El pasado 29 de diciembre de 2010 en la Audiencia General
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 7 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la catequesis que el Papa dirigió, el pasado 29 de diciembre, durante la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI, a los peregrinos procedentes de todo el mundo.
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Queridos hermanos y hermanas,
en una catequesis reciente hablé de Santa Catalina de Siena. Hoy querría presentaros a otra santa, menos conocida, que lleva el mismo nombre: santa Catalina de Bolonia, mujer de gran cultura, pero muy humilde; dedicada a la oración, pero siempre preparada para servir; generosa en el sacrificio, pero llena de alegría para acoger con Cristo, la cruz.
Nació en Bolonia el 8 de septiembre de 1413, primogénita de Benvenuta Mammolini y de Giovanni de'Vigri, noble culto y rico de Ferrara, doctor en leyes y lector público en Padua, donde ejercía de diplomático para Niccolò III d' Este, marqués de Ferrara. Los detalles de su infancia y juventud de Catalina son escasos y no del todo seguros. De niña vivió en Bolonia, en la casa de sus abuelos, allí fue educada por su familia, sobre todo por su madre, mujer de gran fe. Se trasladó con ella a Ferrara, cuando cumplió 10 años, entrando a esta edad en la corte de Niccolò III d'Este como damisela de honor de Margarita, hija natural de Niccolò. El marqués transformó Ferrara en una espléndida ciudad, llamando a artistas y literatos de varios países. Promovió la cultura, y aunque no tuvo una vida privada ejemplar, cuidó mucho el bien espiritual, la conducta moral y la educación de los súbditos.
En Ferrara, Catalina no se vio afectada por los aspectos negativos que a menudo llevaba consigo la vida de la corte; disfrutó de la amistad de Margarita y se convirtió en su confidente; enriqueció su cultura: estudió música, pintura, danza; aprendió poesías, a escribir composiciones literarias, a tocar la viola; se convirtió en una experta en el arte de la miniatura y de la copia; perfeccionó su estudio del latín. En su posterior vida monástica apreció mucho la formación cultural y artística que adquirió esos años. Aprendió con facilidad, pasión y tenacidad; mostró gran prudencia, singular modestia, gracia y bondad en su comportamiento. Una cosa, sin embargo, la distingue de un modo absolutamente claro: su espíritu constantemente fijo en las cosas del Cielo. En el año 1427, con sólo catorce años, y después de algunos sucesos en el ámbito de su familia, Catalina decide dejar la corte, para unirse a un grupo de mujeres jóvenes provenientes de familias nobles que hacían vida en común, consagrándose a Dios. La madre, con fe, consiente, aunque tenía otros proyectos para ella.
No conocemos el camino espiritual de Catalina, antes de esta elección. Hablando en tercera persona, ella afirmó que entró al servicio de Dios, “iluminada por la gracia divina […] con conciencia recta y gran fervor”, se dedica día y noche a la oración, empeñándose en conquistar todas las virtudes que veía en otros “ no por envidia, sino por complacer más a Dios, en quien había puesto todo su amor” (Las siete armas espirituales, VII, 8, Bolonia 1998, p. 12). Son notables sus progresos espirituales en esta nueva fase de su vida, pero grandes y terribles son también las pruebas, los sufrimientos internos, sobre todo las tentaciones del demonio. Atravesó un profunda crisis espiritual hasta los límites de la desesperación (cfr ibid., VII, p. 12-29). Vivió en la noche del alma, golpeada además, por las tentaciones de incredulidad hacia la Eucaristía. Después de tanto sufrir, el Señor la consoló: en una visión, le dio la clara conciencia de la presencia real eucarística, un conocimiento tan luminoso que Catalina non consiguió expresar en palabras (cfr ibid., VIII, 2, p. 42-46). En el mismo periodo, una prueba muy dolorosa cae sobre su comunidad: surgen tensiones entre aquellas que quieren seguir la espiritualidad agustiniana y quienes se sentían más orientadas hacia la espiritualidad franciscana.
Entre el 1429 y el 1430, la responsable del grupo, Lucia Mascheroni, decide fundar un convento de agustinas. Catalina, sin embargo, decide con otras, ligarse a la regla de santa Clara de Asís. Es un regalo de la Providencia, ya que la comunidad vive en la cercanía de la iglesia del Espíritu Santo anexa al convento de los frailes menores, que se han adherido al movimiento de la Observancia. Catalina y sus compañeras pudieron así participar regularmente en las celebraciones litúrgicas y recibir una adecuada asistencia espiritual. Tuvieron, también, la fortuna de poder escuchar la predicación de san Bernardino de Siena (cfr ibid., VII, 62, p. 26). Catalina contó que, en el 1429 - tercer año desde su conversión- fue a confesarse a uno de los frailes menores, después de una buena confesión y rezando intensamente al Señor para que le perdonase todos sus pecados y le librase del dolor que iba unido a ellos, Dios le reveló en una visión que le había perdonado todo. Fue una experiencia tan fuerte de la misericordia divina, que la marcó para siempre, dándole un nuevo impulso para responder con generosidad al inmenso amor de Dios (cfr ibid., IX, 2, p. 46-48).
En el 1431 tuvo una visión del juicio final. La terrorífica escena de los condenados la empujó a intensificar la oración y la penitencia por la salvación de los pecadores. El demonio continuó acosándola pero ella se confió de modo total al Señor y a la Virgen María (cfr. ibid., X, 3, p. 53-54). En sus escritos, Catalina nos dejó algunas características importantes de este misterioso combate, del cual sale victoriosa por la gracia de Dios. Lo hizo para instruir a sus hermanas y a aquellos que pretendían encaminarse en la vía de la perfección: quiso ponerse en guardia de las tentaciones del demonio, que se esconde a menudo bajo apariencias engañosas, para después insinuar dudas de fe, inseguridades en la vocación, sensualidad.
En el tratado autobiográfico y didáctico, Las siete armas espirituales, Catalina ofreció enseñanzas de gran sabiduría y de profundo discernimiento. Habló en tercera persona al relatar las gracias extraordinarias que el Señor le dio, y en primera persona al confesar los propios pecados. Su escrito destila la pureza de su fe en Dios, la profunda humildad, la simplicidad del corazón, el ardor misionero, la pasión por la salvación de las almas. Concreta siete armas en la lucha contra el mal, contra el diablo: 1. Cuidarse y preocuparse en hacer siempre el bien; 2. Creer que solos nunca podemos hacer nada verdaderamente bueno; 3,Confiar en Dios y, con su amor, no temer nunca la batalla contra el mal, sea en el mundo, sea en nosotros mismos; 4. Meditar a menudo los sucesos y palabras de la vida de Jesús, sobre todo su pasión y muerte; 5. Recordar que somos mortales; 6. Tener siempre presente el recuerdo de los bienes del paraíso; 7. Tener familiaridad con la Santa Escritura, llevándola siempre en el corazón para que oriente todos los pensamientos y todas las acciones. ¡Un bello programa de vida espiritual, también hoy, para cada uno de nosotros!
En el convento, a pesar de haberse acostumbrado a la corte de Ferrara, Catalina desempeñó tareas de lavandera, costurera, panadera y del cuidado de los animales. Cumplió todo, incluso los servicios más humildes, con amor y diligente obediencia, ofreciendo a sus hermanas un testimonio luminoso.
De hecho, vio en la desobediencia el orgullo espiritual que destruye cualquier otra virtud. Por obediencia, aceptó el encargo de enseñar a las novicias, aún cuando se vio incapaz de realizar el encargo, y Dios continuó animándola con su presencia y sus dones: fue, desde luego, una maestra sabia y apreciada.
Más tarde le fue encargado el servicio del locutorio. Le costó mucho interrumpir a menudo la oración para responder a las personas que se presentaban a la reja del monasterio, pero también en esta ocasión el Señor no dejó de visitarla y de estar cerca. Con ella el monasterio fue más que nunca un lugar de oración, de ofrenda, de silencio, de cansancio y de gozo. Cuando murió la abadesa, los superiores pensaron en seguida en ella, pero Catalina los animó a dirigirse a las clarisas de Mantua, más instruidas en la constitución y observancia religiosa. Pocos años después, en el 1456, se pidió a su monasterio la creación de una nueva sede en Bolonia. Catalina hubiera preferido terminar sus días en Ferrara, pero el Señor se le apareció y le exhortó a cumplir su voluntad como abadesa en Bolonia. Se preparó para este nuevo desempeño con ayunos, disciplina y penitencias. Fue a Bolonia con dieciocho hermanas. Como superiora fue la primera en la oración y en el servicio; vivió en profunda humildad y pobreza. Después de tres años como abadesa, fue feliz al ser sustituida, pero un año después hubo de retomar sus funciones, porque la nueva elegida se quedó ciega. Aunque el sufrimiento y las graves enfermedades la atormentaban, realizó su servicio con generosidad y dedicación.
Todavía durante un año, exhortó a sus hermanas a la vida evangélica, a la paciencia y a la constancia en las pruebas, al amor fraterno, a la unión con el Esposo Divino, Jesús, para preparar de esta manera la propia dote para las bodas eternas. Una dote que Catalina basó en el saber compartir los sufrimientos de Cristo, afrontando con serenidad disgustos, angustias, desprecios e incomprensiones (cfr Le sette armi spirituali, X, 20, p. 57-58). Al principio de 1463, las enfermedades se agravaron; reunió a las hermanas por ultima vez en el Capitulo, para anunciarles su muerte y recomendarles la observancia de la regla. Hacia el final de febrero comenzó a sufrir fuertes dolores que no la dejaron más, pero ella siguió confortando a las hermanas desde el dolor, asegurándoles su ayuda también desde el cielo. Después de haber recibido los últimos sacramentos, entregó a su confesor el escrito Las siete armas espirituales y entró en agonía; su rostro se volvió bello y luminoso; miró con amor a cuantas la rodeaban y expiró dulcemente, pronunciando tres veces el nombre de Jesús: era el 9 de marzo de 1463 (cfr I. Bembo,Espejo de iluminación. Vida de santa Catalina en Bolonia, Florencia 2001, cap. III). Catalina fue canonizada por el Papa Clemente XI el 22 de mayo de 1712. La capilla del monasterio del Corpus Domini, en la ciudad de Bolonia,, custodia su cuerpo incorrupto.
Queridos amigos, santa Catalina de Bolonia, con sus palabras y con su vida, es una invitación entusiasta a dejarnos guiar siempre por Dios, a cumplir su voluntad todos los días, aunque si a menudo no se corresponde con nuestros proyectos, a confiar en su providencia que nunca nos deja solos. Desde esta perspectiva, santa Catalina habla con nosotros; desde la distancia de tantos siglos, es todavía muy moderna y habla a nuestra vida. Como nosotros sufre la tentación, la tentación de la incredulidad, de la sensualidad, de un combate difícil, espiritual. Se sintió abandonada por Dios, se encontró en la oscuridad de la fe. Pero en todas estas situaciones se cogió siempre a la mano del Señor, no lo dejó, no lo abandonó. Y caminando de la mano del Señor, fue por el sendero correcto y en encontró el camino de la luz. Así, nos dice también: ánimo, que también en la noche oscura de la fe , con tantas dudas que pueda haber, no dejéis la mano del Señor, caminad con vuestra mano en su mano, creed en la bondad del Señor; ¡esto es caminar por el sendero correcto! Y quisiera subrayar otro aspecto, el de su gran humildad: fue una persona que no quiso ser alguien o algo, no quiso aparentar; no quiso gobernar. Quiso servir, hacer la voluntad de Dios, estar al servicio de los demás. Por esto en concreto, Catalina era una autoridad creíble, porque se podía ver que para ella la autoridad era exactamente servir a los demás. Pidamos a Dios, con la intercesión de nuestra santa, el don de realizar el proyecto que Él tiene para nosotros, con valentía y generosidad, para que sólo Él sea la roca sólida sobre la que edificar nuestra vida. Gracias.
[En español dijo]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, de Valdivia, a los miembros de la Escolanía de Loyola, de Pamplona, y a los demás grupos procedentes de España, Méjico, Argentina y otros países latinoamericanos. Que, a ejemplo de Santa Catalina de Bolonia, os dejéis guiar siempre por Dios, confiando en su bondad, que nunca nos abandona. Deseo a todos un Año lleno de las bendiciones del Señor. Muchas gracias.
[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez]