sábado, 10 de enero de 2009

Lecciones del corazón (II)


Mercedes Malavé González

Mujer Nueva


"Con los ojos del corazón"

Corazón y proyecto de vida

Decíamos que el acto de amar es un acto del corazón que consiste en recordar, y que en ese acto confluyen la inteligencia y la voluntad. Por eso, el corazón tiene una dinámica unificadora de la persona, que le hace orientar las demás potencias del alma hacia el ser amado. Si reflexionamos un poco notaremos que todos los proyectos que nos fijamos los hacemos a partir de un acto del corazón. Por ejemplo, para elegir una carrera universitaria no basta tener un conocimiento de las diversas materias que estudiaremos, ni tampoco es suficiente saber que contamos con una serie de hábitos y aptitudes que nos aseguran el éxito profesional. Más bien, lo que hace falta es un deseo de orientar nuestra vida hacia ese fin. La elección profesional consiste mucho más en una aspiración de futuro que en unas aptitudes y conocimientos, que apenas se tienen cuando se está comenzando.

Los deseos y aspiraciones también son una especie de recuerdo. Se desea lo que se trae continuamente a la memoria, lo que no se olvida. Si se olvida deja de ser deseado. Por eso, aspirar a algo es un acto de hacer presente al corazón. El amor tiene mucho de deseo, de sed de satisfacción. El corazón, en la medida en que ama, quiere amar más, no se cansa de amar, no se sacia de contemplar lo amado.

Cuando el corazón está enamorado, las potencias del alma actúan empapadas de aquello que se está constantemente contemplando con la mirada interior. Un enamorado es aquel que trabaja, estudia, viaja, descansa, fomenta un tipo de amistades, de aficiones, de diversiones, etc. permaneciendo anclado en lo que ama. Y esto tiende a ser naturalmente así, no hacen falta grandes esfuerzos ni propósitos de recordar, para que las personas vivan orientadas interiormente hacia el ser amado. En el interior del verdadero amante, todas las cosas terminan siempre refiriéndose al ser amado, y allí encuentran un sentido y un significado más pleno para nosotros. Se entienden bien, bajo esta perspectiva, el consejo del Zorro al Principito: “no se ve bien –dijo el Zorro al Principito– sino con los ojos del corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. En la vida de una persona que ama todas la cosas adquieren su justo valor y realce cuando son compartidas con el ser amado. Todo lo quiere para el amado, y sin él nada le llena plenamente.

Por eso ¡qué necesario es que el objeto amado esté a la altura de las potencialidades del hombre! Que sea capaz de colmar todos los deseos y aspiraciones humanas. Cuando hablamos de proyecto de vida nos referimos, sobre todo, a esa fuente de amor en la que se desea fijar la mirada interior. El dinero, la honra, la fama, los hijos, las obras de caridad, Dios, cada uno de ellos constituye la aspiración de muchas personas, pero no todos son en realidad fines que nos colman de amor. Sabemos que el corazón no crece ni se sacia con el dinero, ni con la fama, ni con la honra, al contrario, tiende a empequeñecerse. Por su parte, los hijos, la familia, la amistad y las obras de caridad hacia el prójimo, proporcionan relaciones de amistad y amor muy plenas. Sin embargo, también exigen mucha grandeza de corazón, porque pueden llegar a ser, justamente ellas, la principal fuente de discordias y de dolor humano.

Amor a Dios

La complejidad de las relaciones humanas, esa estructura dramática de la vida que todos experimentamos cada vez que pasamos de la alegría a la tristeza, de la satisfacción al hastío, de la compañía a la soledad, del amor al odio, no son otra cosa que la dinamis, el movimiento, del corazón. Es un proceso que exige un continuo ascenso en la escala del amor, que comporta dolor y sacrificio. Incluso el amor de los buenos esposos, que llena el corazón de satisfacción y plenitud, tampoco está exento de experimentar estos pequeños o grandes "dramas" que debe superar con un poco de dolor y a veces de lágrimas.

Por eso, el amor humano, para que sea pleno, necesita también alimentarse de Dios. Sólo Dios puede colmar los deseos del corazón humano y, al mismo tiempo, dejarlo abierto a los demás. Amar a Dios significa buscarlo con el corazón, re-cordarlo, contemplarlo. Cuando el corazón está fundamentado en Dios, todas las relaciones interpersonales mejoran y adquieren un peso, una fidelidad y una riqueza “a prueba de balas”.

Cualquier proyecto de vida, de compromiso estable, que quiera ser definitivo debe tener a Dios como centro y norte de toda la dinámica del amor interior. Vivir en la esperanza, ser fuerte, paciente, optimista, consiste en mantenerse firme en el recuerdo de que algún día nos encontraremos con Dios, plenitud de todos los deseos del corazón.

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