Arturo Guerra
…Esa tarde me fui a las oficinas del periódico y solicité al Departamento de Documentación que me averiguara datos sobre un supuesto Colbe. Me dieron una noticia del 13 de julio de 1995 donde se citaban las declaraciones de un diputado estatal que se oponía a una ley sobre las licencias de manejar para menores de 18 años. Concluí que posiblemente no se refería a este Colbe
– Disculpe, vengo buscando algún libro que hable de un tal Colbe.
– ¿Cómo, mijito? ¡Habla un poco más fuerte porque estoy medio sorda!
– ¡Que si tiene algo sobre Colbe!
– ¿Dices Colbe, hijo?
– ¡Sí!
– ¡Ah! ¿Te refieres al padre Kolbe?
– Pues sí..., será...
– ¡Pero si es santo de mi devoción, hijo mío!
Ella se sabía todo. Me recomendó tres libros y de paso me regañó:
– Pero, ¿cómo que no sabes quién fue, con lo famoso que es? Tú... ¿qué eres?
– Soy periodista, licenciado en ciencias de la información.
– ¡Santo Dios!, estos periodistas de hoy en día qué mal informados están sobre
Mientras le escuchaba me acordé de la broma de un profesor que nos decía que si los médicos estuvieran formados como lo están los periodistas, el índice de defunciones aumentaría notablemente... Pero, bueno..., tampoco hay que generalizar.
La historia del padre Kolbe
Por fin terminó su sermón
– Vamos a ver..., ¿por dónde empezamos?... Mira, el padre Kolbe, de nombre Raymundo, nació en 1893, un 27 de diciembre, en Zdunska-Wola, una población polaca, hijo. A los 16 años, tras sentir el llamado de Dios, entró en la orden de los franciscanos conventuales, adoptando el nombre de Maximiliano María. Dos años después, viajó a Roma para continuar sus estudios. En 1917 fundó la Milicia de la Inmaculada, que era una asociación pía que buscaba la conversión de los pecadores a través de la devoción a
Leyendo la vida del padre Kolbe
Al ver que lo de a grandes rasgos no se lo tomó muy en serio y que además comenzaba a ponerme medio nervioso con tanto hijo, mijito..., tuve que interrumpir a la monjita:
– Perdone, la verdad, suena interesante pero por desgracia tengo un poco de prisa y debo partir...
– Bueno, mijito, tú te lo pierdes. Ni modo. De todas maneras podrás verlo con más calma en uno de los libros que te llevas. Ve con Dios.
– Gracias por todo.
Aquella noche, al volver a casa, después de organizar el material de la entrevista de la mañana, empecé a leer el libro de Kolbe que me vendió la monja...
Resulta que de aquella publicación, imprimió 5,000 ejemplares del primer número y los distribuyó por las casas... La acogida fue aceptable. Recibió algunos donativos... En un momento apurado, después de celebrar la misa, encontró una bolsa sobre el altar con una nota: “Para mi querida mamá la Inmaculada” (obsequio de algún parroquiano generoso y anónimo). Así pudo solventar los gastos más urgentes. En el interior de la caja que usaba para las dádivas pegó la imagen de Cottolengo, uno de sus santos preferidos y que había sido un religioso fundador cuya orden, por norma, carecía de cuentas de banco (como una expresión de querer vivir de la generosidad de los demás, al día).
De
Los impresores absorbían la mayor parte de su presupuesto. Un buen día, un sacerdote americano le regaló cien dólares. Con ello pudo comprar una rotativa manual a unas monjas que habían dejado de utilizarla. Y un 8 de diciembre le donaron una máquina de composición.
Como el taller crecía, se suscitaron nuevos problemas logísticos. Sus superiores, entonces, decidieron enviar a Kolbe y sus máquinas a Grodno, un pueblo situado a
Con insistencia me venían a la mente las palabras de Teresa de Calcuta: “Ven y ve..., si pudieras ver al padre Kolbe”... Uno de mis profesores, cuando explicaba la técnica del reportaje, nos recalcaba que fabricarlo en oficina era poco menos que imposible, que había que salir...
A la mañana siguiente, tenía ya una determinación. Debía ver al señor Kolbe, a como diera lugar. Para algo me había hecho periodista... (Continuará).
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