MURCIA, 14 Ene. 11 / 12:38 am (ACI)
Las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado, extendidas hoy por España y América Latina, rezan por un milagro que culmine con la beatificación de su fundadora, María Séiquer Gayá, una viuda murciana que se consagró al servicio de Dios y vivió la misericordia al punto de cuidar de los asesinos de su esposo, un mártir de la Guerra Civil Española.
María Séiquer nació en Murcia, España, en 1891, y se casó en 1914 con Ángel Romero, un médico otorrino conocido entre sus vecinos por su honradez y su actitud servicial. En su finca Villa Pilar instalaron una capilla pública donde María daba catequesis a los niños y su esposo atendía gratuitamente a los más pobres un día a la semana.
Cuando la persecución anticatólica llegó a Murcia hacia el año 1931, Ángel decidió entrar en política para defender a la Iglesia y se convirtió en blanco de los violentos.
En agosto de 1936, fue apresado y unas semanas después fusilado. En una de las dos visitas que María le hizo en la cárcel, Ángel le dijo: "Creen que nos sacrifican, y no ven que nos glorifican". Ella a su vez le confesó su intención de consagrarse a Dios. "Si no me matan a mí también, te prometo ingresar en el convento", le dijo.
María huyó de Murcia donde su vida corría peligro y "conoció a Amalia Martín de la Escalera, con quien una vez terminada la Guerra, fundó en Villa Pilar, la primera casa de las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado.
María -optó por el camino del perdón-: "perdono a todos mis enemigos, te pido por ellos y avivo el deseo de perdonar a todos los que me hicieron mal", dejó escrito.
Posteriorment desde su congregación, se ocupó de educar a niños, alimentar a los pobres y visitar a los ancianos y enfermos de los pueblos cercanos, entre los que se encontraban los asesinos de su marido.
En efecto, diversos testigos afirman que hasta su muerte en 1975 María atendió a una de las mujeres que denunció a su esposo; jamás reclamó los propios muebles robados que veía en las casas de algunos enfermos que atendía; cuidó a los hijos del miliciano que arrastró por las calles el cadáver de su esposo, y se presentaba con frecuencia ante el Juzgado para exigir que no se tramitasen los sumarios de los asesinos que habían sido capturados, hasta que logró salvarlos de ser ejecutados.
En sus escritos afirmó: "Sólo he hecho lo que me enseñó Cristo: Perdónalos, porque no saben lo que hacen".
Actualmente, los restos de Ángel, cuyo proceso de beatificación por martirio también está en trámite, la Madre María junto con la Madre Amalia, descansan en un panteón junto a la capilla de Villa Pilar.
Camino a los altares
El proceso de canonización de la Madre María Séiquer comenzó en 1989. Dos años después terminó la fase diocesana. "Ahora estamos a la espera de que obre un milagro para que Roma la beatifique", explicó a ACI Prensa la Hermana Alicia, Superiora de las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado desde la Casa General de la congregación, en Villa Pilar, Murcia.
"Ella siempre pensó que la gente que asesinó a su marido lo hizo por ignorancia, no porque fueran malos. Y les dio tierras, y casa y los cuidó. Por eso en los años '80 la gente comenzó a pedir su beatificación", explicó.
La congregación -que el 7 de enero pasado celebró 36 años de su aprobación pontificia- solo actúa en pueblos y aldeas para ayudar a los más humildes.
La Hermana Alicia espera que el milagro sea obrado en Latinoamérica, "porque allí, la gente acude más a Dios que en España".
Según la biografía que recoge el libro "Amor donde no hay Amor", a María Séiquer, le "hubiera gustado tener hijos, pero el Señor quiso que los tuviera cuando Él quería, no cuando yo. ¡Y mira si ahora tengo hijos...!".
Su congregación se encuentra extendida en 19 comunidades repartidas por España, y otras nueve en Guatemala, El Salvador, Honduras, República Dominicana, Bolivia y Perú.
Su carisma es : "identificarnos con Cristo Crucificado, intentando adoptar sus mismas actitudes de Sacerdote y Víctima, es decir, amando, perdonando, compadeciéndonos de toda miseria humana, ofreciéndonos al Padre y consagrando con Él toda nuestra vida a Dios, por el bien de toda la Iglesia".
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