Por: Jorge Nicolás Lafferriere | Fuente: www.centrodebioetica.org
Victoria
está feliz con su embarazo. Siempre soñó con ser madre. Pero su novio
no quiere tener un hijo. Su familia tampoco la apoya. Con 25 años, no consigue trabajo y todo se le hace cuesta arriba. "¿Por qué no lo pensás mejor? Hasta la semana 14 podés decidir no tenerlo sin problemas".
Silvina quedó embarazada luego de buscar a su primer hijo tras varias dificultades para concebir. En
cuanto contó sobre su embarazo en la empresa, que como todos en el país
sufren la crisis, su jefe la miró mal y le insinuó que tenía tiempo
hasta la semana 14 de su embarazo para tomar una buena decisión.
Carlos
y Guadalupe buscaron varios años un hijo hasta que finalmente llegó.
Ella ya tiene 40 años y sabe que hay riesgo de malformaciones. El
médico le ofrece un estudio genético. Es fácil, no se requiere más que
una simple muestra de sangre y podrán conocer el ADN de su bebé.
Además, es mejor que lo haga pues la obra social no va a cubrirle las
prestaciones por discapacidad aquienes no se realizaron el estudio a
tiempo.
Ernesto es médico obstétra. Cuando atendió a Ana no encontró razones para indicarle un estudio prenatal. Pero
cuando finalmente nació su bebé con Síndrome de Down ocurrió lo temido:
los padres le iniciaron un juicio por mala praxis, porque Ernesto los
privó de la opción de abortar a tiempo.
Anahí
no consigue trabajo. Con la asignación universal llega a cubrir lo
justo para sus dos hijos. Ella ama la vida y sus hijos son su gran
alegría. Ahora que está embarazada de nuevo, su preocupación crece
porque el Ministerio de Acción Social está revisando los planes
sociales. Escuchó decir que ahora que está disponible el aborto libre, van a incentivar una planificación familiar racional y sustentable, y a partir del segundo hijo, no habrá más asignación universal.
El quiebre de las bases de la convivencia
En
estas relaciones humanas, que hemos recreado imaginando un escenario de
aborto libre, encontramos muchas formas de vulnerabilidad. Estas
relaciones pueden ser conflictivas en varios sentidos, pero hay algunos
límites fundamentales sobre los que se asienta la convivencia. El primero y más básico es el del respeto a la vida y el no matar. Ahora bien, cuando una sociedad legaliza el aborto libre hasta la semana 14 introduce un profundo cambio en las bases de la convivencia.
Se quiebra un límite: la vida pierde su valor absoluto. Y cuando la
vida se convierte en algo disponible, que se puede quitar en ciertas
etapas o por ciertas causales, se generan las condiciones jurídicas que
colocan a los vulnerables a merced de la decisión de los más poderosos.
Cuando
el descarte de vidas se convierte en un derecho, en una posibilidad más
dentro del menú de actitudes hacia los demás, las presiones se
incrementan sobre personas que reposaban sobre el presupuesto de esa
inviolabilidad. Aumentan las presiones sobre la madre
embarazada vulnerable en su trabajo o en su familia, pues el
infranqueable límite de la inviolabilidad de la vida ya no existe. Así,
quienes encontraban en la protección de la vida un límite para no verse
forzados a hacer cosas que no querían, ya no cuentan más con esa barrera
y deben tener mayor valentía para afrontar las consecuencias de seguir
adelante con un embarazo que socialmente (o laboralmente) es
desalentado.
El profesor Richard Stith graficaba esta situación así: “Tu opción, tu problema”. El aborto libre amplía el menú de opciones y oportunidades para evitar que una vida no deseada venga al mundo.
Y esa ponderación de lo “no deseado” no sólo lo hará la madre.
Todos
ahora incorporan esa opción de “abortar a tiempo” como una salida
posible a situaciones en que la vida no es bienvenida. Y si ello ocurre
antes de nacer, ¿por qué no va a ocurrir luego del nacimiento, o en la
vejez, o en las enfermedades muy costosas, o en las depresiones
profundas, o en la discapacidad?
Por otra parte, en el caso de las personas con discapacidad, su eliminación “a tiempo” se vuelve progresivamente una obligación jurídica.
Ello no ocurre porque se dicten leyes que así lo dispongan, sino porque
se comienza a considerar un “daño” nacer con una malformación si los
padres tuvieron tiempo hasta la semana 14 (o incluso más allá) para
detectar cualquier discapacidad y descartar al concebido. También el
médico se ve presionado por el eventual miedo a un juicio de mala praxis
porque los padres le demandarán que les ofrezcan “en tiempo” los
estudios prenatales que permitan hacer esos controles de calidad. Y
también elseguro de salud estará interesado en detectar “a tiempo” a los
que presentan discapacidades, pues será mucho más barato eliminarlo
prenatalmente, que asumir los costos de su atención de por vida.
Así, el
aborto libre termina siendo funcional a una concepción de tecnocrática
de la sociedad, pues configura las condiciones jurídicas que relativizan
el valor de la vida y la colocan como un bien disponible, que puede ser
sometido a controles de calidad, y que puede y debe ser descartado si
no reúne los estándares “normales” de utilidad. Esta
mentalidad, que busca la optimización funcional de todas las relaciones
para que sean maximizadoras de consumo y circulación de bienes, también
pretende que la persona humana se vuelva parte de esa racionalidad
tecnocrática, valorando a la persona por su utilidad.
La
concepción de una nueva vida humana es un acontecimiento que
revoluciona a la sociedad.
Para ingresar a la vida no hay que ser
aceptado por una mayoría o reunir ciertas condiciones. El otro
es alguien que me interpela y me llama a reconocerle todos sus derechos y
su dignidad. Pero si durante un tiempo hay posibilidad de descartar al
que está por nacer entonces un dramático mecanismo de exclusión y
selección se pone en camino. Habrá vidas dignas de ser vividas y otras
que no.
Podemos
hacer las cosas distintas. Podemos pensar en salvar las dos vidas.
Podemos pensar en incluir a las personas con discapacidad. Podemos
pensar en apoyar a la mujer en conflicto con su embarazo. Podemos
prevenir nuevas formas de presión y violencia contra la mujer. Optemos por la vida.
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