Si bien el término
Por: Dra. Ma. Elizabeth de los Ríos Uriarte | Fuente: Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II
A
menudo escuchamos historias en donde las personas han caído en
situaciones irremediables que generan confusión y desánimo. Situaciones
en donde el final de la vida se hace latente y requiere tomar decisiones
rápidas pero acertadas.
La muerte constituye uno de los más grandes misterios de nuestra
humanidad, representa un fenómeno a la vez fascinante por la liberación
de los sufrimientos terrenales y por el sentido de trascendencia que
emana de nuestra condición humana pero al mismo tiempo despierta temor y
sentimientos de soledad y desasosiego.
Pensar con claridad y objetivamente cuando nos enfrentamos al fin de
nuestras vidas o de las vidas de quienes queremos resulta muy complicado
ya que, generalmente, son nuestros sentimientos los que se vuelcan por
completo. Por ello conviene tener ciertas nociones claras que nos
permitan hablar abiertamente del tema, conocer qué opciones quisiéramos
en caso de caer en una situación irreversible y de franco deterioro,
anticipar deseos y optar por aquello que va acorde con nuestra jerarquía
de valores.
De igual forma hay que estar alertas de los distintos discursos que los
medios de comunicación presentan respecto de algunos conceptos como vida
y muerte, sobre todo cuando a estos se les agrega el adjetivo de
“digno” ya que, en aras de procurar la mayor aprobación, pueden engañar o
disfrazar prácticas que no son éticas. Una vez más, conviene por ello
aclarar algunos conceptos.
La muerte es un fenómeno biológico, social, espiritual que determina el
límite de la vida física de una persona y su existencia
espacio-temporal. Hay que recordar que la persona es un espíritu
encarnado en un cuerpo y ese cuerpo es material, por ende, sujeto a las
leyes del tiempo y del espacio, corruptible y, en consecuencia, finito.
La muerte sobreviene, entonces, con
Por su parte la muerte natural es sucesión del cese de las funciones
vitales de una persona que sobreviene sin intervención humana directa.
Aquí se está haciendo referencia al proceso natural de la vida humana en
que la muerte sobreviene igualmente de forma natural sin acelerarla ni
distanciarla, simplemente dejando que el límite físico al que está
expuesto nuestro cuerpo aparezca en el momento en que sea inminente.
Un tercer término es el de muerte digna: término acuñado para procurar
librar de los sufrimientos físicos a un paciente declarado como enfermo
terminal. Cabe mencionar aquí que si bien la palabra “digno” hace
referencia a una cuestión propia del ser humano, cuando se aplica a
otros procesos como, en este caso, a la muerte, puede tener significados
variados, de ahí que tengamos en cuenta el ámbito en que se nombra y se
usa pues su signifcado cambiará según la intención con que se use.
Una vez establecida la diferencia entre estos conceptos pasemos ahora a
describir el problema bioético del fin de la vida, muchas veces derivado
en la práctica de la eutanasia.
Si bien el término “eutanasia”, etimológicamente significa “buena
muerte”, no ha sido usado así en la práctica. Se ha entendido más bien,
como un acto que libra de sufrimientos y de dolor a quien se encuentra
en una condición irremediable. Normalmente se entiende por
“irremediable” una enf,erdad catalogada como “terminal”, es decir, una
condición incurable que, se define, fundamantalmente, por un diagnóstico
de vida inferior a seis meses.
Ante esye escenario es fácil encontrar discusiones en torno a la
posibilidad de realizar un acto de eutanasia. Los argumentos que se dan
suelen redundar en que, en cualquiera de las posibilidades, la persona
se encuentra sufriendo y padece de mucho dolor, su calidad de vida se ha
vist mermada, se ha alterado la dinámica faniliar, los costos de su
tratamiento son muy elevados, no hay medicinas ni acceso a servicio de
salud adecuados, etc. Por todo ello, argumentan, conviene ponerle fin a
su vida procurándole una “buena muerte”.
Así, podemos definir la eutanasia como un “acto que procura la muerte de
una persona a fin de librarlo de sus sufrimientos”. Lo importante
radica en la intención de ponerle fin a la vida de la personal es decir,
se piensa, desde un principio en que la muerte lo librará de los
padecimientos y, por ende, se procura ésta.
Ahora bien, es preciso decir también que la eutanasia ésta puede
clasificarse en activa o pasiva. Será activa cuando el médico o quien
quiera producir la muerte del paciente, realiza acciones que,
directamente provocan la muerte de una persona. Estas acciones no son
indicadas médicamente ni forman parte del conjunto de acciones que se
están realizando para reestablecer o estabilizar la pciente sino que,
justamente, por situarse fuera de la gama de actividades médicas,
provocan el efecto fatídico de la muerte del paciente.
Un ejemplo de
esto sería quien inyecta deliberadamente una dosis letal de un
medicamento a un paciente o quien retira un ventilador cuando la persona
lo necesita a causa de su condición.
Por su parte la eutanasia pasiva será aquella en donde se suspendan o
dejen de realizar actividades que sí están indicadas médicamente o bien
simplemente aquellas acciones que serían indispensables para mantener
con vida a un paciente tales como la alimentación y la hidratación.
De esta manera, aunque el resultado es el mismo: la muerte de una
persona, la circunstancia en que se llega a este resultado puede ser
variada. Por su parte, de igual forma, se puede clasificar la eutanasia
en voluntaria, no voluntaria e involuntaria.
La eutanasia voluntaria es aquella que se realiza cuando el paciente así
lo ha consentido. Puede ser que esté consciente y que lo solicite
expresamente o bien que haya dejado algún documento en donde haya
especificado que eso es lo que hubiera querido. Por su parte, la
eutanasia involuntaria es la que se realiza aún a pesar de que el
paciente no lo ha solicitado ni expresado.
Por último la eutanasia no voluntaria es cuando se provoca la muerte de
pacientes que se encuentran inconsicentes y que no se conoce lo que
éstos hubieran deseado, es decir, no es posible identificar cuáles
hubieran sido sus deseos.
Como se observa con las definiciones anteriores, se abre la puerta a que
se provoquen muchas muertes de pacientes por creer que se encuentran
sufriendo cuando estas decisiones responden más a emociones que a
razones sólidamente fundadas.
Así pues, el proceso de fin de vida implica dilemas importantes en donde
se cuelan desde artilugios lingüísticos tanto emociones cambiantes que
pueden alterar una correcta toma de decisiones, por ende, resulta
indispensable conocer y estar informado respecto de estas cuestiones.
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