Por: Alvaro Díaz | Fuente: Catholic-link.com
Una
experiencia muy común entre quienes nos hemos encontrado con el Señor
Jesús y tenemos una vida de fe es la inquietud de cómo compartir lo que
vivimos con nuestra familia. Cuando ellos (aunque creyentes) están un
poco alejados de la práctica de la fe, cuando sus creencias son débiles,
cuando tienen rechazo a las cuestiones de Dios y prejuicios con la
Iglesia y su doctrina. En definitiva, se trata de responder a la
pregunta de ¿cómo tener mayor influencia en la vida de fe de mi familia que no es practicante? ¿Cómo evangelizar en mi propio hogar?
Aquí
les comparto algunos consejos que pueden llevarse a la vida cotidiana y
ayudarnos a ser portadores de la luz de Cristo en nuestros hogares.
1. No críticas ni sermones
Puede
sucederle a aquel que va avanzando en la vida cristiana y que va
teniendo mayores conocimientos doctrinales que quiera (aunque con buenas
intenciones) que los que no han encontrado este camino sean como él
piensa, o actúen como él actúa. Y estas expectativas podrían llevar a
que se juzgue el actuar de otros con mucha rigidez. Aparecen entonces
las “sermonerías”, los famosos “deberías hacer así o no hacer esto”,
con lo cual se termina generando más rechazo. Es importante recordar
que la fe que Dios nos regala y el camino que Él nos propone está
fundada en el amor y no en el deber y el temor. Dios nos invita a vivir
una vida feliz y plenamente libre.
2. Predicar con el ejemplo
Ya lo diría san Juan Bosco «la prédica más eficaz es el buen ejemplo». Y
es que no pocas veces nos sucede que pensamos que se trata de convencer
a los otros con nuestros argumentos y nuestros discursos. La conversión
de los otros no depende de lo qué digamos, de cómo lo digamos. Nosotros
no somos el centro de atención. Es como si dijéramos “véanme a
mí, vean que yo si sé lo que sigo y tengo razón”. Recordemos que una
virtud muy importante es la humildad: reconocer que, si bien podemos
saber mucho, no somos todopoderosos. Nuestra labor es la de ser
servidores e instrumentos de Dios. Él se vale de cada uno de nosotros,
de nuestro humilde y pequeño servicio para llevar su Buena Nueva. Y, por
otro lado, más que unas palabras bonitas, lo que más convence y
arrastra es el testimonio de nuestro obrar, de una vida coherente,
recta, justa y alegre.
3. La alegría de vivir tu fe es apelante
Muchos
santos, a pesar de sus dificultades, de sus vidas marcadas por el dolor
y el sufrimiento, han podido experimentar la alegría auténtica y la
esperanza que viene de Dios. Como dice el Papa Francisco: «la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana». Una
sonrisa sin fingimientos es contagiosa y llena el corazón del deseo de
poder vivir así. Aquel que pueda experimentar, incluso en medio de los
momentos difíciles, una serena alegría, es porque ha recibido la
bendición de Dios, es la manifestación más concreta que esa persona
tiene a Dios en su vida. Quien quiera ser testigo del Señor y lo quiera
comunicar ha de trasmitir alegría y esperanza, como también el Papa,
dejar las caras avinagradas y llenas de amarguras y contagiar a otros de
la alegría del Evangelio.
4. Empezar por lo sencillo y cotidiano
No
pensemos que cuando hablamos de dar ejemplo con nuestro obrar, en que
tenemos que hacer cosas grandiosas y extraordinarias necesariamente.
Pensemos en lo que vivimos cada día en nuestro hogar, desde que nos
levantamos hasta que nos acostamos. ¿Saludo y agradezco con amor y
respeto? ¿Estoy dispuesto a servir y a ayudar en las labores de la casa?
¿Estoy atento a las necesidades que tienen los otros? Si de pronto me
peleo o discuto, ¿perdono o pido perdón? Son pequeños gestos, que si se
hacen todos los días, tendrán una fuerza extraordinaria para iluminar a
nuestra familia con la luz de Cristo y de su Evangelio. Pensemos en esta
frase de san Francisco de Asís: «Empieza haciendo lo necesario, continúa haciendo lo posible; y de repente estarás haciendo lo imposible».
5. Compartir las experiencias espirituales
No
hay experiencia más hermosa para el cristiano que nutrirse del amor de
Dios a través de la oración y de la Eucaristía. ¡Cómo no compartir esta
dicha con los que más queremos! Me viene la imagen de la Virgen
visitando a su prima Isabel. Cuando uno encuentra un tesoro quisiera
compartirlo inmediatamente con las personas más significativas. Podemos,
de manera creativa y poco a poco, invitar a que nuestros familiares
vayan experimentando estos preciosos momentos de oración y de encuentro
con Dios: por ejemplo proponer bendecir los alimentos, o rezar en algún
momento en que estemos reunidos. También podemos compartirles
alguna cita de la Palabra que escuchamos en la Misa o compartirles algún
texto espiritual, alguna frase de un santo, entre otras.
Espero que estas ideas puedan ayudarte a ser testimonio en tu hogar del amor de Dios. Ten paciencia, no te desanimes. Recuerda que el que obra la conversión es Dios, que siempre toca la puerta de los corazones y no desampara a nadie.
Este artículo fue publicado originalmente por nuestros aliados y amigos: |
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