Por: Juan Jesús Priego | Fuente: yoinfluyo.com
-¿A
quién se parece? ¿Podemos verlo? -preguntan las tías, los abuelos, los
hermanos. Y, al formular esta pregunta, ejecutan un rito tan importante
como el anterior: el del respeto al destino. Y vuelven a preguntar,
profundamente intrigados:
-¿Cómo es?
Les
parece imposible imaginárselo, puesto que nunca antes, desde que el
mundo es mundo, ha habido un niño como él, y nunca más lo habrá: este
pequeño ser es la novedad pura, la originalidad hecha carne.
-¿Podemos entrar a verlo?
Todavía no lo conocen, pero ya lo aceptan.
A
partir de fechas próximas, sin embargo, con la manipulación de los
genes, que será (y lo es ya, de hecho) prácticamente posible, las cosas
cambiarán de un modo radical: ahora los padres podrán elegir como en una
especie de menú todas y cada una de las características de sus hijos:
ojos azules en lugar de cafés, verdes en lugar de negros, 1,78 de
estatura en vez de 1,67, nariz aguileña en vez de nariz recta. En
los nuevos supermercados genéticos todas las combinaciones serán
posibles y todos los caprichos realizables.
Asistiremos a la era de los
bebés por catálogo, de niños a la carta y, con ella, al fin del estupor.
El nacimiento de un nuevo ser ya no suscitará sorpresas ni preguntas. («¿Cómo
es?»). Los niños serán simplemente como los padres hayan decidido que
sean. En este nuevo Mundo feliz, la única sorpresa posible consistirá en
que por algún infortunado accidente en el proceso, los caprichos no se
realicen con la exactitud deseada, dando lugar a profundas
insatisfacciones por parte de los padres:
-Pero, ¿por qué tiene los ojos negros si yo los quería azules? ¡Maldita sea!
Los
hijos por catálogo serán quizá más fuertes y más bellos; en una
palabra, tal vez más perfectos, genéticamente hablando, que los jóvenes
de las generaciones anteriores, pero también más inseguros y más
deprimidos que todos los que los precedieron: vivirán siempre en el temor de no ser queridos más que por el color de sus ojos o el tamaño de su mentón.
-
Papá: si hubiese medido diez centímetros menos de lo que mido, ¿me habrías querido lo mismo?
He
aquí una pregunta que con todo derecho podrán hacerse cuando crezcan
los hijos de las próximas generaciones, generaciones a las que les será
negada por primera vez y de manera sistemática la experiencia del amor
incondicional.
Yendo
más allá, acaso también vivan en el rencor, en ese rencor nacido de las
relaciones desiguales, pues si bien es cierto que los padres podrán
elegir a sus hijos, también es verdad que éstos no podrán elegir a sus
padres. ¿Se ha pensado suficientemente en ello?
Mientras que los
primeros gozarán de una libertad sin límites, acósmica, por llamarla de
algún modo, a los segundos no les quedará más remedio que la aceptación
callada, es decir, nada más que la resignación.
Los padres serán vistos entonces como una imposición del destino.
Del destino, sí, precisamente cuando el destino parecía estar ya
abolido de una vez por todas. Y serán odiados o abandonados con la misma
violencia con que rechazamos aquello que nos es impuesto sin motivo
alguno.
Si
nos aceptamos es porque no tuvimos la oportunidad de elegirnos. Pero
cuando podamos elegirnos, ¿por qué habremos de aceptarnos si no nos
gustamos?
En
la era de los niños a la carta será muy difícil, si no es que hasta
imposible, practicar eso que Romano Guardini llamó en uno de sus libros
la aceptación de sí mismo. El hombre de otras décadas podía ver en cada
una de sus peculiaridades físicas o psíquicas la manifestación de un
querer que lo trascendía: de un querer divino, para decirlo ya («Dios me
hizo así, y Él sabrá por qué»). Pero los hombres del futuro se sentirán nacidos de un mero capricho humano. Y,
siendo así, ¿cómo podrán aceptarse a sí mismos en calidad y
profundidad? Les faltará esa especie de escala de Jacob que les permita
remontarse al cielo para explicar el misterio de su ser.
Ahora
bien, ¿aceptarán éstos sin desesperarse ser hijos sólo de la tierra?
¿No faltará a sus vidas esa raíz metafísica que es lo único a lo que
puede agarrarse un hombre presa del vértigo, un individuo a punto de
caer en el vacío? He aquí un buen número de preguntas que hay que
responder antes de lanzarnos a una aventura (genética) de la que aún
ignoramos, prácticamente, casi todas las consecuencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario