jueves, 23 de octubre de 2008

De monjita en monjita 3



Arturo Guerra

…Esa tarde me fui a las oficinas del periódico y solicité al Departamento de Documentación que me averiguara datos sobre un supuesto Colbe. Me dieron una noticia del 13 de julio de 1995 donde se citaban las declaraciones de un diputado estatal que se oponía a una ley sobre las licencias de manejar para menores de 18 años. Concluí que posiblemente no se refería a este Colbe la monjita. Fue entonces cuando se me ocurrió ir a una librería religiosa. Ahí había una monja. Otra monja. Más vieja que la que entrevisté esa mañana. Le expresé:

– Disculpe, vengo buscando algún libro que hable de un tal Colbe.

– ¿Cómo, mijito? ¡Habla un poco más fuerte porque estoy medio sorda!

– ¡Que si tiene algo sobre Colbe!

– ¿Dices Colbe, hijo?

– ¡Sí!

– ¡Ah! ¿Te refieres al padre Kolbe?

– Pues sí..., será...

– ¡Pero si es santo de mi devoción, hijo mío!

Ella se sabía todo. Me recomendó tres libros y de paso me regañó:

– Pero, ¿cómo que no sabes quién fue, con lo famoso que es? Tú... ¿qué eres?

– Soy periodista, licenciado en ciencias de la información.

– ¡Santo Dios!, estos periodistas de hoy en día qué mal informados están sobre la Iglesia. Precisamente, hijo, el padre Kolbe fue, entre otras cosas, periodista; tenía su periódico de gran tiraje; fíjate nomás... Tú, sé buen periodista, infórmate bien... Mira que no saber quién es el padre Kolbe, mijito...

Mientras le escuchaba me acordé de la broma de un profesor que nos decía que si los médicos estuvieran formados como lo están los periodistas, el índice de defunciones aumentaría notablemente... Pero, bueno..., tampoco hay que generalizar.

La historia del padre Kolbe

Por fin terminó su sermón la monja. Compré los tres libros y mientras pagaba, le pedí de favor que me relatara a grandes rasgos la vida de este hombre. Amablemente accedió...

– Vamos a ver..., ¿por dónde empezamos?... Mira, el padre Kolbe, de nombre Raymundo, nació en 1893, un 27 de diciembre, en Zdunska-Wola, una población polaca, hijo. A los 16 años, tras sentir el llamado de Dios, entró en la orden de los franciscanos conventuales, adoptando el nombre de Maximiliano María. Dos años después, viajó a Roma para continuar sus estudios. En 1917 fundó la Milicia de la Inmaculada, que era una asociación pía que buscaba la conversión de los pecadores a través de la devoción a la Virgen María (fíjate que llegó a contar con varios millones de miembros). Así como lo oyes, hijo. En 1918 fue ordenado sacerdote y al año siguiente era ya doctor en filosofía y teología por la Universidad Gregoriana. Desde joven, pobrecito, el padre Kolbe contrajo una tuberculosis que arrastró toda la vida. Su primer trabajo como sacerdote fue la enseñanza y luego la predicación, pero su mala salud complicaba las cosas. Al final de 1921 llegó a Cracovia para lanzar un periódico mariano que sirviera de punto de unión para todos los miembros de su Milicia (acuérdate que te dije que fue periodista). A sus colaboradores les decía: “No escriban nada que no pueda firmar la Virgen María” (¿A que no te vendría mal seguir este consejo, mijito?). ¿Y sabes qué nombre le puso al periódico? Pues, El Caballero de la Inmaculada. El presupuesto era más bien escaso, 16 páginas, papel barato... Contaba con el permiso de sus superiores pero la financiación y el riesgo de quiebra debían correr por cuenta suya... Luego, hijo...

Leyendo la vida del padre Kolbe

Al ver que lo de a grandes rasgos no se lo tomó muy en serio y que además comenzaba a ponerme medio nervioso con tanto hijo, mijito..., tuve que interrumpir a la monjita:

– Perdone, la verdad, suena interesante pero por desgracia tengo un poco de prisa y debo partir...

– Bueno, mijito, tú te lo pierdes. Ni modo. De todas maneras podrás verlo con más calma en uno de los libros que te llevas. Ve con Dios.

– Gracias por todo.

Aquella noche, al volver a casa, después de organizar el material de la entrevista de la mañana, empecé a leer el libro de Kolbe que me vendió la monja...

Resulta que de aquella publicación, imprimió 5,000 ejemplares del primer número y los distribuyó por las casas... La acogida fue aceptable. Recibió algunos donativos... En un momento apurado, después de celebrar la misa, encontró una bolsa sobre el altar con una nota: “Para mi querida mamá la Inmaculada” (obsequio de algún parroquiano generoso y anónimo). Así pudo solventar los gastos más urgentes. En el interior de la caja que usaba para las dádivas pegó la imagen de Cottolengo, uno de sus santos preferidos y que había sido un religioso fundador cuya orden, por norma, carecía de cuentas de banco (como una expresión de querer vivir de la generosidad de los demás, al día).

De 5000 a 60.000

Los impresores absorbían la mayor parte de su presupuesto. Un buen día, un sacerdote americano le regaló cien dólares. Con ello pudo comprar una rotativa manual a unas monjas que habían dejado de utilizarla. Y un 8 de diciembre le donaron una máquina de composición.

Como el taller crecía, se suscitaron nuevos problemas logísticos. Sus superiores, entonces, decidieron enviar a Kolbe y sus máquinas a Grodno, un pueblo situado a 600 kilómetros de Cracovia. Partió con dos compañeros franciscanos. Ya en Grodno, para las salidas del convento los frailes contaban con un abrigo y un par de zapatos para los tres. En casa, andaban descalzos. Pagaban una pensión y colaboraban en la atención a la parroquia franciscana de esa zona... La tirada de la revista aumentó. En poco tiempo, de 5,000 pasó a 60,000. Y la multiplicación no se estancó ahí...

Con insistencia me venían a la mente las palabras de Teresa de Calcuta: “Ven y ve..., si pudieras ver al padre Kolbe”... Uno de mis profesores, cuando explicaba la técnica del reportaje, nos recalcaba que fabricarlo en oficina era poco menos que imposible, que había que salir...

A la mañana siguiente, tenía ya una determinación. Debía ver al señor Kolbe, a como diera lugar. Para algo me había hecho periodista... (Continuará).

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