domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuentos de Navidad 2014 – La navidad desde los ojos de María.

José se giró lentamente para mostrar el niño a su esposa. En ese momento se juntaron las miradas de los dos seres humanos más nobles e inocentes que ha tenido la humanidad. Los labios de María se abrieron para hablarle a su hijo pero, en lugar de palabras, de sus labios solo salió el sonido de un ahogado sollozo. Las lágrimas le corrían por las mejillas; lágrimas de emoción y de gozo. Las lágrimas de una madre que ve por primera vez a su hijo.
Ella alargó los brazos y José comprendió al instante lo que María le estaba pidiendo. Lentamente, con mucho cuidado, dejó al bebé en el regazo de su madre. Los contempló juntos por un breve instante y salió de la cueva. Necesitaba tiempo para reflexionar y María quería estar a solas con su bebé. Fue una noche en que se escucharon pocas palabras, pues los gestos y las miradas hablaron clamorosamente.
José se recargó en la pared que estaba a la salida del precario recinto. Había sido un día agotador. Inmediatamente le vinieron a la mente las escenas de rechazo y desprecio que había experimentado hacía pocas horas mientras suplicaba un espacio para su esposa, que estaba encinta. Luego le vino a la mente la ansiedad que ya desde hacía días le asediaba por haber emprendido el largo viaje a Belén con tan pocos recursos. Pensar en el futuro le preocupaba aún más. De sus labios escapó como un murmullo una frase del salmo cuatro que él recitaba desde que tenía conciencia, pues sus padres se le habían enseñado: “Tú, Señor, me haces vivir confiado”.
Tantos motivos para estar inquieto y tenso pero internamente José estaba tranquilo. Le daba serenidad tener presente que Dios le había probado muchas veces, pero que nunca le había abandonado. No se lo sabría explicar ni a sí mismo pero tenía la certeza en su corazón de que él y su familia estaban bajo la especial protección de alguien superior, como cubiertos por un manto.
Levantó la vista y miró las estrellas. La luz que emitían le recordaron los ojos del niño. ¡Ese niño! Cuanto misterio le envolvía. Era un bebé normal pero con algo que lo hacía muy particular. “Te reconozco como mi hijo”, se dijo para sus adentros. “Te llamaré hijo mío; yo te educaré en el temor de Dios Altísimo”.
Sus pensamientos se interrumpieron al ver una estrella que resplandecía con gran intensidad; su luz le iluminaba incluso más que la de la luna. Era verdaderamente extraño, parecería que la estrella quisiera llamar la atención de alguien y que iluminara tan intensamente ese lugar como queriendo delatar la posición donde se encontraban.
Dentro de la cueva, María. Ella había visto cómo su esposo se alejaba discretamente. “Hijo mío, tendrás un padre valiente y abnegado. Y pensar que temí que me fuera a abandonar. No estamos solos. José es un hombre justo y bueno, aprenderás mucho de él”.
El niño alargó la mano y le acarició la mejilla. María le miraba extasiada. En su mente ya no había espacio para asimilar tantos misterios: la aparición del ángel, el proceso de su embarazo, el inesperado edicto del emperador y el fatigoso traslado a Belén. “Aquí estoy, Dios mío; hágase en mí tu Voluntad”.

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