sábado, 27 de abril de 2013

Rosaria era intelectual «queer», feminista y lesbiana; hoy es madre y esposa cristiana

Rosaria Champagne Butterfield era profesora de inglés y de “Estudios de las Mujeres” y activista feminista en la muy progresista Syracusa University. En 1997 acababa de publicar su libro “The Politics of Survivorship”, sobre “el incesto en el contexto de las teorías feminista y queer y el psicoanálisis”. Esos eran sus tres campos de investigación principal. Además, se declaraba seguidora de las visiones del mundo de Freud, Hegel, Marx y Darwin. Y era lesbiana.

El origen de su lesbianismo
Se declaró públicamente así cuando tenía 28 años y acababa su doctorado en Literatura Inglesa y Estudios Culturales en Syracusa, explica Rosaria en su libro testimonio de 2012.

Mi identidad lésbica empezó de forma no sexual. Siempre disfruté con la buena comunicación que comparten las mujeres. Me encontré más y más unida a mujeres en hobbies compartidos y en los valores feministas y de izquierda”. Sólo gradualmente sus relaciones con otras mujeres tomaron una dimensión erótica y se convirtieron en una identidad: nombrarse “lesbiana” la definía.

Solidaria, plena y comprometida
A los 36 años Rosaria se encontraba bien y tranquila, con sus clases de inglés y de Estudios de las Mujeres y una compañera estable. Su vida, dice, “era feliz, significativa, plena”. Acudían a menudo a la Iglesia Unitariana Universalista, que no tiene dogmas ni enseñanzas (ni siquiera proclama ni niega la existencia de Dios); sólo propone un vago llamado a ser “buenos y responsables”. Con unos 200.000 feligreses en EEUU, apenas uno de cada cinco unitarianos se autodeclaran cristianos. En esta iglesia se habla del “bien” y del “amor” (que cada uno debe definir a su manera) pero poco o nada de Jesucristo.

Rosaria y su compañera estaban volcadas en causas solidarias, “sobre moralidad, justicia, compasión”: contra el sida, por la alfabetización y la salud de los niños… y el feminismo, el homosexualismo político y las marchas del Orgullo Gay, donde veían cristianos con carteles amenazadores, versículos sobre el infierno y condenas groseras.

Cristianos ineptos y derecha religiosa
“La palabra ‘Jesús’ se me atragantaba”, escribe. Sus alumnos cristianos parecían especialmente ineptos, incapaces de entender lo que leían, algo que para una profesora de lengua y literatura es especialmente grave. “Siempre buscaban oportunidades para insertar un versículo bíblico en una conversación, pero no para profundizar en ella, sino para acabarla”, lamenta.

En 1997 empezó en serio a estudiar la “derecha religiosa y sus políticas de odio contra las queers como yo.” Como aperitivo, publicó un artículo (reseñado aquí) criticando los Promise Keepers (un movimiento de oración y castidad), una excusa para criticar la “trinidad impía: Jesús, política republicana y patriarcado”.

La carta de un pastor
Recibió muchas respuestas a su artículo: muchas de fans y muchas muy groseras de protesta. Pero le impactó la carta de un pastor presbiteriano de su ciudad, que no era grosera sino que le planteaba los mismos interrogantes que ella intentaba generar en sus alumnos: “¿cómo has llegado a tus conclusiones, cómo sabes que estás en lo cierto?”

“No sabía cómo responderla, así que tiré la carta, pero más tarde, esa noche, la saqué de la papelera de reciclaje, la coloqué en mi escritorio, y ella me miró desde allí toda la semana. Yo, como intelectual postmoderna, operaba desde una visión histórica materialista, pero el cristianismo es una visión sobrenatural”.

Rosaria decidió conocer al pastor Ken. Él la invitaba a comer, y ella aceptó: podía ser útil para su investigación.

Cristianos transparentes y vulnerables
El pastor y su esposa abrieron su casa, y se hicieron sus amigos. “Ellos entraron en mi mundo, conocieron a mis amigos, intercambiamos libros. Hablamos abiertamente sobre política y sexualidad. No actuaban como si esas conversaciones les contaminasen”.

Ella se sentía segura y tranquila porque ellos no le invitaban a ir a su iglesia. Ir a la iglesia “habría sido demasiado amenazador, estrambótico, demasiado”.

Le impresionaba cómo el pastor oraba antes de comer de una forma “íntima, vulnerable; él se arrepentía de sus pecados delante de mí. Daba gracias a Dios por todo. El Dios de Ken era santo y firme, pero lleno de piedad”.

Devorando la Biblia
Además de estos cristianos sinceros, vulnerables y transparentes, Rosaria decidió conocer la Biblia, pensando en su investigación. Y como era una mujer de letras la leyó y la releyó, “como un glotón que devora. La leí muchas veces ese mismo año en múltiples traducciones”. Podía estar 5 horas al día leyéndola.

Un día, Rosaria y su compañera estaban comiendo con J, un amigo transgénero (un hombre que se sentía mujer, y vestía y comportaba como tal).

“En la cocina, ella puso sus grandes manos sobre las mías. ‘Leer la Biblia te está cambiando, Rosaria’, avisó. Temblando, le respondí: ‘J, ¿y si es verdad? ¿Y si Jesús es un Señor real y resucitado? ¿Y si todos estamos en un lío?’ J respiró profundamente. ‘Rosaria, yo fui un ministro presbiteriano durante 15 años; recé para que Dios me sanara, pero no lo hizo. Si quieres, oraré por ti’”. Así Rosaria encontró la oración de quien menos cabía esperar.

“Luché con todo lo que tenía. Yo no quería eso. No lo había pedido”. Finalmente, el 14 de febrero de 1999 “salí de la cama de mi amante lesbiana y una hora después estaba en un banco de la Iglesia Presbiteriana Reformada de Syracusa”.

La presencia de Cristo vivo
Una noche ella rezó y preguntó a Dios si el evangelio era para alguien como ella también.

Sentí visceralmente la presencia viva de Dios mientras rezaba. Jesús parecía presente y vivo. Supe que no estaba sola en mi habitación. Pedí que si Jesús era verdaderamente un Dios real, resuitado, que cambiase mi corazón. Y si Él era real y yo era suya, pedí que me diera fuerza de mente para seguirle y carácter para ser una mujer de Dios. Pedí la fuerza para arrepentirme de un pecado que en ese momento no sentía como pecado en absoluto. Que si mi vida era su vida, que la tomase y la hiciese como quisiera. Pedí que tomase todo: mi sexualidad, mi profesión, mi comunidad, mis gustos, mis libros y mis mañanas”.

Entregar la sexualidad a Dios
Rosaria cree que “Dios me mandó a una iglesia conservadora para arrepentirme, sanarme, enseñarme y prosperar”. “Estoy agradecida de que cuando escuché la llamada del Señor en mi vida y quise atrincherarme en mis cosas, mantener mi novia y sólo sumar un poquito de Dios a mi vida, tuve un pastor y amigos en el Señor que me pedían nada menos ¡que yo muriese a mí misma! La ortodoxia bíblica nos puede ofrecer compasión real, porque en nuestra lucha con el pecado no podemos socavar el poder de Dios para cambiar vidas”.

Cuando un capellán universitario le dijo que podía ser cristiana y seguir practicando el lesbianismo le pareció atractivo pero ella ya había estudiado la Biblia: “había leído y releído la Escritura y no había restos de esa postmodernidad en la Biblia”.

Obedecer para entender
“Yo era pensadora, me pagaban por leer libros y escribir sobre ellos. Yo esperaba que en todas las áreas de la vida, el entender debía llegar antes del obedecer. Yo quería ser la juez, no ser juzgada. Pero en Juan 7,17 (“quien hace la voluntad de Dios sabrá lo que concierne a la doctrina”) se promete que el entendimiento llega después de la obediencia. ¿Quería de verdad entender la homosexualidad desde el punto de vista de Dios o sólo quería discutir con él? Pedí a Dos esa noche la voluntad de obedecerle antes de entenderle. Y recé el resto del día”.

Y se preguntó cuál era su verdadera identidad. ¿Ser lesbiana? “¿Quién hará Dios que sea yo?”

Jesús triunfó. Yo estaba rota. Mi conversión era como un tren descarrilado. Creía débilmente que si Jesús podía vencer a la muerte, podría reordenar mi mundo”.

Una nueva identidad
Y poco a poco su mundo se reordenó completamente. Entendió su nueva identidad como cristiana. Conoció un hombre cristiano y se casaron: hoy vive con él, pastor presbiteriano, en Carolina del Norte.

Tenía 39 años al casarse, y le asombró descubrir que ¡era vieja para tener niños! “El pecado infantiliza a la persona; yo me creía madura, importante, y lo cierto es que no sabía ni lo que era de verdad mi edad. Tras mi conversión, me asombró descubrir lo mayor que realmente era”.

Adoptaron unos niños y hoy ostenta con alegría los títulos de esposa y madre.

Y aunque reconoce que su pasado está ahí, “agazapado en los bordes de mi corazón, brillante y quieto como un cuchillo”, tiene clara una cosa: “no he olvidado la sangre que Jesús entregó por esta vida”.


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