

Gran testimonio de una consagrada sobre cómo su apostolado con las religiosas le ha enseñado una gran lección de vida

Margarita Estrada
Margarita Estrada
Margarita Estrada, miembro consagrado del Movimiento Regnum Christi, celebró el 40° aniversario de su consagración a Cristo el 8 de diciembre de 2009. Actualmente colabora como coordinador territorial para el apostolado Instituto DAR, cuya misión es formar, robustecer, y renovar el ideal de la vida consagrada. Nos ofrece este testimonio de cómo su apostolado con las religiosas le ha enseñado una gran lección de vida:

“Hermana, ¿cómo está?”
“Estoy loca de amor por Jesús.”

Tenía delante de mí una religiosa anciana y gravemente enferma, sufriendo una condición física deplorable: un tumor en la cabeza, reproducido por segunda vez, le había sacado el ojo derecho y le inclinaba la cabeza hacia abajo, con el cuerpo terriblemente encorvado. Pero esta hermana tenía el corazón “en forma”, en actitud de entrega, en un estado de salud perfecta. Nunca podré olvidar esta experiencia; marcó profundamente los inicios de mi apostolado con las religiosas.
¿Cuál era el objetivo que el Espíritu Santo marcaba en mi apostolado? Enamorarles de Jesús, encender más vivamente la llama del amor a Jesús, para que las religiosas llegaran al final de su vida con la lámpara encendida, como esta religiosa.

A través de las palabras de esta religiosa, también comprendí que el amor de Jesús buscaba cauces para acercarse a las religiosas y decirles cuánto las ama, cuánto desea verlas realizadas, felices, plenas en su seguimiento, cuánto desea que gocen de su amor, de su presencia, de su cercanía, del don de su vocación consagrada, señal inequívoca de su predilección. Hay un amor que quiere desbordarse en sus corazones.
He sido testigo privilegiado de este derroche del amor de Dios hacia sus religiosas cuando las he visto caminar más decididamente por el camino de su santidad; cuando he visto la transformación de sus rostros en rostros radiantes, alegres, sonrientes; cuando he escuchado sus palabras de “Vuelvo a empezar”; cuando las he visto salir decididas a seguir en pos de Cristo en su vocación, después de serias dudas, de mucho sufrimiento, de decisiones de traición. ¡Sembramos tan poco y cosechamos tanto! ¿No es esto una prueba grande de su gran amor?

En estos años he encontrado la fragilidad del ser humano ante la grandeza del llamado pero también la fuerza increíble de la gracia que ha forjado y sigue forjando almas santas entre sus religiosas. Sólo me queda exclamar con el salmista: “Bendice alma mía al Señor y todo mi ser a su santo nombre. Bendice alma mía al Señor y no olvides sus beneficios” al mismo tiempo unir mi corazón al Corazón de María Santísima para cantar con Ella: “Engrandece mi alma al Señor porque ha hecho maravillas” y sigue haciendo maravillas en el alma de sus religiosas. Gracias, Señor.

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