sábado, 11 de octubre de 2008

De monjita en monjita 2



Todo comenzó habiendo recibido permiso para entrevistar brevemente a Teresa de Calcuta.

Arturo Guerra

... Al prepararme no olvidé la vieja recomendación de uno de mis profesores de la carrera: nos insistía en que las preguntas de una entrevista nunca debían estar formuladas de manera que la respuesta fuera un simple monosílabo como sí o como no. Estacioné el coche y entré en aquella casa. Afuera había una larga cola de mendigos esperando no sé qué. La verdad nunca había visto tantos vagabundos juntos. Entré por la puerta principal y no tardé mucho en encontrar a Teresa de Calcuta; su cara me sonaba... no sé... de alguna foto quizá... Me la encontré en cuclillas con una cosa en la mano, un raro instrumento típico de viejitas usado para repetir muchas veces una oración. “Lo que es no tener nada que hacer” –me dije para mis adentros.

Aprovechando que estaba sola me acerqué, le comenté que yo era periodista, que pretendía hacerle una breve entrevista y que, si a ella no le importaba, la grabaría. Aceptó. Sólo me pidió que le permitiera tres minutos para acabar su oración. Cuando terminó, lancé la cuestión:

– Señora Teresa, a lo largo de la historia la Iglesia Católica ha ido acumulando grandes cotas de poder. ¿Qué busca la Iglesia Católica? En una época tan pluralista, tolerante y democrática como la nuestra, ¿sigue teniendo sentido una organización como la Iglesia?

La monjita me miró, sin desdibujarse ni un momento de su rostro una extraña sonrisa. Y me respondió:

– Ven y ve... Si pudieras ver al padre Kolbe... Yo creo que él es una respuesta.

"Me picó la curiosidad"

Enseguida una de sus monjas se acercó para explicarle algo en un idioma extraño que supuse era el bengalí o alguno de esos dialectos de la India, ya que sus facciones la delataban. Luego Teresa me miró y se disculpó:

– Me vas a perdonar, pero uno de nuestros moribundos está a punto de irse al cielo.

¡Vaya forma de decir que el moribundo se moría! Y la monja se me fue... Después de todo, el único permiso que yo había solicitado era el de una entrevista breve; y ella había cumplido..., aunque a su manera...

En ese momento no entendí nada. Era la primera vez que escuchaba la palabra Colbe. Luego, investigando un poco, me daría cuenta de que Colbe se escribía con K.

La verdad sea dicha, esta monjita picó mi curiosidad periodística. Ése sí que es uno de mis grandes defectos: soy demasiado curioso. Para mis profesores en la universidad era el indicio más seguro de la existencia de una clara vocación periodística.

Así que me propuse llegar hasta el fondo de la lacónica respuesta monjil... (Continuará).

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