Arturo Guerra
Mientras tanto Kolbe lanzó su periódico en Jspón
Llegué a Ars, un pueblecito perdido, relativamente cerca de Lyon, Francia, 1852. Ahí estaba él.
Al menos eso supuse ya que me encontré una larga cola en uno de los confesionarios de
Después se propuso ir a Japón de misionero, a llevar su periódico, sin japonés ni dinero. Tras un largo viaje llegó a Nagasaki. El obispo del lugar estaba ausente y el vicario no vio con muy buenos ojos la idea de Kolbe, pero le propuso que impartiera clases de filosofía en el seminario y, a cambio, le permitía planear y lanzar su periódico. Para ello, le prestó un local con goteras y mosquitos incluidos. La salud de Kolbe empeoró: fiebres, dolores de cabeza, abscesos en su cuerpo... Para celebrar la misa tenían que sostenerlo. Un buen día se lo encontraron desmayado por la calle...
Pero al mes de estar en Nagasaki, 24 de mayo de 1930, Kolbe escribió un telegrama a Polonia: “Hoy publicamos ‘El Caballero’ japonés. Tenemos una imprenta. Gloria a la Inmaculada”.
En la calle repartieron los primeros 10,000 ejemplares, sin olvidarse de respetar la costumbre japonesa: al ofrecer el periódico, el caminante, si aceptaba, debía agacharse noventa grados. Para la traducción le ayudaban unos colaboradores del vicario y un metodista quien, tiempo después, se convirtió al catolicismo.
Una pregunta en mal momento e inapropiada
El periódico siguió su andadura, pero, mientras tanto, surgieron sospechas, reproches, ataques y calumnias. Alguien o algunos querían acabar con su periódico. En ese ambiente enrarecido, Kolbe viajó a Polonia con motivo del Capítulo General de su orden. Ahí defendió su publicación. Los superiores le confirmaron en el proyecto. Y Kolbe volvió a Nagasaki. La revista siguió con vida. Un centro budista de la isla de Sikok solicitó una suscripción. Con el tiempo, la comunidad de Nagasaki tendrá 78 miembros. El Caballero de María sin pecado (así le llamó, ya que la palabra inmaculada era intraducible al japonés) llegó a 65,000 ejemplares...
Por fin llegó mi turno en la cola de las confesiones. Le advertí al señor Vianney desde un inicio:
– Padre, no vengo a confesarme. Lo que pasa es que soy un periodista que está haciendo una pequeña investigación y quisiera preguntarle algo.
Escuché una risa y me dijo:
– Bueno, no es que sea la mejor manera para pedir una entrevista, pero, bien, me puedes hacer tu pregunta.
– Señor Vianney, ¿por qué la moral católica es tan estricta?, ¿por qué la Iglesia no cede ante la opinión pública y no cambia sus principios más en consonancia con lo que dice la sociedad?
De abogado a sacerdote
– Yo creo que deberías leerte la vida de Alfonso María de Ligorio, un sacerdote que murió cuando yo tenía apenas un año en este mundo.
– Gracias y disculpe la interrupción.
– Adiós y a ver si en tu próxima visita te animas a confesarte.
– Gracias, lo tomaré en cuenta.
Fue mi respuesta diplomática. Salí de
A los 16 años ya era un abogado titulado. Durante una década ejerció su carrera brillantemente. En una ocasión, después de haber defendido de buena fe a un imputado, se le demostró que era falsa su posición. Esto le hizo decepcionarse de la justicia humana y lo dejó todo. Al cabo de unos años era ya sacerdote. Comenzó a ayudar a los vagos de Nápoles, y visitaba los pueblos más recónditos, ahí donde otros curas no se animaban a ir. Escribió mucho. Uno de sus libros más difundidos es el de Teología moral donde ve la moral cristiana como el camino para encontrar la felicidad terrena y divina y no como una norma fría y asfixiante para el creyente. Eso es lo que dice más o menos el santoral sobre este Ligorio (Continuará).
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