sábado, 29 de junio de 2013

Motos, rock y alcohol, pero, aún sin fe «ante el Santísimo, de golpe, vi mi vida y lloré»

Y como ella se resistía a su vocación, Dios le dio otra experiencia: «como en las películas antiguas, cuando la mujer se pone histérica y el hombre le da dos bofetadas... pero en espiritual» 


 Karen McMahon es una religiosa irlandesa en la congregación de Siervas del Hogar de la Madre y una entusiasta pintora de iconos y cuadros religiosos, pero durante mucho tiempo estuvo alejada de Dios y volcada sólo en el rock, las motos y el alcohol. Incluso después de una experiencia mística impactante, intentó mantener a Dios "controlado" en su vida. Su itinerario hacia la fe comprometida dio vueltas... y cruzó océanos.

Familia católica y colegio de monjas

 
Karen explica que su familia era católica practicante y que estudió en un colegio de monjas. Hacia los 16 años, en vez de perseverar en los estudios, intentó trabajar en cualquier cosa para ganar dinero.

"Una de las cosas que más me gustaba era todo el tema del arte, pintar. Creo que como tenía ese espíritu inquieto, que nunca estaba contenta en nada, buscaba ideales en todo. Por eso saltaba mucho de una cosa a otra", recuerda.

Adorar a Dios sin iglesia... lleva a no adorar

 
Lo que le alejó de la Iglesia fue un inocente poema.

"En clase de inglés leímos una poesía de unos pájaros que estaban volando, adorando a Dios en la creación, volando sobre un monasterio oscuro. Lo de ir a Misa todos los domingos, para mí no tenía ningún sentido. Y pensé, “¿Por qué tengo yo que ir a una Iglesia oscura cuando yo puedo estar adorando a Dios allí fuera en la creación?” Y dejé de ir a Misa totalmente. Me gustaba realmente estar fuera, y de verdad pensaba que estaba adorando a Dios. Me lo pasaba muy bien. Pero poco a poco empecé a alejarme de Dios. La primera cosa fue dejar de ir a Misa. Y después empezó todo lo demás".

Hizo una serie de amistades poco aconsejables. "Muchas veces salíamos en moto, y volvíamos a las 4 de la mañana, tres subidos en una moto. Vestíamos todo de negro, pelo negro, con cruces. Un modo de vestir que es típico de los que van en moto allí. Íbamos también a conciertos. Vino Guns&Roses a Irlanda y fuimos al concierto. Fue tremendo", recuerda Karen.

Muchísimo alcohol

 
"En esa época en Irlanda no había tanta droga como ahora, pero sí muchísimo alcohol. Quizás por el clima, porque como siempre está lloviendo... Todo el mundo hace la vida en el Pub, es un sitio muy familiar, tiene su chimenea, e incluso si muere alguien, ¡todo el mundo al Pub!"

"No me sentía llena. Yo recuerdo que la sensación que tenía era de tener algo de felicidad y que esta se me escapaba de las manos. Y me preguntaba: ¿por qué no puedo retener la felicidad?, ¿por qué se me va de las manos? Y recuerdo la desesperación de pensar, ¿es que no existe la felicidad?, o ¿no hay nada que dura?"

Las amigas que no se hacen preguntas
"Yo sí pensaba en Dios. En esa época, con 17 años todavía escuchaba esa voz interior que te dice, esto sí, o mejor esto no. Pero por otro lado pensaba que estaba loca porque mis amigas no tenían este problema, que tenía que ser yo, que por mi carácter, por el arte, por lo que fuera, me pasaba"

"Ellas me decían que no, que todo el mundo lo hace. Y para mí estaba mal y entonces bebía para actuar como ellas actuaban. Pero para mí era ir en contra de mi naturaleza. Yo no quería hacer muchas de las cosas en las que nos metimos".

No servir ni a Dios ni a los hombres

 
A los 21 años, Karen decidió ingresar en la universidad para estudiar arte. Seguía metiéndose en líos, pero a esta edad ya le echaba la culpa a Dios. “¿Cómo puedes dejar que todo eso me pase a mí? ¿Qué he hecho yo?”, le protestaba. "Mi reacción era decirle a Dios que no le necesitaba para nada. Y de hecho era una feminista convencida, y decía “No serviré ni a Dios ni a hombres”. Ese fue mi lema de vida, ni Dios ni hombres".

Aunque llevaba años sin ir apenas a la iglesia, sus pinturas siempre tenían una base religiosa, en parte porque era lo más antisistema que se podía pintar allí.

"En la práctica podías hacer de todo, menos de religión. Y como yo tenía la cabeza dura, hacía mis cuadros sobre religión. Las cosas del libro del Apocalipsis me gustaban mucho. Recuerdo explicándoles a los otros estudiantes: “Mira, eso significa tal”. Yo les contaba esas cosas, y me decían “¿Por qué no sabemos nosotros eso? ¿Por qué no nos lo cuentan los sacerdotes?” Aprendí mucho de mi madre, porque yo no pisaba mucho la Iglesia. Pero es cierto que las veces que había ido no había oido hablar del pecado ni de nada de eso".

"¡Para habernos matado...!"

 
El primer "bocinazo" de Dios le llegó una tarde en coche, volviendo de la universidad con su hermano. Tuvieron un accidente.

"Nos salimos de la carretera. Era para habernos matado. Creo que estábamos yendo a 140 o 150 km/h, tomamos una curva y el coche se salió. Recuerdo que en ese momento pensé “De esta no salgo”. Recuerdo que el coche iba hacia una muralla y el gesto de encogerme. Y en ese momento sí que le dije a Dios : “Perdóname”, porque yo era consciente de que estaba en pecado mortal y si me moría ahí no sabía donde iría”. Salimos de ello, sin ningún rasguño ni nada. Fue una cosa milagrosa que me marcó. Empecé a pensar, y ¿qué estoy haciendo yo con mi vida?"

Dos jóvenes en un retiro

 
Entonces su madre le invitó a un retiro de oración. Al principio pensó ir; después, pensó rechazarlo, por no estar con ella. En ese momento apareció por su casa un amigo de su hermano, "llegó de la nada", y le dijo:

- Mira, Karen, me he enterado de que vas a un retiro buscando a Dios. ¿Puedo ir contigo?

Era un chico de su edad, que había estado metido en el mismo ambiente de rock y alcohol... "la última persona que esperaba encontrar en la puerta diciendo que buscaba a Dios".

- Pues sí. Si tú vas, yo voy también -dijo Karen.

Una experiencia mística

 
Y allí fueron: los dos únicos jóvenes en un retiro de gente mayor. En ese contexto tuvo lugar la experiencia mística de Karen.

"Había una Hora Santa, de noche. Yo ya no tenía fe y para mí la Eucaristía no tenía significado. Estábamos sentados detrás, y el sacerdote dijo: “Vamos a acercarnos al Señor y a pedirle alguna curación, si necesitamos algo”. Y recuerdo decir a Dios: “mira, si existes, ayuda a éste, pues él necesita ayuda. Échale un cable”.

En ese momento, yo recuerdo que mi corazón empezó a latir muy fuerte. Y se me caían las lágrimas. Y pensé: “¿qué me está pasando?”, porque yo no sentía nada. No sentía nada pero estaba teniendo una reacción muy extraña. Entonces me levanté y me fui delante del Santísimo. Yo tenía la cara bajada, y en un momento dado, la levanté y miré al Señor. En ese momento vi toda mi vida delante del Señor, todo lo de antes, e incluso lo que tenía olvidado en mi conciencia. Como de un golpe lo vi todo. Y rompí a llorar allí mismo. Vi mi verdad delante del Señor. Era como si el Señor estuviera allí en persona."

"Fue una experiencia muy extraña pues yo no sentía vergüenza, aunque tenía mucho por lo que tenerla. Sentía amor. Un tipo de amor que en este mundo no existe. Y me sentía comprendida, como si Él no estuviera escandalizado con todo lo que yo había hecho, con mis maneras de actuar muchas veces que no eran sino un grito de ayuda, que salía en forma de rebeldía. En ese momento sentí que tenía que pertenecerle a Él. Para mí, ya sólo existía Él. Volví a casa, y desde este momento pensé en ser religiosa".

Tanteando el matrimonio

 
Tenía 21 años y la historia sería más breve si hubiera entrado rápidamente en una congregación o monasterio. Pero la cosa se demoró.

"Yo sabía que tenía que pertenecer a Dios, y pensaba que a lo mejor eso significaba ser religiosa, rezaba al Señor y le decía: Mira, si es vocación, enséñame la institución, y si es matrimonio, el hombre”.

Había dejado las fiestas de alcohol y las motos y otras locuras. Estudiaba su último curso y trabajaba para pagarse su coche deportivo, "el amor de mi vida". Y entabló amistad con un chico, y luego algo más.

"Empezamos a salir. Era un chico muy majo. Recordé como había estado rezando al señor, y pensé: “pues si ese chico ha aparecido a lo mejor realmente tengo que casarme, y seguir con el arte”.

Este chico tenía familia en EEUU, en Filadelfia, y decidieron ir allí. Karen vendió su precioso coche deportivo y se trasladaron a América. Pero descubrió que el país no le gustaba. "Te puedes morir por allí al lado de la carretera y nadie se enterará... es tan liberal, tan grande, yo echaba en falta un poco esa familiaridad, ese sentirme protegida como en Irlanda".

Le prometieron triunfar en el mundo del arte, conocer gente, exposiciones, contactos, firmar... "¡Karen McMahon!" "Para una artista eso era lo mejor", reconoce.

"Pintaba en la sala de baile de una mujer influyente, que era como de película, con dos lámparas de cristal, y con puertas que se abren, y yo allí en medio pintando un cuadro. Eran cuadros grandes. Pero recuerdo estar allí pintando y detrás de todo, esa voz que decía, “¿qué estás haciendo?” Yo me sentía casi como una adúltera. Como si Dios me preguntara, “¿Pero qué me estás haciendo?, ¿qué me estás haciendo?” Y yo le respondía, “¡que no, que no, que no!, ¡que yo lo tengo todo! ¿Sabes? Tengo este chico, tengo el arte que es una posibilidad”. Pero yo seguía sintiendo esa voz.

Llegó un momento en que hasta en la misma relación había tensión, se notaba que la cosa no iba bien. La hermana de su novio le llevó a ver a un sacerdote.

- ¿Te vas a casar con ese chico? - preguntó el cura

Ella, de repente, tuvo la certeza de que no.

- Bien, ¿qué haces entonces?

"Cuando regresamos a casa, justo en ese momento me llegó una carta de un amigo en Irlanda con el dinero justo para comprar un billete de vuelta . Y compré el billete y le dije al chico: “Mira, tengo que irme.” Y él me dijo, “Ya lo sé.” Y le pregunté, “¿Cómo lo sabes?” “Porque si no vuelves nunca me vas a amar ni a mí ni a nadie.”

Volví a Irlanda, llegué un domingo y pensé: “estoy aquí, un domingo, no tengo ni coche, ni novio, ni nada. No tengo nada”. Decidí llamar a una mujer que conocía, y ésta me dijo, “Mira, justo está aquí una nueva institución de España, ¿Por qué no vienes a conocerles?” Y me fui a su casa. Allí conocí a unos sacerdotes de los Siervos del Hogar de la Madre, que me invitaron a España, para conocer a las hermanas. En dos semanas yo estaba en España. "

España, seca, austera... ¡no gusta!

 
"España no me gustó. Yo venía de Irlanda donde todo estaba tan verde, y llegué a Madrid, en el verano, cuando todo esta tan seco, tan amarillo, y encima vamos a un monasterio franciscano del siglo XVI o XVII, austero. No había ni camas, ni nada, todo el mundo durmiendo por el suelo. No había ni cristales en las ventanas. Después de haber estado en esa sala de baile en Norteamérica, encontrarte allí, en España, en el suelo, en un monasterio, y sin hablar nada de español...Yo no entendía nada. Me decía “Que no. Que no me quedo allí por nada del mundo”. Yo no me quería quedar. Y me decía: “Yo voy a volver a Irlanda. Voy a pedir perdón al chico, y…

"En aquellos días había una ceremonia de algunas hermanas que iban a hacer sus votos perpetuos. Y estaba sentada en la Iglesia detrás. Un hermano me estaba traduciendo porque no entendía español. Y entonces escuché las palabras del Evangelio, “No sois vosotros quienes me habéis elegido a Mí, soy Yo quien os he elegido a vosotros”. En inglés es en singular; se puede entender en singular, y yo lo entendí así."

"Recuerdo, con toda la virtud que me caracterizaba en ese momento que dije al Señor, “¡No me quedo aquí por nada en este mundo! ¡Me da igual lo que Tú quieras de mí! ¡Yo no me quedo aquí!

Dos bofetadas para una histérica

 
"Y tuve la experiencia como en las películas antiguas de blanco y negro, cuando la mujer se pone histérica y el hombre le da dos bofetadas. Sentí algo parecido pero espiritualmente, y el Señor me decía, “Hasta que tú no rompas tu voluntad, no puedes hacer la mía”.

La voz era "muy fuerte" y dejó a Karen muy impactada. "Y me mostró mi corazón, como estaba tan llena de mí misma. Yo nunca había caído en la cuenta de que estaba tan llena de mí. Desde ese momento sabía que aquel era mi lugar, que me tenía que quedar".

Pintando para Dios

 
Ahora Karen lleva 14 años en España y cuando cuenta su testimonio le parece que es la vida de otra. "¡Me cuesta tanto pensar en esa otra persona!. De hecho, a veces, cuando he visto fotos, he dicho: “¡qué cosa, pero si soy yo! Me cuesta hasta recordarlo".

Ahora pinta sólo las cosas de Dios.

"Si yo pudiera retratar ese rostro de Cristo, transmitir su belleza para que otros puedan tener ese encuentro con Él… Porque de verdad, si yo pudiera transmitir esto, todo el mundo se convertiría. Porque es una cosa tan impresionante. El Señor está tan por encima de todo. Su amor me recuerda mucho a esas bombas nucleares que cuando explotan es como una ola que destruye, como que te deja desnuda delante de él. Es un autoridad tan amorosa y tan de criatura que no hay problema, que no puedes sino decirle: “Sí, sí, lo que tú quieras”. Es tan impresionante. A mí, con el arte, me gustaría poder expresar eso".

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